La nueva entente de las dos partes del autoproclamado motor de la Unión Europea (UE) necesitaba una imagen para las cámaras. El nuevo dirigente francés, campeón del márketing político, quería dejar una huella visual de su estreno continental.
Es cierto que la UE está en plena crisis; es verdad que el Brexit ha dejado petrificada la idea de unidad irrompible; es evidente que Donald Trump ha hecho reaccionar a unos líderes del Viejo Continente amodorrados bajo el paraguas de su aliado atlántico; es obvio que la UE está dividida sobre la actitud que debe adoptar hacia Rusia; son flagrantes los desacuerdos internos en aspectos como la política migratoria y la política económica.
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Merkel y Macron se erigen en líderes de los 27, sin pedir permiso a sus socios. Pero aunque los otros 25 puedan recelar y criticar ese liderazgo bicéfalo, en el fondo muchos lo agradecen, porque seguirán avanzando en el vientre del pelotón sin dar relevos a los que tiran en la cabeza del grupo, beneficiarse así de los frutos comunes con el mínimo esfuerzo individual.
Emmanuel Macron no tiene reparo en atribuirse el papel de salvador de la UE.
"Mi elección es el inicio de un renacimiento de Francia y – espero – de Europa", afirmó en una entrevista conjunta a siete diarios europeos. Palabras pretenciosas, matizadas antes y después por una pretendida humildad de boquilla. Puede ser criticable, pero también otros de sus homólogos prefieren esa actitud antes que el desistimiento por una política común.
Macron, en realidad, necesita también a la UE. Francia es uno de los países que incumple el tope del 3% del Producto Interior Bruto (PIB) de déficit al que obliga el Pacto de Estabilidad del club europeo. El nuevo presidente francés, que domina de forma aplastante en su país sin apenas oposición en la Asamblea, está empeñado en aplicar las reformas estructurales que, entre otros, pero especialmente con insistencia, le exige Alemania.
Las reformas que Berlín exige a París
Esas reformas se traducen en liberalizar el mercado laboral con el fin de reducir el desempleo rampante. Ello significa, en concreto, reducir las ventajas que los asalariados disfrutan desde hace medio siglo en Francia y que conceden a este país el califictivo de paraíso social europeo. Paraíso para algunos, los empleados fijos; pesadilla para los jóvenes y para los que pierden el empleo y ven bloqueado su retorno a la actividad. Macron quiere implementar una política de flexiseguridad, ya aplicada en otros países de Europa donde la conflictividad permanente, sin embargo, no forma parte de la idiosincrasia nacional.
Berlín recela de su vecino desde que el exmandatario François Hollande perdió fuerza interna ante su oposición de izquierda, que le exigía abandonar la política de austeridad y rigor ordenada desde Berlín. Macron se presenta así como un dirigente sin ataduras ideológicas a su izquierda, libre de oposición interna y externa dentro de su país y, por lo tanto, dispuesto a convertirse en alumno modelo a ojos de la Canciller.
La UE y la pareja de de moda, Angela-Emmanuel, tienen al menos un motivo para sentirse algo más poderosos. La debilidad política de Theresa May en su país les coloca en posición de fuerza ante la negociacion del Brexit. La jefa de los conservadores británicos inicia las negociaciones de salida de la UE acosada también por su oposición interna y la de los laboristas.
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Otro motivo de cierta satisfacción teórica es el compromiso de aumentar el gasto militar. Macron manifestaba alborozado que, en poco tiempo, Alemania iba a gastar más en defensa que Francia. París se compromete también a contribuir a ese apartado elevando su presupuesto en un 2% del PIB en 2018. Francia no oculta su deseo de ver a su aliado algo más comprometido en la acción militar contra el autodenominado Daesh (Estado Islámico, proscrito en Rusia), tanto en el Sahel como en Oriente Medio.
Refugiados: el niet de Centroeuropa
Los capítulos negativos vienen del Este. El llamado Grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia) han sido designados por el Presidente francés como los malos de la película europea. París está enfurecido por el hecho de que no exista una regulación que impida que empresas polacas, por ejemplo, ganen ofertas públicas en Francia gracias a que pagan menos a los trabajadores que traen de su país. Por ese mismo "dumping social", las empresas francesas prefieren deslocalizarse al Este para pagar menos impuestos y salarios reducidos.
En el fondo, además, París no soporta que desde estas capitales centroeuropeas se nieguen a recibir refugiados de confesión musulmana y rechacen con vehemencia el modelo multicultural.
La Primera Ministra polaca pidió al Jefe del Estado francés que dejara de utilizar estereotipos y clichés ofensivos. El jefe de Gobierno húngaro, Victor Orban, se refirió a Macron como "el pequeño nuevo". Un acuerdo imposible, en suma. La UE lanzó diez días antes de esta cumbre un procedimiento de infracción que puede llevar a duras sanciones contra los países refractarios a su política de inmigración.
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Merkel fue más comedida en referencia a sus vecinos díscolos. Sabe que fue su política de apertura total, con sandwich de bienvenida, lo que provocó el efecto llamada que tuvo como consecuencia la llegada masiva de inmigrantes de todo tipo y región a Europa.
Macron y Merkel aprovecharon también su conferencia conjunta para hacer un canto al libre cambio —bien encuadrado y socialmente justo subrayaron-, ahora que no solo Donald Trump rompe tratados de libre comercio. La extrema derecha y buena parte de la izquierda europea coinciden en oponerse a la firma del Tratado UE-Canadá.
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Angela Merkel insistió en que ese tipo de convenios son siempre beneficiosos para las partes signatarias y anunció acuerdos futuros con México y el Mercosur. La única referencia de la Cumbre europea a América Latina.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK