En las aceras se ven muchos refugiados africanos sentados o caminando, solos o en grupo. Algunos israelíes sostienen que estas calles depauperadas se han convertido en una jungla.
Cerca de 40.000 africanos viven en Israel en el limbo, la mayor parte de ellos en los suburbios del sur de Tel Aviv. El gobierno asegura que entró en contacto con dos países africanos —se supone que Ruanda y Uganda— a donde quiere expulsarlos. Dice que no será una "expulsión", sino que se le dará a cada refugiado tres mil dólares y se irán "voluntariamente". A quien no acepte este plan, le espera la cárcel.
Según las informaciones filtradas por el ministerio de Población y la dirección de Fronteras, Israel ha recibido 15.000 solicitudes formales de asilo y ha aprobado solo 11. Se da la circunstancia de que, en lo tocante a los refugiados de Eritrea, el número de aprobaciones de solicitudes de asilo que hay en Europa Occidental es de más del 91%.
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"El gobierno ignora todos los tratados internacionales que Israel firmó en este aspecto y continúa mintiendo a la gente", dice Michal Rozin, diputada en la Kneset por el partido liberal Meretz.
"Al gobierno le propusimos que dé trabajo a algunos millares de refugiados en distintas partes de Israel para acabar con esta situación en el sur de Tel Aviv, pero el gobierno solo habla de deportación y de prisión", dice Rozin en referencia a las dos opciones que se ha dado a los refugiados de Eritrea y Sudán.
"El gobierno nos quiere presentar como delincuentes, aunque la mayoría de nosotros sueña con regresar a Eritrea" dice Taklit Michael, un cristiano de 26 años que llegó hace 9 nueve años a Israel. "En Eritrea me detuvieron cuando tenía 17 años y me metieron en el ejército. Escapé a Sudán hasta que la policía sudanesa me hizo la vida imposible, y luego fui a Egipto, donde ocurrió lo mismo".
"En Israel vivo con un visado que tengo que renovar cada mes y estoy dispuesto a ir a la cárcel antes que regresar a Eritrea. No volveré a Eritrea bajo ninguna condición hasta que no haya un cambio de gobierno, porque actualmente no hay libertad", recalca Taklit, quien dice que sus ancestros eran judíos.
"Mi plan es estar en la cárcel durante todo el tiempo que sea necesario. En esas circunstancias no regresaré a Eritrea", insiste.
"Desde que llegué a Tel Aviv trabajo en cocinas de restaurantes y en el sector de la limpieza, pero nunca tuve ningún beneficio social. No quiero quedarme para siempre, sino solo hasta que mi país sea seguro para mí", dice Taklit, que habla con soltura hebreo e inglés y a quien le gustaría estudiar algún día en la Universidad.
La india Sofi Menashé, sin embargo, insiste en que ya no se siente segura en su propio edificio. "Vivo en un gueto en mi país. Por la noche tengo miedo. Todo el edificio está repleto de infiltrados africanos. Llaman a mi puerta y no les abro. Algunas veces están borrachos y otras son violentos. La policía ha instalado en mi casa un aparato que me permite avisarles cuando ocurre algo y los agentes vienen enseguida. Pero esto no es vivir".