- Sputnik Mundo, 1920, 11.02.2021
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La vuelta al mundo en moto de una mujer española a sus 58 años: "Estando mala soñaba con eso"

© Foto : Cortesía de Marta InsaustiMarta Insausti, motera, en la frontera de Tailandia
Marta Insausti, motera, en la frontera de Tailandia - Sputnik Mundo, 1920, 27.02.2022
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Marta Insausti decidió recorrer el globo sobre dos ruedas después de superar un cáncer de mama, cerrar la empresa en la que trabajaba y con sus hijos ya criados.
Esta historia venía destilada bajo las mejores condiciones. Sus ingredientes habían sido seleccionados con cuidado y macerados a lo largo de los años. En la base, como siempre, estaba la pasión, nutrida desde la adolescencia. Y de aderezo, los imprevistos de la vida y su evolución natural: una enfermedad, una crisis económica o el transcurso del tiempo, que libra de obligaciones domésticas. Con estos factores, que podían haber jugado en contra, se armó el resultado: una vuelta al mundo en moto sin acompañantes ni remilgos.
Marta Insausti, de 58 años, vio cómo todo se disponía en orden para emprender su sueño. A pesar de la edad, de los reveses cotidianos o de ese hormigueo que aflora en el estómago al abocarse sin freno por un precipicio. Porque, aparte de definirse con los términos objetivos de "mujer, madre de dos hijos, empresaria y séptima de ocho hermanos", a esta madrileña también le gusta calificarse de peleona, empresaria o, lo fundamental, lo que escribe en mayúsculas: motera.
Y esa osadía mezclada con un monstruo de dos ruedas puede terminar en un viaje de dimensiones planetarias. Algo que Insausti no desaprovechó: en 2019 agarró su bicho de 400 centímetros cúbicos y se lanzó a atravesar la geografía mundial. Salió desde su casa de Madrid en dirección la India, pero como no quería volver por el mismo tramo, decidió que iba a seguir hacia el este. Un puñado de países después –Myanmar, Tailandia, Nueva Zelanda…– aterrizó en Chile. Allí le pilló el tramo más duro: un confinamiento incipiente por culpa del coronavirus. Por suerte, y de milagro, alcanzó un vuelo de regreso a España. Y ahora, dos años después, está a punto de remprender ese círculo que dejó en un inesperado stand by.
"Tengo la duda de si voy a tener la misma energía, que llevo dos años de desaceleración", advierte Insausti a Sputnik a pocas jornadas de retomar las alforjas. En realidad, lo está deseando, a pesar de que no le entusiasma la idea de lidiar con el jet lag o con aviones transoceánicos para iniciar el periplo. "Me gusta irme desde casa e ir cruzando los husos horarios según avanzo, con esa sensación de adrenalina las 24 horas", justifica.
© Foto : Cortesía de Marta InsaustiLa motera Marta Insausti durante un repostaje de gasolina en Pakistán
La motera Marta Insausti durante un repostaje de gasolina en Pakistán - Sputnik Mundo, 1920, 23.02.2022
La motera Marta Insausti durante un repostaje de gasolina en Pakistán
Antes de las últimas reflexiones en España, Insausti cuenta cómo llegó hasta este momento. Podría haber sido una chispa repentina, pero fue un proceso largo. "Desde pequeña andaba con una moto que había en casa y me fui aficionando", rememora. Era una Vespa, con la que hizo sus pinitos apretando en manillar.
"Luego ya vi que me merecía otras mejores", comenta, enumerando algunos de los modelos con los que ha ido probando. A medida que ampliaba la cilindrada o el catálogo de marcas, se prolongaban sus escapadas. De la zona de Moncloa donde residía a mañanas por la sierra u otros lugares del país. "Pero tampoco he sido de grandes viajes en moto. Sí que he hecho algunos con mis hijos, pero de avión y hotel", puntualiza.
Hasta 2012. Se juntaron en aquel número del calendario varias cosas. Insausti acababa de divorciarse, en España arreciaba la denominada recesión económica y las visitas al médico daban con el gran revés: le diagnosticaron un cáncer de mama. A los acontecimientos domésticos le sucedieron los sanitarios. Con una mastectomía para atajar el tumor y una temporada de quimioterapia en liza, esta mujer empezó a imaginar otros escenarios.

"Del tratamiento estuve a punto de morir, de verdad. No me podía mover de la cama, hecha polvo, y cerraba los ojos. Entonces me subía en la cabeza a la moto y conducía por la montaña. Y aunque parezca de broma, olía el bosque, me daba el aire… Así vi que eso era lo que me salvaba. Lo que de verdad significaba algo", describe Insausti.

