Vencer o morir en Leningrado, o cuánto valen 2.544.000 héroes multiplicados por 872

© Sputnik / Ozerskiy / Acceder al contenido multimediaAbuela lleva en el trineo a su nieto extenuado por el hambre durante el sitio de Leningrado
Abuela lleva en el trineo a su nieto extenuado por el hambre durante el sitio de Leningrado - Sputnik Mundo
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A setenta años del levantamiento del sitio de Leningrado la hazaña de millones de héroes reanima los viejos tópicos propagandísticos de entonces.

Nunca pensé que un día me pondría a escribir sobre el sitio de Leningrado. Esta misma mañana si alguien me lo dice no le creería. Pero la culpa la tiene la polémica en nuestro Facebook, tanto las afirmaciones de aquellos que siguen repitiendo las criminales sandeces heredadas de Hitler y Franco sobre el “judeo-sionismo”, o aquellos que ensalzan el triunfo del mariscal soviético Leonid Góvorov o la “hazaña inmortal del socialismo”.

Yo he tenido la suerte y el honor de conocer a quienes lucharon por Leningrado, a algunos de aquellos 2 millones 544 mil habitantes que tenía la ciudad al inicio del asedio, porque en Leningrado lucharon todos, tanto los que estaban en el frente como los que resistían y morían en la “retaguardia”; algunos de los que hace 70 años llegaron a ver el fin del asedio.

De nadie de ellos oí que Stalin debía haber rendido la ciudad ante Hitler para salvar a la población, como sugieren algunos. Es más, estoy convencido de que si se hubiese intentado, la abrumadora mayoría, casi la totalidad de los habitantes, se hubiese sentido traicionada y humillada.

Decidme, ¿De verdad sois tan ingenuos algunos que creéis que la entrega de la ciudad salvaría a sus habitantes; que Hitler se ocuparía de alimentarlos, calentarlos, curarlos? Supongo que si tanto simpatizáis con sus ideas, sabréis que su propósito era dejar que murieran por sí mismos, todos, hasta el último. Luego, las ruinas de una de las ciudades más bellas del mundo debían ser inundadas y en medio del inmenso pantano se erigiría una enorme estatua, todos podemos acertar de quién.

Pero podéis estar seguros que no solo luchaban y sufrían por sobrevivir y salvar su ciudad, también lo hacían conscientes de que con su resistencia ayudaban a sus compatriotas en Moscú, Stalingrado y Kursk, a la victoria en todas aquellas batallas que acabaron rompiendo la cresta a la bestia nazi.

En aquellos trágicos días en Leningrado había varias decenas de niños y jóvenes españoles, evacuados a la URSS durante la Guerra Civil. Tanto los que alcanzaron la edad como los que lograron falsificarla y partieron voluntarios al frente. Me contaron que varios jóvenes españoles cayeron en manos de los nazis y desde Helsinki se trasladó para salvarlos el embajador de la España franquista.

Fueron fusilados. Todos. Lo único que debían hacer para conservar la vida y volver a su patria y con sus padres era decir que “los rojos les obligaron a empuñar las armas”.

Muy cerca, al otro lado del frente, también había españoles. La abrumadora mayoría de ellos pensaba igual que algunos de vosotros, que “durante el asedio el gobierno (soviético) prefirió matar de hambre a los habitantes de Leningrado antes de rendirse”.

También tuve la oportunidad de conocer a algunos de aquellos combatientes de la División Azul. Me contaban que fueron a Rusia para “devolver la visita” a la participación soviética en la Guerra Civil española. A diferencia de la batalla de Krasni Bor, donde la División Azul hizo frente a uno de los muchos intentos del Ejército Rojo de romper el bloqueo y socorrer a los habitantes del Leningrado sitiado, incluidos 400.000 niños, en Pushkin, a escasos kilómetros de la ciudad, aquellos “héroes españoles”, como los denominaba la propaganda franquista, no combatían, solo esperaban que el hambre matara al último habitante para entrar victoriosos en la ciudad de Lenin.

Comparen su gesta con la de aquellos y cada uno de los 2 millones 544 mil defensores y habitantes de Leningrado y de aquellos de ellos que soportaron los 872 días de asedio y llegaron a la victoria.  

Casi dos millones de muertos. Los más afortunados, bajo los proyectiles y las bombas, y los que más sufrieron, estrangulados por el frío, a menos de 30 grados bajo cero y sin la mínima calefacción, y el hambre, cuando un pequeño trozo de pan era un sueño inasequible.

¿Alguien se imagina lo que son 125 gramos de pan, mejor dicho de una mezcla maloliente llamada pan pese a que no tenía ni la mitad de harina?

Yo no.

“La gente se hincha por comer mostaza, de la que hacen tortillas. Se terminó hasta el polvo de harina con el que antes hacían pegamento”.

“Comemos lo que encontramos en los campos o en los basureros; raíces, hojas sucias…”

“….en la calle cayó de agotamiento un caballo. La gente se abalanzó con hachas y cuchillos, desmenuzándolo y llevándose corriendo los trozos a sus casas. Fue horrible, parecían verdugos”.

Estos fragmentos de cartas, retenidas por la censura militar, testimonian hoy desde los archivos cómo vivía sus días más trágicos la agonizante ciudad.

En medio del hambre, frío y muerte, cuando los cadáveres quedaban en la calle porque los sobrevivientes no tenían fuerzas para recogerlos, Leningrado componía la gran Séptima Sinfonía de Shostakovich y escribía los inmortales poemas de Anna Ajmátova:

No, no estaba bajo un cielo extraño,
Ni bajo la protección de extrañas alas,
Estaba entonces con mi pueblo
Allí donde mi pueblo, por desgracia, estaba.

¿Podéis creer que personas que bajo las balas, el frío y el hambre escribían poemas y componían sinfonías podían entregar su ciudad al enemigo?

 

Eso es lo que no entendió Hitler y que tampoco hoy entienden algunos.

Por eso perdisteis.

Lo siento, pero tampoco lo entienden sus rivales, aquellos que ensalzan a generales, que evocan el nombre de Lenin que llevaba la ciudad y la omnipotencia del socialismo.

A la sombra de tanto monumento se pierde el sacrificio de dos millones quinientos cuarenta y cuatro mil personas, multiplicado por 872 días de muerte, sufrimiento y valor.

 

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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