Egipto pone a prueba la coraza de Hosni Mubarak

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Egipto ya lleva una semana intentando “deshacerse” de su propio presidente Hosni Mubarak y todavía no lo consigue.

Egipto ya lleva una semana intentando “deshacerse” de su propio presidente Hosni Mubarak y todavía no lo consigue.

Repetir la experiencia de Túnez en el país de las pirámides y faraones result’o muy complicado, por lo menos, hasta el momento. Egipto no es Túnez. Y Mubarak tiene mucha más fuerza de resistencia que su depuesto homólogo tunecino.

El viernes pasado, justo después de la oración del viernes, la policía egipcia empezó a reprimir las manifestaciones masivas en varios barrios de la capital y en otras ciudades.

Los rumores de que Mubarak se preparaba a dimitir, que los miembros del gobierno emprendieron la fuga, que el hijo del presidente ya se refugió en Londres, siguen siendo rumores. En Oriente siempre se ha intentado hacer de los rumores un arma material.

A primera vista, la situación en la país árabe es extraña y contradictoria: El Cairo y otras ciudades llevan casi una semana convulsionados por las protestas esporádicas y el presidente, cuya dimisión es el objetivo de las mismas, no se ha pronunciado hasta ahora.

Sin duda, Murabak comprende que los súbditos están cansados de su gobierno  durante 30 años (llegó al poder tras el asesinato de Anwar Al Sadat en 1981) y no obstante, no está dispuesto a retirarse.

¿Se puede derrocar a Hosni Mubarak?

Sí, se puede. En el Oriente Próximo de hoy se puede hacer cualquier cosa. Pero a su debida hora. Parece que la hora de Mubarak todavía no ha llegado. Está más cerca que nunca pero Mubarak no piensa dimitir.

El 28 de enero las autoridades cortaron el acceso al Internet en toso el país, están bloqueadas las redes sociales tipo Twitter y Facebook las herramientas que sirvieron para convocar la rebelión popular anti-Mubarak.

Denegar a todo un país (caso sin precedentes en la historia) el acceso a Internet aislándolo del resto del mundo no demuestra exactamente la disposición del gobernante de cumplir la voluntad del pueblo. Más bien, todo lo contrario. Y Mubarak no sería Mubarak si hubiera actuado de otra manera.

No cabe duda de que las protestas continuarán, y nadie sabe a ciencia cierta cómo evolucionarán.

Todavía puede armarse la de San Quintín. La organización islamista “Hermanos Musulmanes”, que hasta el 27 de enero se mantuvo al margen de las protestas, anunció que ahora las apoya.

Las autoridades pudieron detener parte de los dirigentes pero en el país sobran los militantes ordinarios. Y esto no promete nada bueno, tranquilidad lo que menos. En fin, el pasado “Viernes de la Ira” en El Cairo concluyó en una revuelta sin convertirse en una revolución.

Para Egipto, el país más importante y populoso del mundo árabe, en un mal menor. Y no sólo para él.

Porque si en el Norte de África así, sin más, cae Egipto (no hay ningún candidato seguro y serio  para sustituir a Mubarak) “los círculos en el agua” serán muy parecidos a los que se extendieron por Europa a partir de 1989, año cuando se derrumbó el “bloque socialista”.

La diferencia es que el Oriente Próximo es mucho más “inflamable”. Aquí el “efecto dominó” se percibirá no como un traqueteo de fichas sino con explosiones de bombas y tiroteos.

Lo dicho no significa que Mubarak, el envejecido “faraón” (en mayo cumplirá 83 años), pueda quedarse tranquilo. Sólo Alá sabe lo que va a pasar en Egipto. Pero lo que no va a pasar nunca se puede predecir sin la intervención del Altísimo ahora mismo. Mubarak no tendrá paz y no se quedará mucho tiempo en su trono.

