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"La política hoy nos está dejando sin utopías y con miedo": la escritora Patricia Simón

© Sputnik / Gonzalo WanchaLa escritora española Patricia Simón
La escritora española Patricia Simón - Sputnik Mundo, 1920, 26.02.2022
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El miedo, ¿es solo para los miedosos o inunda todo y a todos?, ¿son héroes solo los valerosos? Son cuestiones que rondan las páginas de 'Miedo', el primer libro de la periodista Patricia Simón (Estepona, 1983).
El ensayo está estructurado en el miedo al otro, a la pobreza, a la soledad y a la muerte. Sus páginas están repletas de testimonios que Patricia Simón filtra. Son experiencias vividas a lo largo de dos décadas de periodismo.
Protestas en Irak, los inicios de la pandemia en España, la crisis de los refugiados de Lesbos, la llegada al poder de Trump, el cerco de Gaza o la reconstrucción de Colombia en las zonas rurales… a todos esos lugares nos permiten viajar las vivencias de Simón, que colabora con diversos medios y es profesora de Periodismo de Investigación en la UOC de Cataluña.
"Es una manera de reclamar el periodismo de viajes", nos cuenta en Sevilla, a pocas horas de la presentación de su libro, en el que también emerge el poder del miedo como fuerza económica, política y polarizadora.
Y, como no, 'Miedo' habla del papel del periodismo cuando crece la polarización miope de la ultraderecha, aunque también critica el papel de la izquierda… Una política que nos va dejando huérfanos de esperanzas y utopías. Contra todo ello, se conjuran unas páginas llenas de honesta valentía.
–Tantos países, tantos momentos históricos distintos, ¿en qué momento algo hace clic y reúnes todo en esta coreografía orquestada por el miedo que es el libro?
–Yo creo que fue entrevistando a trabajadoras de residencias de personas mayores en las primeras semanas de la pandemia. Tenían miedo a contagiarse, por ellas y por sus familias. Muchas de ellas eran sustitutas del personal que ya estaba de baja, así que muchas eran personas migrantes que, hasta la pandemia, no habían tenido ninguna oportunidad laboral. Al principio, me hablaban del miedo al virus, pero luego también me hablaron de los miedos que habían tenido hasta justo antes, el miedo a quedarse sin trabajo, a la pobreza y a tener que volver a sus países.
Me di cuenta de que ellas eran parte de ese colectivo al que la ultraderecha instrumentaliza para generar miedo, pero también eran presas del miedo. Así que pensé en todas las historias que había contado como periodista en las que muchas de las respuestas y explicaciones emergían desde el propio miedo, así que volví a repasar todo ese periplo periodístico analizando el peso del miedo en ellas.
–Has trabajado como reportera en conflictos, pero también en sociedades marcadas por la miseria y la desigualdad, ¿no crees que la violencia se expresa hoy de una manera más refinada?
–No es que se haya refinado. Pero hoy la incertidumbre juega un rol distinto, y no hablo de conflictos lejanos: mira el sur de Europa, por ejemplo. Sentimos que éramos países ricos y ahora, sin embargo, vivimos con una enorme falta de horizontes. Eso lo relaciono con los problemas de salud mental que padecemos cuando ves que no puedes hacer nada para mejorar tus condiciones de vida.
Salud mental (imagen referencial) - Sputnik Mundo, 1920, 14.12.2021
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Eso también es violencia. Nunca hemos tenido el umbral de posibilidades tan alto, pero los pies de barro al mismo tiempo.
–Pero si nuestro umbral de expectativas es tan alto, también lo es el de los chicos subsaharianos que suben a una patera porque han visto en sus móviles que se puede tener una vida de sueños y lujo. También hablas de migraciones…
Es cierto que esos chicos vienen buscando esa aspiración del consumo de bienes materiales idealizados. Pero, en realidad, en esa visión se olvida que las migraciones son un proyecto de vida que no solo atrae por sus recursos, sino por sus derechos y libertades. En el caso de las mujeres, eso es más evidente, porque huyen de otro tipo de violencia.
Si hablamos solo de la aspiración y la atracción al consumo, olvidamos la mundialización del bienestar, que era una idea muy asentada en los años 90. Ese horizonte hay que recuperarlo, la migración va más allá del bienestar material, las personas tienen derecho a vivir bien, entendiéndolo como lo entendemos nosotros, con derechos y libertades.
–Sí, pero en los 90 estábamos convencidos de que nuestras sociedades daban más oportunidades y una vida mejor. Pero ahora, vivimos de crisis en crisis, tenemos crisis sanitaria, estamos más formados y precarios que nunca, tenemos una crisis de valores… ¿nos estamos quedando sin utopías?
–Sí, hay pérdidas de horizontes de utopías, porque eso tenía que ver con nuestras democracias, nuestros estados de bienestar y ese mundo más justo, donde el conocimiento implicaba más oportunidades.
