Las calles se vuelven empinadas en el barrio en que está Casa Tochán, en la zona Poniente de la Ciudad de México. La entrada al lugar tiene una extensa escalera hacia la casa, dónde hay más escaleras y niveles, que le dan un aspecto laberíntico. En Casa Tochán recibe a Sputnik Gabriela Hernández, quien coordina el albergue, que es distinto a muchos otros en la República mexicana, en donde casi todos están vinculados a instituciones religiosas.
Por lo demás, todo lo hacen sus ocupantes, desde los quehaceres cotidianos hasta la organización y reparación del espacio. La casa tiene 12 camas, pero en el momento en que Sputnik llegó, había el doble de huéspedes.
La otra diferencia de Casa Tochán con el resto de los albergues para migrantes del país es que no tiene un límite de tiempo de estancia, que en muchos suele ser apenas de tres días.
Gabriela Hernández explicó que ellos permiten que la gente se quede el tiempo que sea necesario para regularizar su situación migratoria en México o bien, medir el momento propicio para seguir camino hacia el norte y poder cruzar la frontera.
En 2011, el proyecto "nació de una necesidad real" en la Ciudad, explica Hernández, a la que "llegaban migrantes internacionales y no había un lugar apropiado para que se pudieran alojar".
Dos organizaciones que trabajan con migrantes en México, Sin Fronteras y Casa de Refugiados, tuvieron la iniciativa de convocar a quienes conforman el Comité Monseñor Romero, que habían trabajado durante la llegada de población refugiada en México en la década de 1980, entre los que estaba Hernández.
"Teníamos experiencia en haber recibido a los guatemaltecos y a los salvadoreños, pero es totalmente diferente recibir a gente que viene organizada, politizada; que no viene con el fin de llegar a EEUU, sino de salvaguardar las vidas por los movimientos revolucionarios que en ese momento se estaban dando, y que incluso tenían la intención de regresar a sus países de origen", relató.
Tradición de asilo
La historia de la casa cuenta también una parte de la tradición mexicana como lugar de refugio para personas de distintas partes del mundo, de españoles al fin de su Guerra Civil en la década de 1940, sudamericanos durante las dictaduras de 1970 y centroamericanos durante la década de 1980, huyendo de cruentos conflictos armados.
"La casa se compró en los años 80 para recibir a la población que venía huyendo de la guerra en Guatemala y fue así que llegó Rigoberta Menchú, cuando no pensábamos que iba a ser el premio Nobel de la Paz, acabando su familia de ser asesinada y de estar ella con la voluntad de seguir luchando por su grupo indígena. El edificio tiene tradición y fue comprado con el fin de que tuviera un servicio social", dijo a Sputnik, Gabriela Hernández, coordinadora de Casa Tochán.
Rigoberta Menchú es una lideresa maya-quiché, que fue desplazada de su pueblo luego de que su familia fuera brutalmente atacada, su padre asesinado y sus hermanos, secuestrados. Comenzó desde México un trabajo por la paz que le valió el Nobel en 1992.
Cuando se firmaron los acuerdos de Paz en Guatemala en 1996, casi todas las familias que ocupaban la que ahora es Casa Tochán, regresaron a su país. El lugar quedó en desuso hasta 2011, cuando la necesidad de una nueva migración la rehabilitó, junto al esfuerzo de los integrantes del Comité Monseñor Romero, que asumieron el desafío.
"El Comité es un colectivo muy pequeño de gente que se sostiene de trabajo voluntario y que paradójicamente no somos religiosos, aunque está coordinado por una religiosa de la Congregación Hermanas Auxiliadoras de México", explicó Hernández.
Parte de esa tarea también se debe a Víctor, otra alma mater de la casa, "guanaco" como se le llama a los salvadoreños, artesano carpintero, exiliado político de la guerrilla de su país de origen. Tiene entre sus reliquias un libro ilustrado con grabados de poemas de Roque Dalton, el gran poeta salvadoreño asesinado en 1975, y cuyo cuerpo continúa desaparecido.
Esta semana la Corte Suprema de Justicia de El Salvador aceptó reabrir la investigación acerca de su muerte tras dar cabida a un recurso de habeas corpus presentado por su familia, tras un año y siete meses de deliberaciones.
Desde la frontera sur
Esa tradición de asilo cambió en 2015, cuando por primera vez en su historia, México deportó a más centroamericanos que Estados Unidos.
Según los últimos datos publicados por la Unidad de Política Migratoria (UPM) de la Secretaría de Gobernación, entre enero y mayo de 2018 realizaron casi 55.000 detenciones de migrantes, que aunque es una cifra alta, no alcanza la de los 80.000 detenidos en ese período del año 2015, que en total sumaron 200.000 casos, el récord referido. Unos 30.000 eran niños.
Entre enero y mayo de este año, 12.500 niños y adolescentes han sido detenidos por el Instituto de Migración mexicano y, según los datos de la UPM mencionada, el 80% de ellos ya fue deportado a su país de origen.
"Si bien es una población que sale de su país de manera forzada como en los 80, no de forma voluntaria, viene en un contexto totalmente diferente. Son más jóvenes pero están más desorganizados, o totalmente desorganizados. Por el trayecto y lo que viven en su lugar de origen, llegan con desconfianza y les cuesta mucho poder confiar en el otro. Eso es una limitante, incluso para protegerse", explica a Sputnik, Gabriela Hernández, coordinadora de Casa Tochán.
Frente a la represión institucional que antes era tolerancia, la única manera más o menos segura de recorrer México es obtener una visa humanitaria, que se les brinda si la Comisión del Refugiado (COMAR) acepta estudiar su caso. Así, la COMAR está colapsada desde el sismo del 19 de Setiembre de 2017, con unos 8.000 casos pendientes de resolución.
"Si solicitas refugio y COMAR reconoce que va a estudiar tu caso, la ley dice que te pueden dar una visa humanitaria. Eso hace que aumente el número de las solicitudes, pero estoy convencida de que no es una permanencia para toda la vida, porque la cuestión económica [en México] no les alcanza, no les da", explicó Hernández.
Consultada si cree que haya alguna forma de detener la migración, la Coordinadora de Casa Tochán respiró profundo y soltó: "Creo que no". La entrevista se detuvo al llegar una camioneta con comida para donarles. Los dueños de un restaurante les envían canastas coloridas con frutas y verduras. Pronto, todos se animaron y organizaron rápidamente el pasamano para subir las cestas, una a una, en tiempo récord.