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Tengo la suerte de haber disfrutado de la amistad de un Forqué

© AFP 2023 / Jorge Guerrero / FILES-SPAIN-CINEMA-FORQUE-OBITVerónica Forqué
Verónica Forqué - Sputnik Mundo, 1920, 15.12.2021
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Sí, solo de uno de ellos. Mi jefe durante un tiempo fue Álvaro Forqué, hermano de Verónica e hijo de José María. Álvaro falleció en 2014 y su hermana Verónica ha comentado varias veces que no llegó a superar su repentina muerte. Ahora que todo apunta al suicidio de la artista, recordamos a Álvaro.
Lo curioso es que aquel productor de TV que me contrató y me permitió ganar la única negociación de salario que tengo a mi favor se convirtió en una figura paterna y fraterna a la vez, que me pagaba, me hacía reír y resulta que sacaba lo mejor de mí mientras hacíamos documentales para televisión.
Mi Forqué era como lo que leo estos días sobre los Forqués. Descripción que, por cierto, concuerda con lo que el propio Álvaro me contaba sobre su familia. Así que, según mi experiencia, un Forqué se definía por ser una persona brillante, desprendida y tenía tesón de currante y talento de bailarín. Era estoico ante los reveses y demasiado humilde –hasta pasota– ante los éxitos. Y, sobre todo, era un caudal de anécdotas, nombres y recuerdos que alimentaba, un cuenta cuentos de toda la vida.
Mi Forqué, Álvaro, me hizo entender mucho de España y percibir los matices de la transición. Su existencia implicaba que no podía no haber existido una movida madrileña, ni una democracia, ni un grito de escapatoria al blanco y negro de la dictadura, con alguien como él, todo eso tenía que pasar.
Álvaro tenía mil historias: en la Universidad, junto a un amigo se subieron a un autobús de línea y lo secuestraron en "nombre de la revolución estudiantil". Esa revolución le llevó a dormir en el calabozo cuando aún era un chaval. Después se libró de la mili por su mala vista y decidió salir de España.
La suya era una posición casi distinguida. Intuyo que igual que la de Verónica. Eran hijos de artistas, acostumbrados a vivir en la opulencia y al borde de los números rojos, casi sin transición entre un estado y otro. Muy joven, se fue a vivir a Roma donde se emparentó con la hija de un gran productor de cine. Vivía en una casa que estaba amueblada con los stocks de los rodajes de Hollywood, entre bromas me contaba sus amoríos mientras llevaba los ropajes de Ben–Hur.
También contaba relatos crudos, como cuando retornó a España. Había estado bastante tiempo de tourné por el extranjero, pasó largas temporadas en la India dónde abrazó el misticismo y el karma oriental que los jipis popularizaron y que hoy la psicología baratuna ridiculiza. Pues bien, cuando regresó a España se topó con la cara B de la eclosión de libertad. Muchos, demasiado amigos, tenía ya enganchados a drogas cuyo daño desconocían. "Solo me quedan vivos los más jóvenes", me contaba sobre sus coetáneos.
Las historias de Álvaro, quien haría carrera como director de cine y sobre todo de publicidad, eran como rodajes a medio camino entre un realismo social crudo y las comedias frescas y coloridas que su hermana protagonizó. En cualquier caso, la suya era una familia sin muchas sombras en apariencia. Adoraba y admiraba a Verónica. Hablaba de ella con magia, como si todos supiéramos todo de Verónica, cómo si debiéramos saberlo, porque, al fin y al cabo, ella es patrimonio nacional y de ella solo podía emanar una luz cálida y reconfortante.
Él irradiaba la misma luz y la misma sabiduría hilarante que te permitía hablar de todo, meterte en cualquier polémica que en las tertulias suena a sables, pero que con él consistía en bocanadas de comprensión y curiosidad por el otro. No era más que amor, así de fácil.
La actriz Verónica Forqué, posa en la alfombra roja en la 35 edición de los Premios Goya en el Teatro del Soho CaixaBank de Málaga a 6 de marzo del 2021 - Sputnik Mundo, 1920, 13.12.2021
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Sé que Verónica era así. Incluso, cuando a ella le tocó contar la muerte de Álvaro en la Nochevieja de 2014, lo contó tirando de comedia: lo hizo en un plató, con un cómico "se fumó un porro y se murió". Me meo solo de pensar en la carcajada de Álvaro viendo a su hermana dejar fuera de cuadro a Terelu Campos y sus tertulianos. Él no habría permitido hacer drama.
Ahora, pienso que era tan inteligente y sobrao que volaba por encima de la realidad y todas sus penalidades. Cuando yo le conocí tenía una empresa lo suficientemente pequeña y familiar como para aceptar a un chaval como yo. Cuando la empresa terminó, agotada de las miserias de un sector que exigía más colmillo y frialdad que talento, seguimos trabajando juntos, literalmente por amor al arte.
Estuve en su casa, en la sierra de Madrid varios días, todo el día inventando sin producir. Jugando. Creo que esa manera de ser, elegante y feliz, tratando de no llenarse de la mierda mundanal, lo llevó a morir con discreción en su sofá. No pude despedirme de él, ni de Sensi, su pareja, ni de su gato Juanito. Cómo solo me dejó felicidad y buenos recuerdos, nunca me dolió mucho su muerte repentina. Hago como si no hubiera pasado. Pero que Verónica se vaya, arrastrada por el dolor y el suicidio es demasiado, incluso para su memoria.
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Hoy hay dos Forqués menos en este país y eso, quieras que no, conociéndolos, nos envilece bastante. Somos menos elegantes, menos sabios, sonreíamos y reímos menos, quizás porque escuchamos poco y tuiteamos demasiado, quizás porque esperamos demasiado de nosotros mismos, como si fuéramos galgos a la carrera por un premio que, algún jurado o veredicto –ya sea desde la tribuna de Masterchef o desde la tiranía de likes— debe darnos. Somos la sociedad del juicio donde todo se evalúa y donde los versos libres vuelan lejos… como si siempre esperáramos una palmadita en la espalda, un mejor trabajo o un aplauso cerrado.
A los Forqués, este mundo no les cuadraba, de verdad creo que nunca les importó demasiado el qué dirán. Solo querían ser felices y, si así gustaban, bien por los demás.
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