Tampoco habrá “sucesión dinástica”. Los manifestantes salieron a las calles con las pancartas en contra de toda la “familia faraónica”. Mubarak, según parece, estuvo preparando para sucesor a su hijo Gamal  de 47 años. Sin embargo, presentarlo como candidato a presidente en las elecciones de septiembre significa echar más leña al fuego.

Seguramente, Mubarak conoce a los egipcios mejor que ellos mismos y comprende que lo que ocurre en El Cairo y en Suez todavía no es la rebelión absoluta y total.

En un país donde la mayoría de la población es campesina, y cautelosa ante los cambios bruscos, cuesta montar una revolución. Tales extremos no son propios para los campesinos. De las cosas del género en la región se suele encargar el Ejército que de momento sigue fiel al comandante en jefe.

Es más, puede presionarle y exigir reformas económicas y sociales en el país. Los altos cargos del ejército tampoco se entusiasmaron ante la perspectiva de tener por presidente al hijo a cambio de Mubarak (después de todo, es un militar). No prestar atención al ejército en Egipto significa vivir en una realidad virtual y creer en milagros, o sea, es peligroso.

La nueva cabeza de la “oposición revolucionaria”

A juzgar por los periódicos gubernamentales, las autoridades durante toda una semana estuvieron solucionando el problema de las manifestaciones de protesta y ya están preparando  paquetes de reformas sociales, medidas de saneamiento económico, ampliación de las libertades civiles, etc.¿Funcionará? Es una incógnita.

Dicen que los Dioses crearon a los egipcios tan confiados aposta para que los faraones pudieran engañarles. Pero todo llega a su fin, incluso la confianza de los egipcios. No puede ser de otra manera.

En las últimas décadas la población ha rejuvenecido, casi dos terceras partes de egipcios rondan los 30 años. Desde los tiempos de los faraones, la indolencia de la sumisión servil ha tenido para los constructores de las pirámides y sus descendientes cierto encanto.

Pero no se puede seguir viviendo prisioneros por el miedo. Tampoco se puede estimar a los gobernantes por miedo. Parece que los egipcios se despertaron de la modorra  y ya es inútil convencerles de que hay que ser fieles a su rey.

Tampoco sirve de nada amedrentarles con los Hermanos Musulmanes y su radicalismo religioso lo que tanto ayudó a Mubarak en el pasado, pero ahora no.

Ahora, lo que empezó espontáneamente el 25 de enero recibió una “cabeza”: desde Viena llegó al país el principal disidente egipcio, ex director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), Mohamed El Baradei que prometió encabezar la oposición política.

Eso no quiere decir que El Baradei sea un favorito de todos los egipcios, ni siquiera de toda la oposición. Es simplemente una figura admisible, una válvula de escape para la tensión acumulada. A sus 68 años El Baradei no se mantedrá en el poder, aun si llega hasta allí. Y para ello aún tendrá que presentar su candidatura en las presidenciales de este septiembre. Y aún le tienen que votar. Y Mubarak tiene que renunciar a participar.

El dolor de cabeza egipcio molesta a todo el mundo

Si los pacientes egipcios supieran el dolor de cabeza que están causando en el mundo sus manifestaciones contra el régimen de Mubarak irían con más cuidado.

Estados Unidos, Europa, Rusia, empresas multinacionales y nacionales “invirtieron”  tanto en Mubarak que su retirada, por lo menos ahora, no la quiere nadie.

Incluso Israel está preocupado por perder su principal aliado moderado en el mundo árabe. El Baradei tampoco es radical, es diplomático y jurista, funcionario de la ONU. Pero todo el mundo teme que no tenga la suficiente firmeza para tener el país en sus manos.

En fin, no está claro como Egipto superará las dificultades. Mientras está hirviendo a fuego lento en sus proximidades empieza a arder. En Yemen miles de personas se lanzaron a las calles para exigir la dimisión del presidente actual Abdullah Saleh que lleva 32 años en el poder.

Parece que en el mundo moderno se están haciendo difíciles las presidencias duraderas. Pero muy difíciles.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI


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