Salieron a la calle. Gritaron. Terminaron carreras y másteres universitarios. Portaron pancartas que decían: Sin casa. Sin curro. Sin pensión. Sin miedo. Y algunos se marcharon del país. Con la promesa, quizás, de volver en tiempos mejores. Los millennials, esa generación nacida entre principios de los años ochenta y noventa del pasado siglo, fueron los más afectados por la recesión iniciada en 2008. Ahora, una década más tarde, vuelven a enfrentarse a otra debacle económica global.
Hablamos de ERTEs (Expedientes de Regulación Temporal de Empleo), de subsidios y de un regreso a una nueva normalidad desconocida, sin ni siquiera saber cuándo empezará el curso escolar o cómo podremos movernos por el territorio nacional. La incertidumbre se posa sobre la población y, en especial, sobre este sector en torno a los 30 años. La crisis bursátil de hace una década les pilló buscando un lugar donde desarrollar su carrera laboral o tratando de emanciparse. Y truncó muchas de estas trayectorias, invitando al éxodo o a formar parte del llamado precariado, encadenando contratos temporales con un salario ajustado.
Mejor que sus abuelos, peor que sus padres
Ramón Muñoz, autor de España, destino tercer mundo (Deusto, 2012), definió a la generación millennial como la que "va a vivir mejor que sus abuelos, pero peor que sus padres". En la balanza se colocaban las libertades con las que habían crecido, la bonanza económica y una multitud de opciones vitales contra la dificultad de estabilizarse en un puesto de trabajo o de adquirir una vivienda.
Hasta hace un par de años, Lourdes no notó que sus amigos y gente más cercana hubieran salido de la crisis. Esta gaditana de 30 años también empezó entonces a levantar el vuelo: a principios de la década se marchó a Alemania, nada más graduarse. Regresó a Sevilla y luego a Madrid, alternando trabajos como figurante en series o de atención al público. "Mi compra al mes era de 60 euros. Comía arroz y lonchas de pavo", rememora. Consiguió un trabajo en una empresa de derechos de autor y, según describe, se acomodó.
"Vino el Covid-19 y a la calle. Conclusión: adiós, Madrid", sentencia Lourdes, que se ve como una "generación perdida".
"Yo soy de las que salieron de la facultad y la crisis le dio un bofetón", argumenta Paloma Torrecillas, periodista. "Había visto cómo mi hermano, también del gremio, estaba trabajando sin problemas y yo no. Hice un máster de radio en el que antes se contrataba a la mayoría de alumnos y cuando salí apenas se quedó nadie de la promoción", rememora a sus 34 años.
Torrecillas, que "de la noche a la mañana" se vio sin ingresos por la emergencia sanitaria, incide en el problema de la incertidumbre. "No sé qué seré mañana, mientras que mi madre a mi edad ya era funcionaria, a mí me genera ansiedad pensar a largo plazo", analiza.
Y agrega: "Además, nuestra generación siempre ha tenido unas expectativas de crecimiento y de evolución muy altas, pensando que íbamos a vivir bien, tener un piso, ir de vacaciones, comprar un coche… Y, aunque no diría que es una frustración, sí que genera cierto estrés esforzarte a diario solo para que te sigan llamando o te paguen una mierda. Porque nos hemos acostumbrado al 'no' permanente".
Como ella, sus coetáneos soportan esta disminución de calidad de vida. En 2008, los jóvenes de entre 25 y 29 años tenían un sueldo anual, con el IPC actualizado, de unos 19.400 euros de media. En 2017, esa misma franja de edad ganaba de media 16.400 (un 15% menos). Lo mismo ocurre en el siguiente tramo, de 30 a 34: de 23.000 euros que ganaban de media se ha pasado a 20.000 euros (un 15% menos).
"Me agobia mucho no saber si voy a poder vivir en mi propia ciudad", lamenta Torrecillas. Es más, lejos de amainarse, el precio estatal del alquiler subió en abril un 1,7% con respecto a marzo. Situándose en un 10,9% más caro que en el mismo mes del año pasado, según los datos del Índice Inmobiliario Fotocasa.
Coordenadas que dificultan una eventual mejora. El Banco de España prevé ahora una caída que oscila entre el 9,5 y el 12,4% del Producto Interior Bruto en función de cómo se desarrolle la situación. Ángeles Rubio, titular del Departamento de Economía de la Empresa en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, cree que hay diferencias entre esta crisis y la anterior.
"La del 2008 fue una crisis financiera, de confianza en el sistema financiero, por el rumor de las hiptecas subprime, de desconfianza crediticia que hundió los mercados de capitales internacionales. Aquí lo que está en juego es la capacidad de ponerse en marcha el sector productivo lo antes posible y con las menores rémoras por la crisis sanitaria, que en el caso español será difícil porque el turismo seguirá teniendo grandes dificultades por esta causa", examina la docente e investigadora.
En España, los millennials van a tenerlo "bastante más difícil de lo que se anunciaba hace sólo dos meses, con el mayor número de becas Erasmus de la historia, con expectativas interesantes al terminar las carreras, y con trabajo más seguro para las profesiones no universitarias", esgrime Rubio. "Pero, igual que los Baby Boomers tras las posguerras tuvimos los planes de recuperación económica y conquistamos el Estado del Bienestar, de una crisis sanitaria 'parecida a una guerra' (dicen muchos) y con muchas más herramientas financieras y de planificación económica, debiera ser más fácil superar".
Belén Barreiro, socióloga y directora de la agencia 40db, considera por su parte que la edad es clave para resistir a una crisis. "No es lo mismo pasarla a una edad madura que más joven, porque te deja huella en tu imagen del mundo y genera muchas inseguridades. No te afecta igual cuando estás estable, a cierta edad, que cuando tienes el futuro por delante", afirmaba en el diario El Confidencial, señalando cómo las preocupaciones de los jóvenes están variando: si la ecología o el feminismo se colocaban en los primeros puestos hace unos meses, ahora vuelven el paro y la economía. Se vuelve, quizás, a la casilla de salida. Al lema de Sin casa. Sin curro. Sin pensión. Sin miedo.