Esta inaudita y anómala circunstancia es consecuencia de la extraordinaria decisión adoptada el 29 de noviembre por la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol), tras los graves disturbios ocurridos cinco días antes en Buenos Aires, cuando iba a celebrarse el partido de vuelta entre River Plate y Boca Juniors.
Los directivos de Conmebol decidieron celebrar el evento fuera (y lejos) de Argentina y se decantaron por la sede del Real Madrid, el imponente Santiago Bernabéu, después de considerar otras alternativas, como la de Doha (Catar) o Miami.
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La capital de España fue elegida por siete motivos:
- la excepcionalidad de la situación;
- las garantías de seguridad que ofreció la ciudad y el Estado español;
- la neutralidad del campo de juego;
- la capacidad y calidad de la infraestructura deportiva y el estadio;
- la existencia de amplias facilidades logísticas, de alojamiento y de transporte público;
- la existencia de una rica tradición futbolística, enmarcada dentro de una cultura de 'fair play' y antecedentes de comportamientos afines a los valores deportivos y a los principios de la no violencia;
- y finalmente la radicación en España de una comunidad argentina de más de 250.000 personas, la más grande en el exterior.
Las razones de la violencia en el fútbol argentino trascienden a lo meramente deportivo y apuntan a los graves defectos que padece el sistema de ese país sudamericano.
"Somos unos enfermos mentales", opinaba, por su parte, un columnista del diario deportivo argentino Olé, y apoyaba ese durísimo juicio de valor evocando la imagen de una madre, fan del River, que escondía un cinturón de bengalas atándolas alrededor del cuerpo de su hija de corta edad para poder así colarlas dentro de la cancha. El periodista también citaba a testigos que vieron que "hordas de salvajes identificados con una camiseta salían a las calles a cazar a los que llevaban la camiseta del otro".
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Estos comportamientos intolerables e incívicos, en opinión de algunos formadores de opinión, no son un producto aislado de los hinchas más enfervorecidos ni de la violencia organizada, sino de la sociedad misma que propicia que aflore "lo más ruin de la condición humana, disfrazado de falso orgullo y lealtad por una divisa", dando rienda suelta al odio, al placer de lastimar al adversario deportivo que se convierte en enemigo.
La violencia en Argentina es tan grave y tan descontrolada que desde hace cinco años, para prevenir problemas en los estadios de fútbol de la Superliga, la primera división de fútbol, quedó prohibida la presencia de hinchas del equipo visitante. En suma, pagan todos por culpa de los más exaltados.
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— Sputnik Mundo (@SputnikMundo) 24 ноября 2018 г.
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"No hay una vocación decidida de ponerle coto —añadió el citado Carlos Malamud—. Es más fácil hacer la vista gorda a estos fenómenos que poner voluntad política para solucionarlos". No son sólo políticos los implicados, sino también policías, fiscales, jueces, que miran hacia otro lado cuando se producen estos altercados.
Y todo este quilombo organizativo y de seguridad ha dejado muy mal paradas a las instituciones del país, a la Conmebol y al fútbol argentino en general.
Al máximo dirigente no le gustó nada la sanción del Conmebol (dejarles sin final en Argentina) y opinó que el motivo de peso para trasladar el partido al otro lado del Océano Atlántico fueron los escupitajos que recibió el presidente de la FIFA, el italiano Gianni Infantino, el fatídico día 24 de noviembre en el estadio del River, poco antes de que se anulara el partido.
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Algunos comentaristas deportivos locales declararon que celebrar la final en Madrid, a 10.000 kilómetros de distancia, es "una patada en el alma a todos los hinchas de fútbol de la Argentina". Acusaron el golpe al orgullo patrio por el castigo recibido. ¿Habrán aprendido la lección?
"No puede volver a pasar que autoridades internacionales nos digan que no se puede jugar en nuestro país", declaró con mucha razón el jefe del Estado.
Pero la solución la tienen que hallar y aplicar los propios argentinos, nadie más, empezando por el mismo Macri. Sería preciso que tomaran decisiones drásticas y urgentes. Dejar de apoyar a las barras y combatir su dominio en las calles y las gradas. Aplicar la tolerancia cero a la violencia en el deporte. Pero, ¿quién le pone el cascabel al gato?
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK