Miles de supervivientes del Holocausto en Israel viven en la pobreza

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Hava Hertzkovic tenía 11 años cuando llegó a Palestina, en 1944, entonces bajo mandato Británico. Aún no existía el Estado de Israel, que se proclamó en mayo de 1948.

Hava, que había nacido en 1933 en Rumanía, llegó junto a uno de sus tres hermanos con un grupo de niños huérfanos que habían perdido a sus padres en campos de concentración nazis. Tenían permiso para entrar en el Mandato Británico, que en esa época rechazaba a los barcos que intentaban alcanzar la costa palestina repletos de judíos europeos que huían de la barbarie nazi.

Pasó dos años y medio en Transnistria, donde fueron deportados decenas de miles de judíos. A muchos los mataron de hambre. Algunos historiadores hablan de más de 400.000 judíos asesinados en Transnistria por el exterminio nazi.

“Yo era pequeña, pero me acuerdo de todo como si fuera hoy. Nunca lo podré olvidar”, asegura Hava a Sputnik en la ciudad israelí de Haifa, donde ha vivido desde que llegó a esta tierra. Nunca ha vuelto a Rumanía ni siquiera de visita.

Cuatro años después de que Hava se trasladara a Palestina, David Bengurion declaró la independencia de Israel, el 14 de mayo de 1948 y se convirtió en el primer ministro del nuevo país.

Al día siguiente llegaban al puerto de la ciudad de Jaffa tres barcos con supervivientes del Holocausto. A bordo de uno de ellos, el Teti, viajaba Yudit Rosenzweig, de 15 años. “Habíamos zarpado de Marsella (Francia) una semana antes. Cuando llegamos a Israel, empezaba la guerra aquí”, explica Yudit, que a sus 85 años camina despacio apoyándose en un bastón.

También ella, nacida en Brno (República Checa) recuerda todos los detalles del infierno que pasó en diversos campos de concentración nazis. “Primero nos llevaron al de Terezin (República Checa), donde mi madre, mi hermana y yo estuvimos un año y medio. Luego a Auschwitz (Polonia) y más tarde a Bergen-Belsen (Alemania), hasta que los británicos nos liberaron en abril del 45”, cuenta Yudit.

“Cuando llegaron los británicos, los alemanes ya se habían ido, huyeron el día anterior. Por la noche dejaron pan para los prisioneros y dijeron que era para comerlo al día siguiente. Algunos se lo comieron esa misma noche y murieron, estaba envenenado”, relata Yudit, que estuvo varios días trabajando como cocinera para oficiales británicos.

Yudit ha pasado la mayor parte de su vida en Haifa, pero ha viajado a su ciudad natal, Brno, en más de una ocasión. Tanto ella como Hava son viudas y aunque tenían pisos de propiedad y una familia que las arropa —hijos y nietos- decidieron irse a vivir a uno de los pequeños apartamentos que la ONG israelí Yad Ezer L'Haver y la International Christian Embassy Jerusalem (ICEJ) tienen en la calle Kassel de Haifa para alojar a supervivientes del Holocausto. Los beneficiarios de esta iniciativa son un centenar de ancianos.

“Muchos de ellos no tienen suficientes recursos, no están en una buena situación económica”, indica una representante de Yad Ezer L'Haver. “Les han subido las pensiones como mucho 300 shekels (poco más de 60 euros) y les dan más medicamentos, según el plan aprobado hace dos años por el Gobierno israelí, pero no es suficiente, es muy poco”, subraya la representante de la ONG.

Una encuesta del 2014 incluida en un informe de la Fundación para el Beneficio de las Víctimas del Holocausto mostraba que uno de cada cinco supervivientes se veía obligado a escoger entre pagarse la medicación o la comida.

El informe apunta que de los 190.000 supervivientes que hay en Israel ahora, unos 50.000 viven en la pobreza y el 45% de este colectivo se siente solo.

Hava y Yudit almuerzan todos los días a las 12 en el comedor colectivo donde se reúnen los ancianos supervivientes. También cenan juntos. “Así no estamos solos, nos hacemos compañía”, dice Hava.

“No me gusta estar sola, cada día recuerdo escenas horribles de la guerra, no puedo olvidarme, toda la vida he tenido pesadillas. A mi marido, que era húngaro, también superviviente del Holocausto, le pasaba lo mismo”, relata.

Hava y su esposo decidieron no hablar a sus hijos de lo que había sufrido en los campos de concentración nazis. “Era demasiado duro para unos niños”, señala.

Muchos judíos supervivientes de la barbarie nazi que se refugiaron en Israel escondieron durante años sus terribles experiencias por vergüenza o miedo a cual sería la respuesta.

“Al principio, en Israel nos recibieron mal, nos preguntaban por qué no habíamos hecho nada para evitar lo que ocurrió, por qué no nos rebelamos más contra los nazis. Como si hubiéramos podido hacerlo”, indica Hava con tristeza.

“A partir de la detención de (Adolf) Eichmann (uno de los responsables de la “solución final” ideada por los nazis para exterminar a los judíos) y su juicio en Israel, la gente nos empezó a mirar de otra manera y comenzamos a explicar todo lo que nos ocurrió”, apunta Hava.

Mientras mira las fotos de los campos de concentración y exterminio expuestas en una exhibición permanente en la calle Kassel, donde está previsto abrir un museo, Hava expresa su temor a que cuando se hayan muerto todos los supervivientes del Holocausto, este horror se olvide.

Ella y muchos otros supervivientes llevan su testimonio en conferencias a colegios, centros culturales y dan entrevistas a medios de comunicación. “Pero me temo que cuando no estemos, la gente no se acordará de nada”, vaticina.

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