Fue a principios de año, tras consultas realizadas en los últimos tres meses de 2016, y a propuesta del Congreso Nacional Indígena (CNI), que se aprobó el nombramiento de un Concejo Indígena de Gobierno (CIG) cuya voz se dejaría oír a través de una candidata que participaría en la contienda electoral del 2018. Lo haría de manera independiente, ajena a los colores de cualquier partido político tradicional, y a nombre del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y del CNI, organización creada hacia 1996 a instancia de los insurgentes zapatistas como "un espacio de unidad, reflexión y organización de los pueblos indígenas de México".
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"¡Nunca más un México sin nosotros!"
En un país como México, con una población indígena cercana a los 15 millones y diseminada en una quinta parte de su territorio, se había tardado el momento para que un candidato o candidata proveniente de esa masa irredenta dejara escuchar sus propuestas de cara a unas elecciones presidenciales. Aunque Marichuy —el inevitable hipocorístico de quien es también una diligente colaboradora de la Unidad de Apoyo a Comunidades Indígenas de la Universidad de Guadalajara— tiene escasas posibilidades de ganar, y tal vez ni siquiera deje unas estadísticas significativas de votos a su nombre. Lo relevante de su participación radica en que le regresará a la escena política mexicana lo que le han escamoteado décadas y décadas de impúdica partidocracia: una real representación ciudadana, una que incluya a toda esa población cuyos reclamos visibilizó la insurgencia zapatista, reclamos que la india tzotzil conocida como la 'Comandanta Ramona' convirtió en máxima hacia 1996, durante el primer Congreso Nacional Indígena: "¡Nunca más un México sin nosotros!"Si ello no fuera suficiente para ponderar su implicación en el proceso electoral del año 2018, María de Jesús Patricio Martínez personifica asimismo una forma de participación ciudadana más cercana a la esencia de la democracia que la que hoy secuestran con su ilusoria representatividad los partidos políticos tradicionales.
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Por demás, la voz de Marichuy, que es la de los 71 concejales que tiene en todo el país el CIG, no sería nunca —ni aunque se dejara tentar por los excesos adictivos del poder— una voz autoritaria. En el poco probable caso de una victoria, no sería ella quien gobernara en México, sino ese Concejo Indígena al que le pone rostro. En estos tiempos de democracias con desplantes dictatoriales, en tiempos de democracias envilecidas por el populismo 'a la diestra y a la siniestra', la opción de un modo de gobierno ajeno a los poderes tradicionales acaso pueda verse como la encarnación del sueño decimonónico de José Martí de esas formas nuevas para "regir pueblos originales, de composición singular y violenta" que no le adeuden a "leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de 19 siglos de monarquía en Francia". Como bien precisara el Apóstol de la Independencia de Cuba en su ensayo 'Nuestra América' —de donde provienen la cita previa y la que sigue—, "con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyès no se desestanca la sangre cuajada de la raza india".
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Y el viaje de Marichuy empezó hace muchos siglos con pasos quedos tras una Conquista que rebajó a servidumbre lo que fue señorío, continuó en sordina a través de una Independencia y una Revolución que trasmutaron la sumisión en marginación, y hoy prosigue y se escucha con fuerza grande en el reclamo del Congreso Nacional Indígena "a todas las personas de buen corazón a cerrar filas y pasar a la ofensiva, a desmontar el poder de arriba y reconstituirnos ya no sólo como pueblos, sino como país, desde abajo y a la izquierda, a sumarnos en una sola organización en la que la dignidad sea nuestra palabra última y nuestra acción primera".
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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