Adrenalina, locura y valentía de los 'roofers' de Moscú

© Foto : Iván K.Adrenalina, locura y valentía de los 'roofers' de Moscú
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En las largas vacaciones navideñas las redes sociales se han visto inundadas por unas imágenes increíbles: el 31 de diciembre, unas horas antes de Año Nuevo, un grupo de jóvenes escaladores alcanzó la estrella instalada en la cúspide del rascacielos de la Universidad de Moscú.

En las largas vacaciones navideñas las redes sociales se han visto inundadas por unas imágenes increíbles: el 31 de diciembre, unas horas antes de Año Nuevo, un grupo de jóvenes escaladores alcanzó la estrella instalada en la cúspide del rascacielos de la Universidad de Moscú.

Entre los 'roofers' (de la palabra inglesa roof – tejado), como se llaman a sí mismos estos amantes de la escalada vertical, el enorme edificio de la arquitectura estalinista es considerado uno de los más difíciles de escalar. Los pisos más altos del rascacielos, de hecho, están custodiados por personal de seguridad.

El corresponsal de RIA Novosti ha ido al encuentro de estos 'roofers', que le han explicado cómo hacen para burlar a los “seguratas”, cómo logran llegar a sitios prohibidos y qué les impulsa a practicar esta afición tan peligrosa. Y es que, en efecto, el resultado de la misma puede ser tanto una fotografía impactante como una auténtica tragedia.

Moviéndose dentro de una película de terror

A plena luz del día, sin prestarle atención a la gente que va pasando y que tampoco le hace mucho caso, el 'roofer' Iván, estudiante de una de las más prestigiosas universidades de Moscú, se dirige a la puerta cerrada del rascacielos Imperia Tower y tira del pomo de la puerta. Está cerrada. Lo vuelve a intentar con la puerta de al lado, cerrado.

“No me gusta echarme atrás, dice el joven, necesito meterme dentro”.En breve localiza una puerta, cuya cerradura parece poco fiable, lo único que le queda es meter un destornillador en la ranura y abrir la puerta. A unos diez metros se encuentra la caseta del guardia que puede fijarse en nosotros en cualquier momento. Mientras Iván esta forcejeando con la puerta, otro joven, Gueorgui (también estudiante de una renombrada universidad) y yo desviamos la atención del guardia. Le preguntamos por una oficina bancaria. “Estamos cometiendo una infracción”, susurra débilmente la voz de la sensatez en mi cabeza y se ahoga en las olas de adrenalina que me invaden una por una. El temor a las posibles consecuencias desaparece.

“Esta oficina bancaria esta en el edificio 'Federación', nos explica el guardia. Mientras tanto, Iván ha conseguido abrir la puerta, está dentro. Unos minutos más tarde nos acercamos a la puerta y nos deja entrar. Estamos en un largo y vacío pasillo. Es como si me hubiera metido dentro de un juego de ordenador o una película de terror... ahora me asaltarán los robots de la 'Guerra de las Galaxias', tendré que disparar y no tengo con qué. O, como mínimo, saldrá un guardia y nos preguntará quiénes somos y qué hacemos allí. Curiosamente, no aparece nadie, ni personal de seguridad ni monstruos espaciales.

Tras una red de pasillos logramos llegar a los ascensores: ahora podemos subir a la planta 40, la última donde paran. Salimos a un rellano lleno de colillas. Nos esperan otras veinte plantas a pie. Cerca de cada puerta entreabierta nos quedamos quietos, temiendo toparnos con quienes sí tienen derecho a permanecer en el Imperia Tower.

Nos quitamos las cazadoras y escondemos las mochilas, por si acaso. Por fin una escalera nos lleva a la puerta que da al tejado. Está, por supuesto, cerrada y los chicos vuelven a sacar el destornillador. Si no tuvieran dieciocho años y no me infundieran respeto sus universidades, pensaría que se dedican a robar en casas y oficinas.

Por fin, estamos en el tejado, pero nuestras aventuras no han hecho sino empezar. “Ahora tienes que correr hasta la verja y enseguida giras a la izquierda. Hay cámaras por todas partes”, me da instrucciones Gueorgui. Obedezco. Parezco un partisano que escapa a través de nieve impoluta. No se sabe, si alguien nos ve, pero nadie sube.

Estamos en lo más alto del rascacielos, del abismo de unos trescientos metros de profundidad nos separa una fina verja. Gueorgui pasa por encima de ella, pisa el nevado y resbaladizo borde del tejado. Todo para sacar unas impresionantes fotografías panorámicas de la ciudad.

