En caso de una guerra con Rusia o China, los aviones norteamericanos —los cazas de quinta generación F-22 y F-35— lucharían bajo el fuego enemigo de misiles balísticos y de crucero. También estarían expuestos a ataques aéreos de armas de largo alcance.
El concepto de los aviones que operan desde aeródromos sometidos al fuego enemigo no es nada nuevo, enfatiza Majumdar. Esta idea se remonta a la época de la Guerra Fría, cuando los países de la OTAN creían que el bloque comunista iba a llevar a cabo un golpe coordinado contra las bases aéreas de la Alianza.
"Hay muchas cosas que hicimos en la época de Guerra Fría —encubrimiento, camuflaje y engaño, también conocido como CCD, la reparación de aeródromos y el aumento de su operatividad—, así que hemos extraído muchas lecciones que podemos utilizar en el Pacífico", afirmó el coronel Max Marosko, vicedirector de Operaciones Aéreas y Ciberespacio en la sede de las Fuerzas Aéreas del Pacífico.
Marosko está convencido de que este modelo minimizará la vulnerabilidad de la Fuerza Aérea en un conflicto.
En su reciente publicación, Marosko subrayó que, para maximizar la supervivencia de los aviones de quinta generación, hay que dispersarlos en numerosas bases aéreas, civiles y militares, y "evitar la concentración de más de un escuadrón en cualquier lugar".
Para desarrollar este concepto, EEUU debe mejorar su logística e, incluso, desplegar aviones cisterna cerca de las bases en la región. Lo último supone una cuestión de vital importancia, puesto que los F-22 y F-35 son cazas de corto alcance.
La dispersión de 'los activos aéreos' norteamericanos puede ser una estrategia militar para que Washington mantenga su ventaja en el escenario del Pacífico y en el resto del mundo. De todas maneras, Rusia y China no se quedan muy atrás.
De aplicar este enfoque a los desarrollos actuales, resultaría más clara la razón por la que los estadounidenses vienen aumentando la cantidad de bases por todo el mundo. De hecho, podría tratarse de la preparación de una ventaja táctica.