Prensa rusa al día (5 de agosto)

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Moscú, RIA Novosti

 

 

Gazeta.Ru

 

Murió el hombre que hizo a Rusia abrir los ojos

 

Ahora que ha muerto Alexandr Solzhenitsyn, en Rusia no queda nadie para reivindicar el papel de autoridad moral y conciencia de la nación, señala hoy el diario moscovita Gazeta.Ru. Es el monopolio gasífero, no escritores ni científicos, lo que se presenta como patrimonio nacional, de modo que no hay cabida para ideales y héroes en Rusia.

 

Solzhenitsyn llegó a ser una autoridad moral porque no tuvo miedo de luchar contra un régimen brutal. Fue sometido a represalias pero sobrevivió y logró crear obras épicas sobre los campos de concentración del Gulag y la revolución rusa. Se opuso a una fuerza colosal que era sinónimo del mal absoluto para mucha gente de escrúpulos y con capacidad de reflexionar. Una fuerza que se tapaba con ideales compartidos por millones de personas.

Los tiempos que corren son muy distintos. Aunque Rusia ha retrocedido en estos últimos años en materia de libertades cívicas y económicas, el régimen actual no es comparable al de Stalin e incluso al de Brézhnev por su brutalidad  o por el grado de presión contra el individuo. Es infinitamente más fácil ahora oponerse al poder. Hay más libertad; la maquinaria represiva del Estado no funciona a la escala que tuvo en el período estalinista; y el país no persigue ningún objetivo global además de implementar la mítica Estrategia 2020.

Rusia se ha visto en una situación sin precedentes en varias décadas o hasta siglos. A la tradicional alienación del pueblo con respecto al poder se suman hoy un trasfondo de relativa prosperidad económica y la ausencia de objetivos claros en cuanto al desarrollo global del Estado. Son condiciones ideales para que la nación se vaya diluyendo a falta de intereses comunes e ideales inteligibles.

Resulta difícil reivindicar la autoridad ética en un país en que los anuncios publicitarios presentan a Gazprom como patrimonio nacional, y el voto contra el partido Rusia Unida o la no asistencia a las urnas durante las llamadas elecciones presidenciales se interpretan como una hazaña moral.

Luchador intransigente contra la ideología comunista, Alexandr Solzhenitsyn fue sin duda una autoridad moral. Eso sí, lo fue en mayor grado en la Rusia de antes que en la de hoy. En ésta no existe el comunismo que él odiaba, así que el escritor por poco llega a convertirse en un correligionario del régimen, por primera vez en su vida.

Este escritor disidente acumuló la totalidad de su capital moral en épocas distintas. Ahora que Solzhenitsyn se fue, sus compatriotas quedan en un desierto y tendrán que recuperar las directrices perdidas, crear ciertos oasis morales y dar origen a una nueva autoridad moral. A Solzhenitsyn nunca le habían escuchado tan poco como en los últimos años de su vida. Y este detalle en sí es un diagnóstico para la Rusia de hoy.

 

 

Izvestia

 

Traslado de Karadzic a La Haya confirma que Rusia no debe extraditar a Lugovói

 

El traspaso del antiguo líder serbobosnio, Radovan Karadzic, al Tribunal de La Haya es un acto de humillación nacional para Serbia, señala hoy el diario moscovita Izvestia. Este caso, según el periódico, confirma que Rusia no debe de ninguna manera extraditar al ex oficial de seguridad y, actualmente, empresario y diputado Andrei Lugovói, a quien Londres cree implicado en la muerte de Alexandr Litvinenko.

 

La entrega de Karadzic no se decretó porque la Justicia foránea tuviera un derecho incuestionable para juzgarlo, ni porque los jueces locales fuesen incapaces de discernir, si violó o no la Ley. Serbia lo extraditó a cambio de limosnas prometidas por Europa. Fue un trueque similar al que se practicaba en los antiguos mercados de esclavos, a pesar de que estamos ya en el siglo XXI.

Lo ocurrido con Karadzic evoca a la mente la demanda británica de extradición en relación con Andrei Lugovói, por su presunta implicación en el asesinato del ex agente Alexandr Litvinenko. Lugovói, con su trayectoria resbaladiza, no inspira siquiera la mínima simpatía y su elección a Duma de Estado difícilmente honra a la asamblea legislativa de Rusia. Es probable que los rastros de polonio sean más convincentes que las declaraciones de los enemigos políticos de Karadzic. Y sin embargo, todas estas consideraciones son irrelevantes. Rusia no extradita a sus ciudadanos.

No importa que  a Lugovói lo comparen con Ramón Mercader, el asesino de Trotsky. Lo importante aquí es su nacionalidad rusa. Y no es que el Estado deba cubrir a los criminales pero sí necesita juzgar por cuenta propia a sus ciudadanos. Cuando delega estas funciones, reconoce automáticamente su invalidez como Estado.

Si renuncia a ejercer el poder judicial ¿por qué no cede también otros ramos? ¿Por qué no encarga la redacción de sus leyes a otras naciones? ¿Por qué no invita a ciudadanos extranjeros a que vengan para gobernar, como sucedió en el Báltico? ¿Por qué no contrata a oficiales de otros países para controlar el Ejército nacional, como hizo Georgia?

Un Estado que actúa de esta manera, demuestra su incapacidad e inmadurez. Y queda relegado a una posición dependiente, de segunda categoría, para el futuro.

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