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¿Hay riesgo de hiperinflación en Argentina tras la subida de precios más alta en 32 años?

© Sputnik / Juan LehmannEl Mercado Central de Buenos Aires
El Mercado Central de Buenos Aires - Sputnik Mundo, 1920, 29.09.2023
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El 12,4% de inflación mensual registrado en agosto tras la devaluación de la moneda alimentó las especulaciones en torno a que la economía ingresará en un escenario disruptivo. A 33 años de la última y traumática hiperinflación, ¿hay razones para preocuparse por el advenimiento de un nuevo cataclismo económico?
Desde hace años los argentinos están acostumbrados a convivir con la constante remarcación en los precios de los bienes que consumen a diario. Si bien la idea de un cataclismo capaz de disolver la moneda aún aparece lejana en el horizonte, tras el brusco salto en los precios registrado en agosto diversos dirigentes opositores alertaron sobre el retorno de un fantasma traumático: la hiperinflación.
La voz más resonante que se expresó de este modo es la de Patricia Bullrich, candidata presidencial de la coalición opositora de Juntos por el Cambio, quien advirtió que "nos están llevando a una hiperinflación por una demanda electoral", en relación al paquete de medidas de alivio dispuesto por el Gobierno para paliar los efectos de la devaluación del 22% convalidada tras las exigencias del Fondo Monetario Internacional.
Si bien distan del 50% de alza de precios mensual que define a una hiperinflación, los últimos indicadores económicos exhiben el temporal que atraviesa la economía argentina. El 12,4% de inflación que arrojó agosto —que eleva la subida interanual al 124,4%, la más alta en 32 años— golpea con crudeza a una sociedad donde la pobreza alcanza al 40,1% de la población, con particular incidencia en los niños y adolescentes.
Si bien el Gobierno instrumentó el acuerdo de Precios Justos para fijar un tope del 5% en el incremento mensual de casi 50.000 bienes de consumo masivo, diversas consultoras auguran que el nivel de inflación mensual podría continuar siendo de dos cifras. Según un relevamiento del Centro de Investigación en Finanzas de la Universidad Di Tella, el valor que arrojará septiembre llegaría al 13,59%.
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Sin fatalismos

"A una hiperinflación no vamos a ir por esta suba en los precios. La devaluación se trasladó a la góndola casi de manera lineal: no hubo un salto que hiciera que la inflación pasara a duplicarse anualmente o algo por el estilo", explica a Sputnik el economista Francisco Cantamutto.
El investigador considera que el alarmante dato publicado por el Gobierno no supone un paso hacia un escenario absolutamente disruptivo. "Si bien se incrementó la inflación —una parte lo vimos en agosto y otra parte lo vamos a conocer cuando termine septiembre— hay una profunda diferencia entre un régimen de alta inflación y una hiperinflación", remarca.
"Una hiperinflación consiste en la disolución de la moneda como instrumento de referencia para el intercambio. Lo que vivimos es un régimen de alta inflación, con aumentos elevados y muy dañinos, pero no significa que se haya destruido la forma en la que organizamos nuestra vida. El riesgo está latente, pero no va a venir por una devaluación ni por un mayor déficit fiscal", destaca el analista.
La diferenciación entre ambos escenarios es compartida por el economista Ricardo Aronskind. En diálogo con Sputnik, el profesor de la Universidad de Buenos Aires explica que "la hiperinflación no ocurre de a poquito, como las subidas que estamos registrando o es que la inflación es del 8% mensual, después del 10% y luego el 12%. Ocurre de otra forma: los precios adquieren una velocidad completamente enloquecida".
"Lo que pasó con la devaluación es diferente, porque los precios respondieron a ese movimiento. Esto podría llevar a un escenario disruptivo en caso de mantenerse por inercia, es decir, al tomar a la inflación pasada como piso de referencia de los aumentos a implementar, pero esto no tiene nada que ver con una hiperinflación", apunta Aronskind.