Pero, con el neoliberalismo secuestrando las democracias desde los 80, todo eso se ha vaciado de significado. Para muchas personas las democracias son ahora un teatro que consiste en meter una papeleta cada cuatro años, pero sin esperanza en que su vida mejore con los años. No tenemos utopías en el sentido de que no tenemos esperanza de que podamos participar en el destino de tu propia vida.
–Entonces, ¿no crees que la música, la cultura o la propia literatura ahora que has escrito un libro pueden seguir alimentándonos de utopías y esperanzas?
–¡Claro!, solo hay que observar la nueva ola feminista, por ejemplo. Hoy, tenemos una oferta cultural que antes ni existía, porque no eran parte de ese canon masculino y heteropatriarcal. Pero hay un peligro, porque todo el consumo cultural está muy atomizado. Cada vez hay menos espacios comunes, se consume lo que corresponde con mi experiencia, mis gustos y mi ideología y eso nos lleva a ser menos curiosos por quien piensa diferente.
–Por eso vamos menos al cine –espacio público– y vemos estrenos en nuestro salón –espacio privado–, los estrenos que me ofrece el algoritmo
–No solo eso. También informativamente, nos enteramos de cosas a través de grupos de amigos y también a nivel político, todo se ha crispado tanto que la política es más muro que puente, por eso cada vez más tenemos muros de silencio, temas incómodos que no podemos sacar en determinadas reuniones o grupos.
Pasa también en unos medios de comunicación, que están cada vez más dirigidos a nichos sociales. Por eso, muchas veces la cosmovisión tiene más que ver con una hoja parroquial que con un mensaje de pluralidad. Es cada vez más complicado romper con los muros de silencio. Todo está dirigido para que solo hablemos y escuchemos de aquello con lo que estamos de acuerdo al 95%.
© Sputnik / Gonzalo WanchaLa escritora y periodista española Patricia Simón
La escritora y periodista española Patricia Simón - Sputnik Mundo, 1920, 24.02.2022
La escritora y periodista española Patricia Simón
–¿Esa necesidad de segmentar y atomizar los mensajes tiene que ver con la política del espectáculo, como la que estamos viendo estos días con la crisis del PP?
–Hubo una repolitización muy interesante de la sociedad en España a raíz del 15M. Volvimos a hablar de política porque interesaba, pero los medios de comunicación exprimieron este fenómeno hasta el extremo y convirtieron el debate político en Sálvame Deluxe, es decir, con crispación y espectacularidad que tanto polarizan.
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Ese tipo de política que nos llega a través de los medios se traslada a los hogares generando este tipo de liderazgos populistas. En España ya teníamos a Esperanza Aguirre, la actual Ayuso es una versión a lo Belén Esteban de Esperanza Aguirre.
También pasa por la otra parte, con Podemos y determinados discursos de Pablo Iglesias que jugaron a esa caricaturización de lo blanco y lo negro, del chalet malo antes de entrar en política, pero cuando estoy en política el chalet sí es válido. Podemos tiene mucha responsabilidad en esta política que se basa solo en discursos de enfrentamiento contra el enemigo.
–Quiero salir de España. Pasamos la crisis anterior tirando de austeridad y política de pura gestión, ser tecnócrata daba tranquilidad. Y ahora hemos pasado a una política de 'trincherismo' y populismo. Has trabajado en muchos países, ¿algún ejemplo que se pueda rescatar entre esas dos tendencias, un punto medio que no caiga en esos dos extremos?
–En Colombia, recientemente, sí ha habido propuestas políticas que jugaban en los grises. No solo en el blanco y negro, y eso que están en un contexto de guerra reciente y asesinatos de civiles.
Tenemos a Iván Cepeda Castro, que proponía indagar en los crímenes de Estado, a la vez que se preocupaba por generar espacios de convivencia. Eso exige entender y asumir que muchos de los asesinatos de Colombia los cometieron personas de uno u otro bando simplemente porque eran pobres, o reclutados forzosamente…
© Foto : Cortesía de Patricia SimónLa periodista Patricia Simón en Colombia
La periodista Patricia Simón en Colombia - Sputnik Mundo
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La periodista Patricia Simón en Colombia
© Foto : Cortesía de Patricia SimónLa periodista española Patricia Simón en Palestina
La periodista española Patricia Simón en Palestina - Sputnik Mundo
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La periodista española Patricia Simón en Palestina
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La periodista Patricia Simón en Colombia
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La periodista española Patricia Simón en Palestina
O Petro Gustavo, que ahora propone una gran coalición de partidos diferentes, algo que le acarrea muchas críticas, pero que entiende que es la única forma de sacar al uribismo del Gobierno. Sabe que toca tragarse sapos, pero con la prioridad de salvar vidas y generar oportunidades para millones de personas en la pobreza. Cuando se trata de comer, no podemos quedarnos en el análisis de teorías políticas. Colombia es el mejor ejemplo de que no todos los políticos son iguales.
