Un académico sueco disecciona las raíces de la política exterior de Rusia

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La percepción dominante de la política exterior del Kremlin en los medios y círculos políticos occidentales es que "es agresiva y revisionista". Eso se debe a un escaso conocimiento de su historia y de su política de seguridad, afirma un catedrático de la Universidad de Gotemburgo, Suecia.

Las acusaciones del Reino Unido contra Rusia por el caso Skripal desataron toda una discusión en los medios suecos.

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A pesar del historial de mentiras británicas con fines políticos, en particular, el caso de las 'armas de destrucción masiva' de Irak en 2003, en el caso Skripal, hemos visto "una campaña propagandista bien dirigida, durante la cual nadie ha planteado preguntas ni han dejado lugar a críticas", afirma Jens Stilhoff Sorensen, profesor del Departamento de Paz y Estudios de Desarrollo, en su artículo para Svenska Dagbladet.

Escuche: "Desde 1999, primero Kosovo, luego Afganistán, Irak, Libia y ahora Siria"

No obstante, en muchos casos se reincide en mostrar la misma imagen de la política exterior de Rusia como revanchista y agresiva, algo que el autor considera "un error radicado en un escaso entendimiento de la historia, la cultura y la política de seguridad rusa".

Una percepción incorrecta

"Rusia no es una potencia revanchista sino que está concentrando sus esfuerzos en mantener el 'statu quo' y proteger su soberanía y su esfera de intereses", afirma Sorensen.

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Las naciones occidentales suelen descartar la mera noción de 'esfera de intereses' como antigua y obsoleta, pero se puede refutar fácilmente "al tan solo imaginar la reacción de Occidente si Rusia coloca sus armas nucleares en Cuba o en el oeste de México".

La razón de tal modo de actuar se encuentra en la propia historia rusa. En múltiples ocasiones, Rusia se vio invadida por todas direcciones, incluidas  las potencias occidentales, recuerda el académico al evocar los ejemplos de las invasiones suecas en 1240 y 1706, las guerras napoleónicas de 1812 y la 'guerra relámpago' de la Alemania nazi en 1941.

Además: El caso Skripal, ¿otro episodio de la lucha contra la imaginaria 'amenaza rusa'?

"Todos estos eventos moldearon la percepción de seguridad en Rusia", algo que muchos políticos occidentales con escasos conocimientos de la historia suelen ignorar, señala el autor.

Una voz silenciada

Otro aspecto importante que influye en la política exterior de Moscú es "el sentimiento constante de ser ignorados y malentendidos".

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Cuando la OTAN empezó su expansión hacia el este, en algún momento incluso contempló —ingenuamente— unirse al bloque. Pero luego Rusia empezó a verlo con mucha preocupación, escribe.

Con la Unión Europea pasó lo mismo. En las primeras etapas de su historia Moscú buscaba ser parte de esta "casa común europea". Y nadie pensó en admitirla siquiera. La UE, a su vez, también empezó a ampliarse, integrando algunos de los países del bloque exsoviético pero jamás la propia Rusia.

"Para Rusia, la imagen de la UE en el ámbito de la seguridad política cambió. La membresía en la UE empezó a verse como un paso intermedio antes de ingresar en la OTAN. Moscú se vio obligada a trazar un límite: Ucrania y Georgia, dos territorios vecinos", explica el catedrático sueco.

La obligación de tener una ideología

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Tras la caída de la URSS la política exterior rusa quedó totalmente privada de cualquier componente ideológico, recuerda Sorensen. Era muy diferente a la de EEUU, en muchos casos dirigida a los 'cambios de regímenes' e invasiones militares de otros países.

La UE, también, introdujo un componente ideológico en su política exterior común, basado en los derechos humanos y la democracia liberal, entre otros.

"Ahora Rusia ha formulado su respuesta y ha declarado sus valores y normas: estabilidad, soberanía, civilización y cultura de tipo europeo. También se postuló como una potencia cristiana ortodoxa", cree el autor.

Con todo este fondo, las acciones de Rusia en Georgia, Crimea y Ucrania, así como la supuesta 'injerencia rusa' en las elecciones, "deberían verse como acciones de respuesta y un modo de hacer clara su postura", que es la de  "tenemos nuestros intereses en el tema de seguridad y vamos a protegerlos".

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Tras el ataque de la OTAN contra Yugoslavia en 1999 y el posterior reconocimiento de Kosovo en 2008, Rusia advirtió abiertamente que habría consecuencias. Las consecuencias se manifestaron en Georgia en el mismo 2008.

Más aquí: El crimen de la OTAN en Yugoslavia, el inicio de un camino macabro

La 20 Cumbre de la OTAN vio una invitación formal a Ucrania a unirse al bloque. Hubiera sido una locura permitir a la Alianza Atlántica arraigarse cerca de la Flota del Mar Negro rusa en Crimea, en su mayoría poblada por rusos, valora el catedrático.

"Rusia nunca impidió las relaciones económicas y políticas entre la UE y Ucrania, pero la membresía en la OTAN ya fue demasiado. Moscú no tuvo el lujo de poder ignorarlo", asevera.

¿Adónde va la situación actual?

Para Sorensen, durante más de dos décadas los países occidentales ignoraron Rusia y rechazaron verla como un actor importante para la seguridad de Europa y del mundo.

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Aplicando cada vez más fuerza, "el presidente ruso quiere demostrar que llegó la hora de tomarse a Rusia en serio, dejar de ignorarla y entablar un diálogo". Las consecuencias serían bastante serias ya que "el grado de antagonismo global va creciendo, en parte debido a las campañas mediáticas llevadas a cabo en los medios rivales".

La situación va empujando a Rusia a cooperar más estrechamente con China. Sin un diálogo es más difícil solucionar las crisis globales, como los de Oriente Medio y Ucrania.

Sorensen, personalmente, cree que "Moscú no es una superpotencia económica ni militar", pero admite que posee "varias herramientas de contención eficaces en caso de un conflicto" y que sus intereses de seguridad se deben respetar.

"A largo plazo, nuestro interés es que Rusia se oriente hacia Europa. El país que mejor que todos entabló buenas relaciones con Moscú fue Finlandia: se siente bastante protegida, pero siempre subraya el valor de respeto mutuo y buenos lazos", observó el académico.

Vale la pena aprender de la experiencia de Helsinki, concluye.

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