Lo poco que leyó sobre el asunto durante aquellos meses le hizo llegar a la conclusión de que "nadie escribía novelas sobre niños felices". Tampoco lo es la suya, Irene y el aire, publicada recientemente por Seix Barral. En ella, el autor español Alberto Olmos (Segovia, 1975) narra el primer embarazo de su pareja, Eugenia, y el nacimiento de su hija.
Por eso, Olmos se lanzó a recorrer ese camino de la gestación. A pesar de que a él no le hubiera interesado un libro sobre el tema en otro momento de su vida. "Recuerdo la sensación de no ser padre y la pereza que da el amigo-padre que solo te habla del niño", remarca a Sputnik en una terraza próxima a su casa, después de recoger a los suyos del colegio y con el borrador de un libro ajeno a medio editar: busca huecos para trabajar cuando puede, entre el trajín de las tareas cotidianas con una prole que cuidar.
📌 "Nacer quizá sea la única historia que merece la pena contarse." @alb_olmos #Ireneyelaire
— Seix Barral (@Seix_Barral) October 1, 2020
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La paternidad le consume gran parte del día y le ha trastocado otras aristas que trascienden lo doméstico. "Al tener hijos, el ver lo importante que son y cómo los tienes todo el rato en la cabeza, me sorprende cómo García Márquez, que es dios, o Vargas Llosa no hacen más pública la presencia de sus hijos. No les dedican los libros, nada", reflexiona. "Es que te cambia la sensibilidad", insiste, "antes, por ejemplo, cuando se moría un niño sólo te quedabas con el titular. Ahora te fijas y tienes muy de cerca el tema de la muerte".
Incluso le ha cambiado a la hora de escribir. Después de más de dos décadas en el oficio, bautizándose con A bordo del naufragio en 1998 (finalista del premio Herralde de Novela) y continuando con Trenes hacia Tokio (2006), Ejército enemigo (2011) o Alabanza (2014), Olmos duda de si volverá a fabular sobre ciertos temas.
"Todo lo que es sucio o erótico me da reparo. No sé si quiero ser un escritor de tacos o escenas sexuales, pero no porque luego lo lean mis hijos, sino porque de repente no me apetece", confiesa.
Con Irene y el aire, Olmos retoma el largo (sus publicaciones anteriores eran Guardar las formas, una recopilación de cuentos, y Cuando el Vips era la mejor librería de la ciudad, donde reúne algunas de sus columnas periodísticas) a lomos de una crónica pegada a la realidad, aunque se haya quejado del abuso de la denominada autoficción. "Me pareció una experiencia muy especial. Dentro de que todos hemos tenido una vida normalita —y de que yo nunca había estado en una situación de riesgo— me impactó estar en el filo de lo inevitable y de lo trágico. También me sorprendía que no hubiera tantos libros sobre esto", justifica.
Olmos agrega que "además, nadie tiene nada interesante que contar". "Hay quien cuenta cómo se toma un café. Y la pregunta es '¿a quién le importa tu rollo?'. Mi libro precisamente es autobiográfico, pero hay una intención de hacer cosas divertidas, poéticas…", puntualiza quien ha afirmado en otras entrevistas que "todo lo que no es paternidad es adolescencia" y considera que una mujer embarazada es una especie de barrera social.
La gente ya no rechaza premios. Se ha perdido esa elegancia revolucionaria.
— Alberto Olmos (@alb_olmos) October 5, 2020
En un capítulo de Irene y el aire, de hecho, se aborda el tema: Alberto Olmos describe cómo en las fiestas se deja de pintar nada si vas a tener un hijo y los asistentes solo te ven como un adorno al que dar la enhorabuena. La parejas embarazadas, sostiene, acuden pronto para largarse pronto. Y la mirada de los demás es una mezcla de alegría y compasión. Los hombres marcan a la mujer encinta como un objeto inaccesible y, por tanto, se desentienden de lo que suele ser la tónica de estas celebraciones: alcohol, ligoteo…
"No tengo ningún amigo varón con quien compadrear y hablar sobre esto, pero cuando era soltero sí que veía a la mujer embarazada como intocable. La percepción cambia mucho", señala al respecto.
Uno de los asuntos sobre los que se detiene varias veces en el libro es sobre las teorías alrededor del parto: natural o con anestesia, en vertical o en horizontal, etcétera. "La mitad son gilipolleces. Por ejemplo, ahora te regalan un walkie-talkie para que oigas a tu hijo llorar. ¡Si llora tu hijo lo oye todo el barrio! Todo el merchandising para bebés es una basura. Solo te tienes que preocupar de que mame o no y de cuatro cosas para alimentarle", comenta Olmos.
"El último argumento de este debate es que la gente sea adulta y libre, y eso es complicadísimo. La clave es no ser un simple payaso movido por la moda. La gente se olvida de que lo importante es que tu hijo nazca sano y no de que hay que molar", protesta sobre lo que considera un exhibicionismo perpetuo provocado por las redes sociales, que incitan a "una competición por molar más".
La gente, como no puede ser de otra manera, te valora solo por lo que escribes; pero sería curioso que se vieran a veces las condiciones y circunstancias en las que uno escribe un texto.
— Alberto Olmos (@alb_olmos) October 7, 2020
Sus impresiones abarcan desde lo relativo a la maternidad hasta las reseñas literarias aliñadas con socarronería y colmillo. Olmos genera controversia con sus publicaciones regulares en Zenda y El Confidencial. Suele atacar a ciertos sectores del feminismo ("lo que hace Irene Montero no sirve para nada. Es todo simbólico y no afecta a la vida de la gente", incide en la charla) y meterse en charcos dentro de su propio gremio, labrándose enemigos visibles.
Confiesa que solo se entera de las polémicas si ve muchas notificaciones o si se las dicen sus conocidos. "No las miro, porque no me pagan para eso. Y ni aunque me pagaran. No tengo tiempo. Porque esto se resume en una máxima fácil: nadie te obliga a ser un idiota enganchado a las redes sociales".
Se puso bueno el debate: "De hecho, me jugaría los 400.000 euros que yo no he ganado baboseando por los saraos literarios a que José Ovejero no sabe nada de literatura escrita por mujeres en el siglo XXI comparado conmigo. Absolutamente nada", dice Alberto Olmos. https://t.co/B7WhB40TFO
— Miguel Manrique 🚧 (@miguelmanrique) June 26, 2019
"Mucha gente puede pensar que soy un imbécil que se sienta todos los días pensando en qué puede escribir para molestar a alguien. Y no es así. De hecho, creo que se me agotarían los temas en cuatro meses. Lo que intento es sacar un punto de vista que no haya visto y tratar de contarlo con cierto humor, de forma ingeniosa", sintetiza. Quizás Irene y el aire entra en esta categoría, con un tema que antes no le hubiera interesado y con el final feliz que extrañaba en otras creaciones.