“Ten cuidado, agárrate a la verja por lo menos”, se me escapa. “No pasa nada, tampoco está tan alto”, se ríe, como orgulloso de su imprudencia.Debajo se ve el tejado de un edificio, en caso de caer, sufriría graves lesiones. Se me ocurre que si hubiera venido aquí sólo, como a menudo hacen los 'roofers', y se hubiera caído o torcido el tobillo, nadie sabría donde buscarle. En pocas palabras, una mezcla de locura y valentía.

Las vistas son impresionantes de verdad: por un lado el panorama de media Moscú, por otro, los rascacielos del centro de negocios Moskva-City. “Me he subido a casi todos”, cuenta Iván. Los chicos miran al edificio de al lado, el rascacielos Mercurio de color naranja, agudizando la vista. Es considerado el rascacielos más alto de Europa. ¿Aquella figura no es un guarda?, pregunta preocupado Iván.

Decidimos bajar. Nos volvemos a meter dentro, cerramos la puerta con cuidado y nos montamos en el ascensor. Ahora nos espera otra diversión de los 'roofers': se ponen en cuclillas al alcanzar velocidad el ascensor y se levantan lentamente, para sentir la ingravidez.

Los 'roofers' y las “recepciones”

El 'roofing' es una nueva afición de la juventud. Consiste en penetrar de manera ilegal en los tejados de los rascacielos. Parece ser una operación militar, se hacen mapas y se calculan los accesos menos controlados. Las puertas suelen ser forzadas. Entre las experiencias de Gueorgui e Iván hay algunos casos de “recepciones”, es decir, de captura por personal de seguridad.

El recuerdo más desagradable de Iván está relacionado con el rascacielos Mirax Plaza. Fueron detenidos por los guardias de seguridad, que los vieron por las cámaras de vigilancia. La “recepción” no fue de las gratas, Iván recibió un golpe en la nariz, para que fuera más claro en sus explicaciones.

Los guardias se preocuparon especialmente al ver las fundas con los trípodes de las cámaras. Les sometieron a los jóvenes a un cacheo completo, buscando objetos sospechosos. “¿No tenéis otra cosa que hacer?”, se sorprendieron, al darse cuenta de que no se trataba de terroristas sino de jóvenes ociosos. Les dejaron marcharse, pero les avisaron de que no volvieran a aparecer por allí. “Como os vuelva a ver, tendremos otro tipo de conversación”, le dijo a Iván el guardia que le había propinado el golpe.“¿Y vosotros, qué hicisteis?”, le pregunté a Iván. “Al cabo de un mes volvimos a meternos en su edificio, ¿qué nos podrían hacer? Dar unas cuantas palizas, como máximo, si es que nos pillan”, se ríe.

La historia de Gueorgui es más seria, fue detenido tras viajar con sus amigos a San Petersburgo, para “subirse a sus lugares de interés más altos”, como el edificio del Almirantazgo y algunos sitios más. Pero en la primera parada, la Mezquita de San Petersburgo, fueron descubiertos cuando estaban en la cúpula y se disponían a ascender a los minaretes. “La cúpula es muy resbaladiza, está cubierta de azulejos, te deslizas hacia abajo, sin darte cuenta casi”, recuerda el 'roofer'.

Y se deslizaron hacia abajo, donde les esperaba con impaciencia la policía. Se sospechó que podían estar planeando alguna acción dirigida contra los musulmanes. “¿Por qué no andáis por la tierra y no sacáis fotos de los monumentos?”, se rieron los policías, tras aclararse el asunto. “Es que nos aburrimos sacando las fotos de lo mismo que el resto de la gente”, dice Gueorgui.

En aquel viaje a San Petersburgo él, junto con dos compañeros menores de edad, tuvo que esperar a que desde Moscú vinieran sus padres. El resto de los 'roofers' se vieron obligados a acudir al juzgado y pagar una multa de quince dólares.“Llevamos una vida que nos gusta y los guardias simplemente nos tienen envidia, porque su vida siempre va por el mismo carril”, opina Iván.

Se les va la cabeza de lo bien que viven

El famoso abogado Dmitri Agranovski está seguro de que el 'roofing' “sin lugar a dudas, presenta un peligro para la sociedad” y ha de ser punible. “Los roofers no sólo arriesgan su vida, sino dan ejemplo a otra gente, colgando sus fotos en Internet. Y sus admiradores no suelen tener preparación especial para esta actividad”.

Dmitri vive en un pueblo en las proximidades de Moscú y durante muchos años es elegido diputado del Consejo Urbano. “Tenemos tres torres de radio abandonadas y los jóvenes no dejan de subirse allí. Menos mal que de momento nadie se ha caído”.

