Desde hace un año más de 230 palestinos han perdido la vida en esta ola de violencia. La mayoría eran agresores o presuntos agresores, según las fuerzas del orden israelíes, un argumento rebatido por los dirigentes palestinos que han denunciado en algunos casos "ejecuciones extrajudiciales". Además, han muerto una treintena de israelíes.
La mayoría de los ataques del último año se han perpetrado con cuchillos, en puntos de control militares israelíes o a la entrada de los asentamientos de Cisjordania.
En octubre de 2015 no pocos analistas políticos, activistas, periodistas y autoridades llamaron a esta ola de violencia tercera Intifada o Intifada de los cuchillos, pero poco a poco la palabra "intifada" ha ido desapareciendo de los discursos.
Hoy se cree más bien que no hay ningún movimiento organizado detrás de estos ataques, perpetrados por "lobos solitarios" cargados de aplomo que obran de forma desesperada.
"No estamos luchando contra Hamás u otros grupos armados. Nuestro enemigo es una persona que tiene una vida normal, que una mañana sale de su casa e intenta apuñalar a un policía o embiste a varios peatones con su automóvil", resumía recientemente el portavoz de la policía de Jerusalén, Micky Rosenfeld.
"Israel ha estado practicando un terrorismo organizado y una política de provocaciones sistemáticas contra el pueblo de Palestina y la actual situación es la consecuencia natural de décadas de ocupación, humillación, opresión y políticas racistas", opinó Saeb Erekat, secretario general de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
Según el Shin Bet, los servicios de seguridad interior israelíes, un 37% de los autores de los ataques de los últimos meses tenía menos de 20 años.
"Los jóvenes palestinos se sienten asfixiados por la ocupación israelí y decepcionados por sus propios dirigentes. Sufren humillaciones, no tienen trabajo y padecen una enorme falta de libertad", resume Rania AlJawi, psicóloga de la ONG Save the Children.
En Jerusalén, esta ola de violencia ha hecho más palpable desde hace un año la barrera invisible que separa Oeste israelí del Este palestino.
"En octubre cambiamos nuestras costumbres: los transportes públicos se vaciaron, evitábamos lugares concurridos, sobre todo con los niños… Pero tampoco puedes vivir así mucho tiempo. Ahora hay una sensación de normalidad en Jerusalén, pero el miedo está ahí", explica Noam Shavit, padre de familia israelí que hace sus compras en el centro comercial de Jerusalén.
A poca distancia, dos estudiantes palestinas con la cabeza cubierta con coloridos velos miran ropa en una tienda.
"A veces me siento escrutada, como si fuera a sacar un cuchillo y atacarlos. Hay muchos israelíes armados en las calles y eso también nos da miedo porque cualquier movimiento nuestro es considerado sospechoso. Da miedo venir al oeste", lamenta Rasha, estudiante de Derecho.
Y el miedo no sólo afecta a israelíes y palestinos. Según datos oficiales, las cifras de los últimos meses son las peores para el turismo en Israel desde 2012.