Los atentados recientes en Kabul o la maldición que pende sobre Afganistán

© RIA Novosti . Alexandr Grashenkov / Acceder al contenido multimediaKabul
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Intentar comprender la lógica de quienes perpetraron recientemente el atentado con explosivos cerca del edificio del Consejo Británico en Kabul es plantearse un objetivo demasiado complicado.

Intentar comprender  la lógica de quienes perpetraron recientemente el atentado con explosivos cerca del edificio del Consejo Británico en Kabul es plantearse un objetivo demasiado complicado.

Y todavía más complicado es tener una idea de lo que ocurrirá en Afganistán después de la retirada de las tropas extranjeras, cuando llegue a producirse. Para los británicos, no será la primera vez en el último par de siglos.

Las tropas, ¿se quedan o se marchan?

El viernes, 19 de agosto, cerca de la sede del Consejo Británico en la capital afgana explotaron cuatro artefactos explosivos, accionados por terroristas suicidas. El atentado se cobró la vida de ocho personas como mínimo. El movimiento Talibán revindicó la autoría  del atentado terrorista.

Se puede suponer cuál es el motivo de que el atentado fuera dirigido contra los británicos: a principios de julio el Comité para Asuntos de Defensa de la Cámara de los Comunes del Parlamento británico recomendó al primer ministro, David Cameron, que no se precipitara a ordenar la retirada de los 9.500 soldados británicos de Afganistán que permanecen allí como parte del contingente de la OTAN.

Su salida estaba prevista para principios de 2015, junto con la de los soldados de Estados Unidos y otros países. La situación en Afganistán es tal que es de entender que en Washington y en Londres se hable ya hace tiempo de no precipitarse con la retirada de las tropas. Los talibanes, por su parte, esperan conseguir con los atentados que las tropas abandonen el país.

El Consejo Británico no parece tener mucho que ver con el asunto, porque aunque es un organismo gubernamental, se dedica a la promoción de la cultura inglesa y en todas partes se mantiene al margen de las guerras y de los problemas políticos.

La lógica de los terroristas es difícil de entender. Se podrían trazar incluso analogías más o menos exóticas sobre el mes de agosto como un mes especial en la historia de las relaciones entre el Reino Unido y Afganistán.

Podríamos recordar entonces la salida de las tropas británicas de territorio afgano en 1919, cuando se firmó un tratado afgano-británico y se proclamó la completa independencia del país.

No se podría excluir, pues, que los talibanes conozcan muy bien la historia de su país y que estén conmemorando a base de atentados las más importantes fechas históricas: pero claro, esto sería suponerles un estilo demasiado académico.

¿Qué quedará cuando se marchen los extranjeros?

De alguna manera, la reciente serie de atentados nos lleva a preguntarnos no sólo en qué se convertirá Afganistán cuando salgan las últimas tropas extranjeras, sino sobre la naturaleza misma de esta nación.

El territorio de Afganistán es una cuna de civilizaciones similar a Egipto. Durante muchos siglos Asia Central era una encrucijada de rutas internacionales que unían los imperios de la época. Y, como todos los cruces de caminos, era un mundo próspero, cosmopolita y de una elevada cultura.

Afganistán no existía como tal: lo que había era una pluralidad de reinos entre la India y la gran estepa, entre China e Irán.

Cuando los ingleses formaron su imperio en la India, consideraron estos territorios noroccidentales inestables como parte de la India, aunque sólo fuera porque ese era el origen de la última dinastía que había reinado en la India antes de la llegada de los ingleses.

Pakistán como tal no existía entonces. La idea del Afganistán moderno, como un territorio independiente, surgió a finales del siglo XIX como resultado de la expansión y la rivalidad de dos imperios: el británico que dirigía su expansión hacia el norte y el ruso que lo hacía hacia el sur. Así surgió Afganistán, como un Estado de interposición entre estos dos imperios.

¿Todo un país como resultado de un cierto compromiso de dos potencias imperialistas? ¿Y por qué no?
Al fin y al cabo la experiencia histórica de Afganistán no es ni mucho menos la única en este sentido; que no viene sino a demostrar en qué fundamento tan poco sólido se hallan todos los países actuales (todos sin excepción) y sus fronteras.

Así ocurre desde luego en Afganistán, donde el sur está habitado por pastunes, exactamente la misma etnia que vive al sur de la frontera en Pakistán. Una situación que se repite también con el pueblo osetio, dividido a los dos lados de una frontera estatal. Incluso en Europa, donde surgió la idea misma de la identidad entre Nación y Estado (con una lengua propia única), hace ya tiempo que esta idea de las naciones-Estado dejó de ser unánime.

Porque allí también hay países como Bélgica y Holanda con poblaciones esencialmente iguales; y eso por no hablar de los Balcanes.

Lo mismo ocurre, por ejemplo, si tomamos los países de la América Latina que tienen, salvo Brasil, una composición racial hispano-india prácticamente idéntica, pero que están separados por las fronteras estatales.

¿Y qué decir de gigantes como China, India o Indonesia, con sus numerosas lenguas y diferentes confesiones religiosas, donde incluso la apariencia externa de los habitantes del norte y del sur es tan distinta?

En conclusión, todos vivimos  castillos de arena muy frágiles y, por lo tanto, conviene ser prudentes.
 
El retorno a la encrucijada de civilizaciones

¿En qué se concreta, pues, esta llamada a la prudencia en el caso afgano, ahora que parece estar cada vez más cerca la retirada de las tropas inglesas (y sobre todo de las americanas)?

Los pesimistas apuntan a una versión poco atractiva de esta encrucijada de civilizaciones: a la formación de un gigantesco “yihadistán” que se extendería desde la India hasta las fronteras de Kazajstán (o hasta las mismas fronteras de la Federación Rusa).

Pero hay también optimistas. El antiguo embajador de EEUU en la India (y en Rusia) Thomas Pickering y el representante del Secretario General de la ONU Lakhdar Brahimi elaboraron un informe titulado “Afganistán: un compromiso de paz” que ha tenido bastante resonancia entre los expertos.

En él se expone una idea simple: el secular enfrentamiento entre el sur y el norte de Afganistán, tanto con la intervención de potencias extranjeras como sin ella, parece haber llegado a una suerte de empate porque las fuerzas de ambas partes han resultado estar equilibradas.

Se trataría, pues, de ayudar a las partes enfrentadas a entenderse. Y, en este punto, parece conectar con la ideología de la Organización de Cooperación de Shanghái (expresada también por otras muchas personas fuera de esta organización internacional) que apuesta por superar la lógica creada en el siglo XIX por la presión de los grandes imperios.

Habría que volver a convertir a Afganistán en una encrucijada de caminos, abriendo éstos a los cuatro vientos. Así, pasados los años la situación cambiaría radicalmente.

De momento, sin embargo, son los pesimistas los que prevalecen. A la pregunta de por qué los talibanes atentaron contra el Consejo Británico, responden: “Kabul es un lugar maldito”. La revista americana Foreign Policy ofrece a sus lectores una selección de fotografías del Afganistán contemporáneo que ilustra a la perfección esa simple y terrible verdad.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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