Volvió a la actividad en la escuela donde trabajaba. Apretaba la crisis y sus socios decidieron cerrar. Era 2013, la cumbre de ese periodo en que paro, desahucios, mareas o recortes eran las palabras del desayuno. Aún le faltaba una temporada para dar carpetazo a la empresa: como quedaban cursos y alumnos por terminar, hicieron un plan que duró hasta 2017. Y ya, por fin, el vacío y la decisión. "Hubo un momento en que parecía que nos habíamos salvado, pero no. Y de la mañana a la noche estaba sin nada. Con esta bofetada, me quedé sin fuerzas", relata.
© Foto : Cortesía de Marta InsaustiLa motera Marta Insausti en un camino de Myanmar
La motera Marta Insausti en un camino de Myanmar - Sputnik Mundo, 1920, 23.02.2022
La motera Marta Insausti en un camino de Myanmar
De repente, no había agarres pero tampoco obstáculos. Sus hijos superaban la veintena, de la enfermedad sólo quedaba una pastilla preventiva y el horizonte laboral parecía lejano. Se le añade su participación desde hacía años en la Fundación Vicente Ferrer, ubicada en Anantapur, al sur de la India. "Pensé en darme un tiempo. Luego en aprovechar para visitar la oenegé. Y como me daba pereza ir y volver por el mismo sitio, me imaginé dando la vuelta", anota.
Una elucubración que tuvo consecuencias en su cabeza. "Por una vez, me dejé llevar por la parte más irracional y pensé en marcharme", sostiene. De Madrid saldría hacia Italia, Serbia, Turquía, etcétera: los países se multiplicaban en el mapa como harían posteriormente los sellos del pasaporte. Preparó la moto (tuvo que descartar una Harley con la que se movía porque en Irán le pondrían pegas al ser un vehículo americano) y partió. Sumó otro aliciente: recaudar fondos para la Fundación Vicente Ferrar y para la asociación CRIS Contra el Cáncer.
"Quería ir rondando hasta la India, aunque había países conflictivos", defiende. Uno de ellos fue Pakistán. Allí la escoltaron en la región de Baluchistán, frontera con la India. También tuvo una de las grandes anécdotas del viaje: "Allí la policía acompaña a los extranjeros porque es un sitio peligroso. Y coincidí con Víctor, un chico catalán más joven que iba en bici. Pues dieron por sentado que era su madre y nos ponían juntos para todo: en la comida, en la habitación…", ríe.
Otra historia habitual es la de aquel guardia fronterizo de esa misma zona que no se creía que viajara. "Me preguntó si iba sola y cuando le dije que sí no lo creía. Se echaba las manos a la cabeza. Me contó que su madre era mayor y no había salido nunca sola de casa, y me pidió una foto para mandársela. Luego siguió preguntándome cada cierto tiempo qué tal estaba, pero por un malentendido en los mensajes de texto, dejó de hacerlo", explica, subrayando que casi todo ha sido positivo: "Solo tuve una mala experiencia en Estambul, que intentaron entrar donde estaba durmiendo, y ver la situación de las mujeres en Pakistán".
© Foto : Cortesía de Marta InsaustiLa motera Marta Insausti, nada más llegar a la Fundación Vicente Ferrer
La motera Marta Insausti, nada más llegar a la Fundación Vicente Ferrer - Sputnik Mundo, 1920, 23.02.2022
La motera Marta Insausti, nada más llegar a la Fundación Vicente Ferrer
Viajar, repite, es "maravilloso". Por eso continuó por Myanmar o Tailandia hasta que tomó un avión a Nueva Zelanda y de allí a Chile. "Nada más pisar Santiago estaba en las protestas contra el aumento del precio del transporte. Y ya se oía lo del COVID-19. En Europa se empezaba a confinar a la población, pero allí me decían que no se iban a atrever", comenta. A los pocos días, cuando abandonó la capital y llegó a Valparaíso, la situación cambió. "En el hotel me dijeron que lo cerraban, que todo el mundo se quedaba en casa", apunta.
Se puso en contacto con algunas moteras por las redes sociales y consiguió que una de ellas le guardara su moto. Luego logró comprar un vuelo a España. De los últimos que salían. "Estaba lleno y me costó un pico", señala Insausti. Lo que ocurrió después es menos particular: como medio mundo, restringió sus movimientos en Madrid, surfeó distintas olas de virus y, por fin, se marcó otra fecha. En marzo toma el avión hasta donde dejó su medio de transporte. Su sueño.
Insausti enfilará la Panamericana en dirección sur e irá improvisando. "Cada día recorro unos 250 kilómetros. Hago turismo, tomo fotos y planifico lo siguiente", concede. Nunca ha dejado de sentirse respaldada. Ni cuando lo verbalizó ante sus hijos por primera vez ni cuando charlaba con amigos o familiares. "Pensaban que podía con todo, porque me habían visto años y años trabajando sin parar", argumenta ante la segunda parte de un reto que le permitió mostrar por videollamada el monte Ararat a su madre antes de que falleciera durante el confinamiento o compartir rincones iraníes con su hija.
Y que la tendrá otros meses de ruta. Sola, rozando los sesenta años y con una máxima muy clara: que si se vuelve a ver al borde de la muerte, pueda decir "que me quiten lo bailao". La secunda el sociólogo David Le Breton en su reciente libro Caminar la vida, que dice: "Como Ulises, a veces tenemos que dar la vuelta al mundo y perdernos en mil locuras antes de regresar a Ítaca. Aun cuando la salida estuviera desde un principio en una ladera de una colina de al lado o en las orillas del río a dos pasos de casa, hacía falta ese desvío, a veces hasta el fin del mundo, para tomar consciencia de ello".
© Foto : Cortesía de Marta InsaustiMarta Insausti, motera, en una ciudad de Irán
Marta Insausti, motera, en una ciudad de Irán - Sputnik Mundo, 1920, 23.02.2022
Marta Insausti, motera, en una ciudad de Irán
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