En su calidad de líder juvenil, Vázquez estuvo de una u otra forma implicado en los festivales de Helsinki (1962), Berlín (1973) La Habana (1978) y Moscú (1985) donde participó como invitado.
"Mi primer contacto con el movimiento de los festivales fue en 1962. Ya había triunfado la Revolución cubana y el movimiento estudiantil y juvenil de nuestro país estaban en pleno desarrollo. Yo estudiaba el pre universitario o bachillerato en la Ciudad escolar Libertad, que se había creado como parte del programa para convertir cuarteles y fortalezas en escuelas. Ciudad Libertad surgió en el territorio de la mayor fortaleza militar de la sangrienta dictadura del tristemente célebre Fulgencio Batista", recuerda.
En dicho proceso Vázquez resultó electo, pero no pudo viajar a Helsinki porque coincidía con los preparativos del primer congreso de la Unión de estudiantes secundarios (UES). Uno de los organizadores del congreso, Arturo Pollo, viajó en representación del resto.
"Luego asistí al festival de Berlín, donde quedé maravillado por la atmósfera de amistad que se respiraba entre jóvenes de todo el planeta. Allí tuve una estrecha relación con la delegación peruana, que, formada por disímiles fuerzas, se enmarcaba en los grandes acontecimientos de ese país, donde se llevaba a cabo un proceso revolucionario encabezado por el entonces general Velasco Alvarado", recuerda.
"También en el festival de Berlín nos encontramos con otros jóvenes que habíamos integrado una brigada internacional de trabajo voluntario en Cuba, que construyó en pocos meses una escuela secundaria, 28 viviendas y otras instalaciones en el poblado de Los Naranjos". Todavía hoy existe allí el campamento internacional Julio Antonio Mella, que los jóvenes reunidos en Berlín abogaron por seguir potenciando como centro para decenas de voluntarios de distintos países y regiones que visitan Cuba.
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Años más tarde, en 1977, Vázquez fue designado representante de Cuba en la comisión permanente organizadora del XI Festival, el primero que se realizó fuera de Europa y en Latinoamérica, concretamente en La Habana. "Durante varios meses trabajamos y convivimos con dirigentes juveniles de todos los continentes, mientras organizábamos el evento. Nos convertimos en una gran familia, en la que además de trabajar, compartíamos paseos y aficiones", rememora.
"Recuerdo que el representante francés, Alain Gresh, fue de los primeros en llegar. Al otro día les invitamos a una comida cubana, donde el postre, muy criollo, era mermelada de frutas cubanas con queso. Los amigos franceses no comprendían aquella combinación y apenas lo probaron. Pasaron los meses y el día que fuimos a despedirlos de regreso a París, vimos que una maleta pesaba increíblemente. ¡Ahí supimos que el contenido eran latas de mermeladas cubanas! Nuestros amigos se habían 'aplatanado' (acostumbrado) en La Habana", cuenta Vázquez.
"Igual pasó con el ruso Volodia Ponomariov y su familia. Al principio tenían que comunicarse a través de un traductor y a su regreso a Rusia ya hablaban muy bien el idioma español. Para todos fue un gran intercambio cultural para toda la vida".
Ya en 1985, Vázquez participó como invitado del comité organizador en el segundo festival organizado por las juventudes rusas y de otras nacionalidades euroasiáticas de la antigua URSS, en Moscú.
Ahora sigue con atención a través de los medios de comunicación el desarrollo del festival de Sochi y ve "con orgullo la participación de la juventud cubana, junto a los jóvenes rusos y de tantos países", afirma.
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"En estos complejos tiempos y con una situación internacional tan difícil, es muy importante esta iniciativa en Sochi para unir esfuerzos de los jóvenes de todo el mundo en defensa de la paz, la multipolaridad, la solidaridad y la justicia social para todos. El futuro está en manos de la juventud, ellos son los que pueden salvar la humanidad".