La guerra comercial entre Estados Unidos y China se ha intensificado a través de la imposición de un nuevo arancel de un 25% sobre las importaciones industriales provenientes de China. Frente a la amenaza de Xi Jinping de contraatacar, el presidente Donald Trump amenazó con poner aranceles adicionales sobre productos chinos, que representan casi la mitad del comercio entre las dos naciones.
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A causa de los aranceles impuestos sobre los productos chinos, las empresas norteamericanas tendrán que pagar más por las importaciones provenientes de China. Por esta razón, la Cámara de Comercio de Estados Unidos advirtió que la guerra comercial afectará a la manufactura, la agricultura y los consumidores. Los productores estadounidenses verán, al enfrentar mayores costos, socavada su competitividad en el plano internacional, con lo cual, podrían ver reducida su participación en varios mercados.
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Los productos con un elevado contenido tecnológico representaron apenas un 8,1% de las exportaciones de Estados Unidos hacia China en 2016. Por lo tanto, la proporción seguirá siendo poco significativa después de la imposición de aranceles sobre los productos chinos, que indudablemente intensificará la incertidumbre en los intercambios comerciales. Con la política agresiva en contra de China, la cooperación tecnológica entre las empresas de China y Estados Unidos se vislumbra imposible a corto plazo.
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En cambio, los negociadores norteamericanos insisten en disminuir el déficit comercial a través del incremento de la compra de materias primas (carne, soja y gas) por parte de las empresas chinas. Por su reducido valor, estos productos no podrán disminuir significativamente la brecha comercial con China. Además, ante la posible fuerte respuesta del Gobierno chino de imponer aranceles sobre los productos del sector agrícola de Estados Unidos, las compras disminuirán y, por consiguiente, se anulará la posibilidad de comenzar a reducir el déficit comercial.
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De la misma forma, la inversión china disminuyó de manera significativa en Estados Unidos, llegando a un monto de apenas 29.000 millones de dólares el año pasado. Para defender su seguridad nacional, el Gobierno estadounidense canceló varios proyectos de infraestructura de empresas chinas, evitando que Pekín adquiriera tecnología de punta. Sin embargo, al cancelar los proyectos del gigante asiático, el Gobierno estadounidense perdió inversiones que habrían contribuido al crecimiento económico, la generación de empleos y la recaudación de impuestos.
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Interesadas en invertir en nuevas tecnologías, las empresas chinas aportarían el financiamiento necesario para que las firmas norteamericanas pudieran incrementar su productividad y, por ende, su competitividad global. Los flujos de inversión de China hacia Estados Unidos tienen todavía un gran potencial, tomando en cuenta que las empresas chinas tendrán que producir una diversa gama de bienes y servicios sofisticados para la clase media.
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Por añadidura, la política agresiva de Trump está cerrándole la puerta a Estados Unidos en Asia. Esto responde a que China ensambla una cantidad importante de sus productos con la colaboración de los países asiáticos para luego exportarlos a Estados Unidos. Al imponer aranceles sobre los productos de China, el presidente estadounidense está imponiendo barreras comerciales de forma indirecta sobre las mercancías de los demás países de Asia, que mantienen fuertes vínculos con el gigante asiático.
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Una intensificación de la guerra comercial, tal como lo plantea el mandatario estadounidense, no será tolerada por los países asiáticos, que colaboran con China en una gran diversidad de rubros, desde el comercio hasta la seguridad y la defensa. Es la postura proteccionista de Donald Trump la que en realidad representa una seria amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos, pues de no dar marcha atrás, será una fuerte embestida contra las propias empresas norteamericanas que seguirán perdiendo influencia en el continente asiático.
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