"Los siguientes diez días serán decisivos para afrontar la anexión. Es posible que nos veamos ante un dilema". Con estas palabras evalúa el portavoz de la Autoridad Nacional Palestina, Nabil Abu Rudeina, el período de incertidumbre que tiene Palestina por delante.
Y es que se acerca el 1 de julio, la fecha marcada por Benjamín Netanyahu, el primer ministro del nuevo Gobierno de coalición con el centrista Benny Gantz, para poner en marcha el proceso de anexión con el visto bueno de Washington.
Basándose en el llamado Plan de paz de Trump, dado a conocer a inicios de este año, un equipo de EEUU e Israel está trabajando en los mapas para llevar a cabo el proyecto de anexión de los territorios palestinos ocupados por Tel Aviv.
Se trata de gran parte de la superficie de Cisjordania que, originalmente, corresponde a Palestina pero que fue ocupada por Israel tras su victoria en la guerra de los Seis Días de 1967. Este acontecimiento ha marcado desde entonces un punto de inflexión en el debate sobre la delimitación de la frontera.
Mahmud Abás, el presidente de la ANP, planea acciones a varios niveles para hacer frente al proyecto israelí: empezando por casa, el presidente ha convocado protestas masivas por todo el territorio de Cisjordania para denunciar las anexiones.
A nivel internacional, Abás viajará a Moscú para tratar la cuestión con Vladímir Putin, el presidente de la Federación de Rusia. Es más, recientemente el mandatario informó de que elevaría la queja a la ONU, donde quiere formar una coalición internacional a fin de detener los planes de Netanyahu y Trump.
Estos están encontrando resistencia no solo más allá de sus fronteras, sino también dentro de ellas: algunas autoridades del propio Israel critican el programa, que ven como un potencial causante de nuevas intifadas o levantamientos en Palestina. Esto sería una fuente de problemas para la seguridad del pueblo israelí y para las relaciones con el resto de países, especialmente a nivel regional.