Un fantasma en el espejo retrovisor

En Argentina la palabra hiperinflación es sinónimo de saqueos masivos, inestabilidad política y explosión social. Los picos de 1989 y 1990 —últimos episodios registrados— están grabados a fuego en el inconsciente colectivo.
En el primero de aquellos años, durante la presidencia de Raúl Alfonsín (1983-1989), quien cargó con la brutal herencia económica de la última dictadura militar (1976-1983), el Banco Central había agotado las reservas de dólares para satisfacer la demanda. El retiro del mercado cambiario disparó una fuerte depreciación de la moneda —en ese momento denominada austral— y la espiralización, que en mayo tocaría el 114% mensual, terminaría arrojando una subida anual del 4.923%.
Ante semejante cataclismo, Alfonsín se vio forzado a adelantar las elecciones y el traspaso de mando. Su sucesor, Carlos Menem (1989-1999) enfrentó una situación análoga a inicios de 1990, cuando se registró un pico de inflación interanual del 1.343,9%.
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Con ese telón de fondo se impondría una drástica medida hacia 1991: la convertibilidad, que fijaba una paridad cambiaria entre el peso y el dólar, sostenida mediante el endeudamiento externo y la privatización de empresas públicas.
El impacto social generado por la traumática experiencia enciende las alarmas con apenas escuchar la palabra prohibida. Según Aronskind, existen diferencias entre aquel escenario y el actual.
"Las hiperinflaciones en el país obedecieron a una explosión en el dólar, que disparó un ascenso imparable en las remarcaciones de precios. Pero durante años convivimos con subidas del 15% o 20% mensual, y eso no explotó en hiperinflación", apunta el economista.
El investigador señala que "durante toda la década de 1980, la economía funcionó con una inflación igual o mayor a la actual, y no hubo hiperinflación recién hasta el final. La hiperinflación empezó con corridas cambiarias diarias".
Pese a las sustanciales distinciones a remarcar, el analista identifica algunos puntos en común entre ambas coyunturas: "En los dos casos se trató de un Gobierno muy debilitado frente a presiones especulativas de una devaluación. Sin embargo, esta gestión tiene otros canales de diálogo con el empresariado. Además, los organismos internacionales no parecieran apostar por el caos económico, ni siquiera el Fondo Monetario Internacional".
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La pregunta del millón

El margen de maniobra del que disponga el equipo económico conducido por el ministro y candidato presidencial Sergio Massa —quien afrontó la sequía más brutal del último siglo, con pérdidas estimadas en 21.000 millones de dólares—, resultará clave para contener las presiones hasta que asuma el mandatario que suceda a Alberto Fernández.
"La inflación viene creciendo sostenidamente y la mayoría de los actores ya se habituaron a la necesidad de estar corrigiendo rápidamente los precios. Entonces hay un componente inercial fuerte. Es claro que este Gobierno no tiene la capacidad ni la fuerza política para validar un acuerdo de precios sostenible en el tiempo", dice Cantamutto.
Sin embargo, la incertidumbre no caduca el 10 de diciembre, fecha de traspaso de mando, sino que las propias propuestas barajadas por los demás contendientes a la presidencia podrían contribuir a una profundización del problema.
La idea de levantar las restricciones que rigen para el acceso a monedas extranjeras —llamado "cepo al dólar"—, promovida desde los espacios opositores, podría favorecer un salto en el tipo de cambio.
Según Aronskind, "liberar el cepo implica que se venden dólares sin restricción, aun cuando escasean. Eso llevaría a una brutal suba de precios".

"Calculadoras como la del Centro de Economía Política estiman que si se libera el cepo, el dólar podría llegar a cerca de los 3.000 o 6.000 pesos, que es más de cinco veces lo que cotiza hoy el [cambio] paralelo. A menos que efectivamente se logre seducir a una entrada masiva de dólares, el riesgo de una hiperinflación está", completa Cantamutto.

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