El match de la muerte: los alemanes no siempre ganan

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Walter Ego - Sputnik Mundo
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Al igual que la política, el fútbol es, en ocasiones, la continuación de la guerra por otros medios.

“El fútbol es un juego simple: 22 hombres corren detrás de un balón durante 90 minutos y, al final, los alemanes siempre ganan”.

Gary Lineker

Al igual que la política, el fútbol es, en ocasiones, la continuación de la guerra por otros medios.

Algo de ello hubo en la magia de Maradona ante los ingleses en el Mundial de 1986, a escasos cuatro años de concluida la Guerra de las Malvinas, con aquellos dos memorables goles que si bien no devolvieron a los argentinos “unas islas demasiados famosas”, les fortalecieron el orgullo vejado por la derrota bélica e hicieron del país –sobre todo tras el segundo, el “Gol del Siglo”– “un puño apretado gritando por Argentina”, según la no menos memorable narración del periodista Víctor Hugo Morales.

También, en tristes ocasiones, la guerra ha sido la continuación del fútbol por otros medios. El 14 de julio de 1969 tropas salvadoreñas invadieron Honduras, un ataque que fue el colofón de los conflictos que durante casi toda esa década habían sostenido ambas naciones por la intención hondureña de realizar una reforma agraria que privaría de tierras a los cientos de miles de salvadoreños asentados, desde hacía muchos años, en territorio catracho.

Por aquellos días, letreros pintados en las paredes de Tegucigalpa, la capital de Honduras, llamaban no sólo a enfrentar a los invasores sino, además, a vengar la derrota por 3 a 0 sufrida el 15 de junio en El Salvador en partido eliminatorio de cara al Mundial de México 1970, partido en el que los hondureños padecieron un acoso terrible previo al juego, al cual llegaron en carros blindados. Algo similar había sucedido en el encuentro de ida el 8 de junio, cuando los salvadoreños perdieron 1 a 0 al no haber podido descansar en toda la noche por lo tenso del ambiente en Honduras.

Por lo candente de la situación, el partido de desempate se jugó en México, en el Estadio Azteca, el 27 de junio, un día después de que el gobierno de El Salvador rompiera relaciones con Honduras. La victoria salvadoreña 3 a 2 prendió aún más un conflicto que el periodista polaco Ryszard Kapuscinski bautizaría para la posteridad como “la Guerra del Fútbol”, y que si bien apenas duró seis días, ello fue suficiente para que unas 6 mil personas perdieran la vida y otras 15 mil resultaran con lesiones.

Sin embargo, el partido de fútbol que mejor ilustra la transmutación de un simple juego en una cuestión de orgullo patrio es el legendario y erróneamente llamado “Match de la Muerte”, pues fueron varios los juegos que disputaron soviéticos y alemanes en el lejano y frío verano de 1942.

Todo empezó cuando el panadero Josef Kordik, de origen alemán, dio refugio en su tienda a Nikolai Trusevich, quien había sido portero del Dínamo de Kiev, el mejor equipo de Ucrania, una de las repúblicas que integraban en aquellos años la hoy desaparecida Unión Soviética. Tras la invasión alemana en 1941 el equipo se había disuelto y sus integrantes sobrevivían a duras penas en las calles de Kiev, la capital ucraniana. No extraña entonces que Trusevich aceptara barrer la panadería a cambio de techo y comida; menos extraña que aceptara por encargo de Kordik, que prometiera emplearlos, buscar a sus ex compañeros de club.

Pero el panadero no era el hombre altruista que aparentaba. Su intención era que los futbolistas soviéticos enfrentaran equipos conformados por alemanes y cobrar por ello un buen dinero. No le fue difícil convencer a las autoridades de ocupación nazis, quienes veían en esos partidos una forma de demostrar la superioridad aria, fútbol mediante, pues era imposible que aquellos desnutridos jugadores, que ahora se hacían llamar Start FC, pudieran vencer a deportistas en excelente forma física.

La realidad dictó otra cosa. El Start FC se mostró tan competitivo y arrollador que venció a cuanto equipo alemán tuvo enfrente, en ocasiones con marcadores tan abultados que sumaban la humillación al dolor de la derrota. Por el bien del mito de la superioridad aria urgía aplicar un correctivo, el cual cobró forma en un conjunto integrado por miembros de la fuerza aérea nazi –la Luftwaffe– al que se reforzó con futbolistas profesionales.

El encuentro se efectuó el 6 de agosto de 1942 en el Estadio Zenit. A pesar de haber sido aleccionados para que no se emplearan a fondo, pues les iba la vida en ello, los soviéticos se impusieron a los alemanes 5 a 1. La revancha tuvo lugar tres días más tarde bajo similar coacción y pareja ineficacia: 5 a 3 ganaron los soviéticos. Días después, tras apabullar 8 a 0 a otro equipo nazi, la policía secreta alemana, la temible GESTAPO, tomó cartas en el asunto. Algunos de los jugadores fueron ejecutados de inmediato y otros llevados a campos de concentración donde luego perdieron la vida (entre ellos el portero Trusevich). Sólo tres integrantes del Start FC sobrevivirían para contar la historia, una historia que se haría leyenda por los libros y películas que inspiraría y en la que el fútbol demostraría con fuerza avasalladora cómo una pasión puede llevar al ser humano a sacar lo mejor y lo peor que habita en él, una historia que pondrá eternamente en solfa la mítica frase acuñada muchos años después por el delantero inglés Gary Lineker, pues si bien el fútbol fue y será siempre un juego simple con 22 hombre corriendo tras un balón, la infortunada historia del Start FC también demuestra que no siempre tiene que ganar Alemania.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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