La principal razón para el colapso es la negativa de Rusia de comprar el salo —tocino de cerdo-, formalizada desde 2016 como parte de la respuesta global de Moscú a las sanciones de EEUU, la UE y Ucrania.
Pero no solamente los rusos dejaron de comprar el salo ucraniano, también lo hicieron los moldavos.
Según la prensa ucraniana, ahora sus fabricantes nacionales tratan de conquistar otros mercados, incluso en países donde hay un importante porcentaje de población musulmana, como Armenia, Azerbaiyán y Kazajstán.
El salo, sazonado con sal y pimienta, es un símbolo de la cocina ucraniana desde el siglo XVI. El interés hacia este producto surgió después de que los territorios eslavos fueran víctimas de frecuentes incursiones por parte de los tártaros y los turcos del Imperio otomano. Devastaban aldeas, pero no tocaban los cerdos por ser impuros según el Corán. Por eso, los ingeniosos campesinos empezaron a criar casi exclusivamente cerdos.
Luego, cuando Europa empezó la colonización de América, aumentó mucho su demanda en Europa del Este como un producto alto en calorías que se puede almacenar durante mucho tiempo.
El territorio que ahora ocupa Ucrania se convirtió en un lugar ideal desde el punto de vista geográfico, climático y medioambiental para fomentar la cría de cerdos destinada a la exportación. La práctica también se conservó en la URSS.
El salo ucraniano figura en muchas obras de literatura, teatro y pintura rusa. En los últimos años, el salo se ha convertido en uno de los símbolos de la cultura ucraniana, así como objeto de experimentos culinarios: ya es popular el salo de chocolate.