Lo hará, además, en un edificio histórico: la antigua residencia de Chiang Ching-kuo, hijo del líder del Kuomintang Chiang Kai-shek, quien huyó a Taiwán tras perder la guerra civil contra los comunistas de Mao. Tanta afrenta es difícil de digerir para muchos chinos, quienes se han levantado contra lo que consideran que es una venta de su legado al imperio extranjero de las hamburguesas.
El edificio de dos plantas construido en 1931 en la orilla del lago, a pesar de su incomparable localización, ha visto como los negocios que albergaba se acababan yendo.
La solución para las autoridades de Hangzhou es la oferta de la rama de cafés de la multinacional McDonald's. El plan propuesto incluye un centenar de sillas en su espacio de 335 metros cuadrados. "La residencia ha cambiado de propietario varias veces en las siete décadas pasadas. Quedan pocas cosas históricas", ha comentado Chen Wenjin, ex subdirector de la Administración Provincial de Patrimonio Cultural de Zhejiang.
La firma final está pendiente del plazo para tomar el pulso a la opinión pública y, a juzgar por las reacciones en internet, las autoridades tendrán problemas para su cesión.
Muchos usuarios lamentan la prostitución de los lugares históricos en lo que vendría a ser una colonización económica un siglo después de que China echara a las fuerzas extranjeras que la habían esquilmado. "¿Podemos convertir la casa de Mao en un KFC?", se pregunta un usuario en las redes sociales.
La juventud china es asidua de las cadenas de comida rápida estadounidenses que han abierto miles de establecimientos en toda la geografía nacional, pero su localización en lugares sensibles acostumbra a generar polémica entre los guardianes de las esencias.
En la Plaza de Tiananmén aguanta aún el primer establecimiento de KFC, abierto décadas atrás en un clima caldeado.
No tuvo tanta suerte un local de Starbucks instalado en 2007 dentro de la Ciudad Prohibida que durante siglos sirvió de hogar imperial y hoy es una de las mayores atracciones turísticas del país. Importó poco su discreción, sin apenas signos visibles desde el exterior. Rui Chenggang, un célebre y ultranacionalista presentador televisivo, lideró la campaña de protesta: "Esto no es globalización, es sodomización", bramó.
Volvió a exaltar a las masas después denunciando la puesta en marcha de un club para que los ricos pudieran disfrutar de uno de los salones más elitistas. "La vuelta del feudalismo", juzgó.
El furor ciudadano cerró el Starbucks, sustituido por un local chino de cafés de calidad incluso inferior, y años después Rui fue detenido por corrupto. Quizá las elecciones del pasado enseñen que es inútil oponerse al signo de los tiempos.