En una ocasión el abogado defendió en el juzgado a un joven miembro del Partido Comunista de Rusia, que el 7 de noviembre de 2003 se subió al edificio de la Duma de Estado (Cámara Baja del Parlamento ruso), y colocó la bandera roja de la URSS en vez de la nacional. Es decir, actuó casi como un 'roofer'.

“Pero le movía una idea muy potente y los 'roofers' arriesgan su vida por nada. Diría que se les va la cabeza de lo bien que viven. Podría entender a la gente que pone su vida en juego por los ideales, por su familia o su patria, pero es que los 'roofers' no son así”, se sorprende.

En opinión de Dmitri Agranovski, contra los 'roofers' se podría aplicar el Artículo 20.17 del Código Administrativo, “Internarse en un objetivo vigilado”.Da igual, si es vigilado por guardias profesionales o una portera anciana. Lo importante, es que es vigilado por ley y lo ven, pero encuentran una manera de entrar”, explica el letrado. La pena por la infracción es una multa que raras veces supera los quince dólares, de modo que no servirá para echar atrás a estos gamberros, cree Dmitri.

En el Código Penal existen artículos más serios, “Gamberrismo, invasión  ilegal daños causados a propiedad ajena”, avisa el abogado. Sin embargo, ni él ni los propios 'roofers' conocen casos de penas más serias que multas por el máximo de quince dólares.

El atractivo de las estrellas sobre los edificios de la época estalinista

Iván, un joven de dieciocho años, lleva dedicándose al 'roofing' tan sólo seis meses. Cuenta que desde niño se sentía atraído por la altura, pero decidió probar esta peligrosa afición, tras ver en Internet fotografías hechas desde la increíble altura de los rascacielos de Moscú.

En este medio año de actividades intensas, Iván ha llegado a convertirse en uno de los 'roofers' más 'galardonados' de Moscú. “Tengo cuatro estrellas”, anuncia orgulloso, teniendo en cuenta que se ha subido a cuatro de los edificios de Moscú, construidos en la época de Stalin. Sus rivales tienen sólo tres estrellas. La rivalidad es un elemento crucial del roofing, se intenta subir más alto y al edificio mejor vigilado.

Tengo un sueño, me quiero subir a todas las estrellas de los edificios estalinistas. Me encanta, pero no se trata sólo de alcanzar la estrella, sino de sentarme encima de ella”, nos revela.

No siempre es simple y exento de peligro. Así, las estrellas de algunos edificios están hechas de hierro y por eso son muy resbaladizas. Los 'roofers' nunca usan equipo de protección, creen que no tiene mérito. Se ponen los cascos para engañar al personal de seguridad.

Así que no es de sorprender que haya casos de lesiones o de muertes. En una pequeña localidad en las afueras de Moscú un adolescente de doce años que intentaba imitar a los mayores se cayó del tejado de un edificio de cinco plantas, en Sarátov un 'roofer' se precipitó desde un puente directamente al río Volga, otro se cayó del tejado de la oficina central de correos, el cristal no aguantó su pesó y aterrizó en medio de la sala llena de visitantes. Todos estos casos acabaron en muerte.

Subiendo sobre la estrella de la Universidad Lomonósov de Moscú

El edificio de la Universidad Lomonósov de Moscú es considerado difícil para el roofing: a la estrella se accede por una escalera, pero resulta casi imposible subir a la aguja. No presenta mayor problema entrar en el edificio, incluso si uno no es estudiante. “Le pides prestado a alguno de los amigos el carnet de estudiante y pasas, los guardias ni siquiera miran la foto”, explica Iván.

Las dificultades empiezan más tarde, porque en las plantas superiores del edificio están instalados organismos de mantenimiento de orden público.
“Lo que ocurre es que nuestro edificio es el segundo más alto de Moscú, después de la torre de telecomunicaciones de Ostánkino”, explica el Jefe del Departamento de seguridad de la Universidad Lomonósov, Guennadi Iváschenko. De allí el interés de los servicios secretos. En las plantas superiores, según él, están instalados transmisores de telefonía móvil, antenas de televisión y “demás cosas de interés”. Por esta razón se encargan de su vigilancia los organismos competentes.

A estas plantas sube un ascensor especial que sólo funciona con tarjetas magnéticas. Los 'roofers' consiguieron entrar y subir, pero no fue suficiente. “Uno sube y se topa con guardias uniformados que sin perder tiempo lo vuelven a meter en el ascensor y pulsan el botón de la planta baja”, cuenta Iván. Todo el mundo acaba por echarse atrás.

