"Ahorraba plata y cuando podía siempre hacía escapadas, hacía viajes", recuerda Pablo.
Una cosa fue llevando la otra, y, con 25 años, su ánimo aventurero lo llevó a Londres, donde vivió hasta hartarse de la vida "estilo Piter Pan".
Inesperadamente conoció a una joven rusa, Katia, y aquel encuentro imprevisto le definió la vida: lleva un año viviendo a caballo entre Moscú y Buenos Aires, adaptándose a la vida moscovita y aprendiendo el idioma, que califica de "un pequeño desafío".
Mientras que reconoce que el aprendizaje del idioma "es una gran barrera", el carácter "frío" ruso no le espanta ni sorprende.
"Que no sonríen mucho no quiere decir que no sean felices", señala el argentino.
Aunque Pablo no sabe si algún día se irá para buscar suerte en otro ciudad o país, asegura que de momento se siente cómodo "viviendo el momento" en Rusia.