–En tu libro te vales de testimonios de todos los rincones del mundo, desde Estados Unidos a Iraq o de Medellín a Málaga… pero son testimonios filtrados a través de tu experiencia. ¿De verdad crees que una profesión tan precarizada puede asumir tanta responsabilidad?, ¿cómo lidiar con toda esa complejidad política?
–Sí, el periodismo sigue influyendo muchísimo. El mejor ejemplo sigue siendo la televisión. Mira la ascendencia de VOX, por ejemplo, tiene que ver con la televisión y la sobredimensión de unos discursos que no tenían implantación social.
De repente, esos discursos inadmisibles, inauditos y marginales fueron normalizados. La ultraderecha recoge el sustrato ideológico que previamente han normalizado los medios de comunicación.
–¿Y qué puede hacer el periodismo para frenar la polarización, para combatir ese sentimiento de minorías oprimidas? Los seguidores de Ayuso gritaban ante la sede del PP a los periodistas y también sucede en los mítines de VOX o entre muchos seguidores de Podemos. Muchos ciudadanos se sienten maltratados o ninguneados por los medios.
– Hay gente que tiene miedo a los cambios tan grandes y rápidos y por eso se han recluido en su identidad, exacerbándola.
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La fórmula es recuperar relatos unitarios. Hay muchos que hoy compran el discurso de VOX sin ser fascistas. De ahí el apoyo que obtienen en barrios oprimidos dónde sus votantes conviven con los inmigrantes que supuestamente odian. Habría que hacer relatos compartidos sobre esos barrios con su mestizaje; pero si la TV solo sigue reproduciendo discursos de odio y polarización, el problema seguirá creciendo y la sociedad distanciándose.
–¿Por eso el populismo siempre son los otros?
–Exacto
–Pero entonces, algo estamos haciendo mal los medios de comunicación que alimentamos la política de enconamiento, ¿no contamos bien el mundo?
–Es que informarse cuesta tiempo y esfuerzo, y estamos en una sociedad muy agotada y entristecida. Llevamos 14 años de crisis, con esa falta de horizontes que decíamos y con una pandemia.
Y encima, si te informas, tampoco te vale de nada porque tú nada puedes hacer. Recuerda la guerra de Irak, supuestamente un 90% estaba en contra de la invasión y el Gobierno nos metió en la invasión, llegó la crisis de 2008 y la reforma de la Constitución para poder anteponer el pago de la deuda, nadie lo entendía y después tuvimos un periodo increíble de manifestaciones casi diarias de 2011 a 2014 que no sirvieron para nada.
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Si no hay un hilo conductor entre la información que maneja la gente y la acción política, ¿para qué quiere la gente consumir los desastres informativos de cada día? La responsabilidad no es solo de los medios, es de la clase política, que tiene que reconectar el sentir popular con la función política.
—Suena como si la información periodística fuera solo una puerta al abismo y la desgracia
–Todo lo contrario, incluso en los contextos más complicados y cruentos siempre hay gente haciendo por y para preservar la vida. Lo he visto en todo el mundo. En esos casos, tenemos que contar sobre las personas que tratan de mejorar la vida y la supervivencia de las víctimas.
Un ejemplo lo viví en Mozambique, tras los atentados del Estado Islámico (proscrito en Rusia) en Palma, con los misioneros que trabajaban para crear refugio tras los ataques. O en Colombia, donde conseguimos acceder a las comunidades indígenas rociadas por oponerse a los cultivos de coca gracias a las activistas…
–También hablas de tu propio miedo, como reportera y como mujer que viaja sola. Has estado en conflictos… pero el miedo que cuentas es el que pasaste en Nueva York.
–Explico mi miedo porque lo sentí al ser una mujer sola, rodeada de hombres drogados o bebidos en una ciudad vacía. Mi miedo estaba muy atravesado por el género, podría haber intentado ignorarlo como muchas veces, pero quise vivirlo y analizar sus efectos.
Creo que en las ciudades es más fácil tener miedo porque cuando estamos en comunidades aisladas, es la propia comunidad quien te protege porque te quieren allí; pero, en una ciudad, no hay una sola comunidad que te apoya, sino muchas y eso te aísla.
–Pero el mundo y el futuro es urbano, no pinta bien. ¿No hay nada bueno en el horizonte?
–Claro que lo hay, pero el periodismo tiene que trabajar y profundizar en la complejidad de las cosas y en sus contradicciones. Solo así podremos salir del derrotismo que nos aboca a las ideas simplistas y no olvidemos que hay muchos motivos para la esperanza. Estos últimos años hemos visto un boom de protestas feministas y ambientalistas que no se veían desde los 60. Si no le damos espacio a esos discursos nos instalaremos en la distopía, y ahí no es fácil vivir.
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