Para engañar a los profesionales los 'roofers' llevaron a cabo una verdadera operación especial, en la que participaron cuatro jóvenes aventureros. Se optó por el 31 de diciembre, día cuando el ánimo de celebración relaja la atención y hay menos personal. Los 'roofers' se hicieron con un aparato para medir la radiación electromagnética. Al encontrarse a los guardias los chicos les anunciaron que necesitaban medir la radiación, dado que alrededor había muchas antenas. El dispositivo infundía respeto y el guardia accedió. Ni siquiera se dio cuenta de que el aparato debía conectarse a la corriente eléctrica y en el momento de la conversación estaba apagado.

El guardia asomaba la cabeza de vez en cuando para ver qué tal avanzaba el proceso. En los momentos de su ausencia los 'roofers' consiguieron abrir la puerta que conducía a la aguja.

“Me quedé sorprendido por lo oxidado que estaba todo”, recuerda Iván. En algunos sitios la aguja parecía carcomida por el óxido por completo. Tras subir por la escalera que se encuentra dentro de la aguja los chicos llegaron a la ventanilla que les impedía acceder a la estrella. También estaba cerrada pero, como sabemos, no es ningún problema para los 'roofers'. La enorme estrella, “de un tamaño de tres habitaciones” resultó tener carcasa metálica por la cual los jóvenes aventureros subieron a uno de sus rayos. La carcasa es la que sujeta el cristal color naranja.

“Y otra impresión muy fuerte: el cristal se cae a trozos, seguramente sobre las cabezas de los estudiantes y los profesores”, bromea Iván.
“Por alguna razón atraemos a mucha gente, tanto sana, como con trastornos de todo tipo. Hay quienes se tiran por aquí en paracaídas, otros se meten en nuestros sótanos para explorar. Y décadas más tarde se encuentran sus esqueletos”, se indigna Guennadi Iváschenko.

“Insonscientes del peligro de la muerte”

“El 'roofing' no será mi afición durante toda la vida, cuando tenga trabajo y familia, sentaré la cabeza”, dice Iván. “Se trata de colarse allí, donde nadie entra, sacar fotos. Admirar Moscú, que en realidad es muy bonita, por eso lo hacemos”, me intenta explicar. Y la gente que nos critica o que no entiende, es que no lo ha probado”.

Y también, reconocen los 'roofers', disfrutan engañando a los “seguratas” y elaborando rutas hacia las estrellas, como si estuvieran planeando el robo de un banco o jugando en el ordenador.
Estos jóvenes parecen no darse cuenta de que no es ninguna película ni juego, como tampoco entienden los sentimientos de sus padres y familiares.
El experto en la psicología de adolescentes, Konstantín Oljóvski, opina al respecto que los 'roofers' están motivados por el amor al peligro, tan propio de las personas de esta edad y por la necesidad de sentir la descarga de la adrenalina. “Chicos en esta etapa de su vida están atravesando un período de cambios hormonales y la adrenalina es vital para ellos”, comenta el psicólogo.

 “En nuestros tiempos relativamente tranquilos y estables los adolescentes están buscando sensaciones extremas, es un anhelo juvenil fácil de entender. Así, por ejemplo, hace algunos años estaba de moda viajar en los tejados y las junturas de los vagones de los trenes de cercanías”, recuerda.

Un importante factor de la diversión es que todo se hace de forma ilegal. “Es más atractivo por ser fruta prohibida. Si se les permitiera subir a los tejados, dejarían de hacerlo”, asegura Konstantín Oljóvski. Según él, el 'roofing' es una manera de autoafirmarse, de conocer los límites de la personalidad y las posibilidades de uno, contraponiendo su mundo al de la gente adulta.

Además, recuerda el experto, es propia de los jóvenes “una actitud inconsciente hacia su propia muerte”. Este entendimiento se suele formar a los veinte o veintiún años.

En calidad de cura contra la peligrosa afición, los preocupados padres podrían ofrecerles a sus hijos unas diversiones legales y exentas de peligro, por ejemplo, modalidades extremas del deporte. “Que salten por encima de los torniquetes del metro, si así lo quieren”, indica, también es ilegal, pero por lo menos no acaba en tragedias”, concluye.

¿Aceptarían los 'roofers' saltar por encima de los torniquetes en vez de disfrutar de los panoramas de Moscú desde la altura de trescientos metros? Difícilmente. “No tiene mérito” saltar por encima de los torniquetes.

Lo único que queda es esperar que el 'roofing' pase de moda, al igual que dejaron de estarlo los viajes sobre trenes de cercanías y que la juventud centre su atención en un pasatiempo menos peligroso. Esperar que la escalada de turno a los rascacielos no conlleve muertes de estos aficionados a la adrenalina y aporte sólo fotografías impresionantes.

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