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Maduro gestiona el conflicto político en Venezuela para evitar una guerra

© REUTERS / Miraflores PalaceNicolás Maduro, presidente de Venezuela
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Este 26 de noviembre, en Venezuela, se cumple el Bicentenario del Tratado de Regularización de la Guerra, un acuerdo hecho entre Simón Bolívar, jefe plenipotenciario de la Gran Colombia y Pablo Morillo, enviado por el Reino de España.

El acuerdo derogaba por completo el Decreto de guerra a muerte para buscar que la guerra fuese hecha "como la hacen los pueblos civilizados". Este acuerdo firmado por España otorgaba a la Gran Colombia el reconocimiento de hecho en su afán de ser considerado un territorio independiente, pero además una tregua que le brindaría a la población civil un sosiego de algunos meses. Uno de los artículos indica claramente el espíritu que guiaba el tratado:

Art. 4 de 14: Los militares o dependientes de un ejército que se aprehendan heridos o enfermos en los hospitales, o fuera de ellos, no serán prisioneros de guerra, y tendrán libertad para restituirse a las banderas a que pertenezcan luego que se hayan restablecido. Interesándose tan vivamente la humanidad en favor de estos desgraciados, que se han sacrificado a su patria y a su gobierno, deberán ser tratados con doble consideración y respeto que los prisioneros de guerra, y se les prestará por lo menos la misma asistencia, cuidado y alivio que a los heridos y enfermos del ejército que los tenga en su poder.

200 años después…

El presidente Nicolás Maduro ha dado un nuevo paso hacia el diálogo y la paz, firmando un decreto con el que concede indulto presidencial a diputados de la Asamblea Nacional y a diversos dirigentes políticos de oposición que han participado en distintas conspiraciones para provocar la caída del Gobierno bolivariano.

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Tal y como lo ha mencionado Jorge Rodríguez, la medida busca promover vías que permitan a los actores políticos en conflicto, salidas no violentas para dirimir sus diferencias. Con las elecciones parlamentarias en puertas, no resulta muy difícil entender que es un gesto de buena voluntad del Gobierno de Maduro para que así tome fuerza el sector de la oposición que se resiste a seguir la ruta de la intervención militar que promueve Guaidó y otros factores radicalizados.

Así como ocurrió hace dos siglos, con el tratado de Regularización de la guerra, es necesario que ambas partes enfrentadas cedan posiciones. ¿Qué está en posición de ofrecer esta ala de la oposición?

Una de las opciones sobre la mesa es la que impulsa el excandidato presidencial Henrique Capriles Radonski, quien tiene hasta el viernes 4 de septiembre para decidir si acude o no a la cita electoral.

​Radonski, en un golpe de realidad, ha dicho anteriormente en un comunicado hecho público en su cuenta de Twitter que a los venezolanos hay que plantearles estrategias políticas que no abonen el camino de las falsas esperanzas. Tenía a Guaidó, y la propuesta de este de la "ruta unitaria", como objetivo de sus reflexiones:

"Los llamados políticos a la unidad pueden ser vacíos cuando lo que se requiere es atender y sacar a Venezuela de la pandemia. Así como también del hambre, de la destrucción, de la corrupción, de la autocracia, de la indolencia y de la fantasía".

Capriles Radonski toca un nervio, y no por azar usa la palabra fantasía en su comunicado. Lo que no dice y que sí recalcan analistas políticos opositores como Jesús Seguías y Carlos Raúl Hernández, es que seguir vendiéndole a los venezolanos la idea de la intervención militar y de las sanciones como la panacea no beneficia sino a la clase de liderazgos que han hecho del lobby contra Venezuela la vía rápida para acceder a los recursos del país sin rendir cuentas a ningún ciudadano.

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Hernández apuntaba que si Guaidó y un ala radicalizada de la oposición decían luchar por la libertad y la democracia, pero a la vez hacían lo imposible por sabotear los procesos electorales o las vías pacíficas de resolución del conflicto, se debía a la existencia de "intereses económicos muy poderosos".

A juicio de Hernández, "que les interese a ellos mantener el statu quo, mantener la situación actual, continuar con el manejo de una parte importante de los recursos internacionales de Venezuela y empresas como Citgo" es el motor central de su agenda de confrontación permanente.

Por otro lado, Jesús Seguías señalaba que había que prestar atención al hecho de que Trump en su discurso de aceptación de la nominación republicana a la presidencia no emitiera "una sola palabra de Venezuela", y que además dijese que se habían acabado "las aventuras militares internacionales".

​Seguías le sugería a la oposición leer muy bien estos mensajes de Trump y tomar las elecciones parlamentarias en Venezuela como una oportunidad "para construir liderazgos, acompañar a la gente, reconstruir las fuerzas políticas, decirle a los venezolanos que los políticos sí son útiles. Cualquier proceso electoral que se avecine, además de acumular poderes, será muy útil para ejercer la política".

​No quiere decir que la amenaza contra el país suramericano haya cesado. Estados Unidos no es una nación que se mueve únicamente por la voluntad del presidente de turno, sino por una compleja maraña de intereses que se trenzan a la sombra de las ambiciones armamentísticas y energéticas.

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Sin embargo, la jugada que ha planteado Nicolás Maduro ha permitido poner en jaque el discurso opositor de que en Venezuela no existen las condiciones para el juego democrático. El éxito de esta estrategia va a consistir en que este fragmento de la oposición venezolana pueda ganar la fuerza suficiente como para hacerles entender a Washington que los radicales Guaidó y Leopoldo López los han embaucado en una premisa falsa, una que estima que el pueblo venezolano a través de crueles sanciones, de terrorismo, de saboteos a los servicios públicos va a resquebrajarse y entregar su país de manera dócil a una potencia extranjera.

Valdría la pena que quienes desde el ala racional de la oposición venezolana quieren sacudirse la dictadura que ha representado los factores radicales les diesen un baño de sentido común a los soberbios guerristas del Pentágono con el mismo estilo con el que Pablo Morillo lo hizo con el rey de España hace ya 200 años:

El americano no quiere ser gobernado por nadie, a menos que sea jefe de su país; no obedece a ningún europeo, sobre todo si es español, o, si le obedece, no es sino aguardando la ocasión de sacudir el yugo.

(Carta del teniente General Pablo Morillo y Morillo Comandante de la Expedición Española de pacificación al Rey Fernando VII en marzo de 1816, desde su cuartel General en Santa Fe de Bogotá, Nueva Granada).

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