Las mujeres toman la palabra: ¡No alimente a los trolls!

© Foto : Mikhail Kharlamov/Marie Claire RussiaSvetlana Kolchik
Svetlana Kolchik - Sputnik Mundo
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¿Por qué la interacción social en Internet se hizo un lugar no sólo de una misantropía infinita, sino que muchas veces de odio, acoso y abuso?

¿Por qué la interacción social en Internet se hizo un lugar no sólo de una misantropía infinita, sino que muchas veces de odio, acoso y abuso?

“¡Hay que quemarlas en la hoguera como herejes!”

Desde que empezó el proceso contra Pussy Riot, he visto este tipo de llamamientos entre comentarios en numerosas páginas web, de respetados periódicos empresariales a foros y medios sociales.

Pero aquí no pienso hablar de la muy discutida historia de las Pussy Riot. Estoy reflexionando, sobre el porqué la interacción social en Internet se hizo lugar no sólo de una misantropía infinita, sino que muchas veces de odio, acoso y abuso.

El término más antiguo para describir el creciente fenómeno social es el “troleo” (trolling, en inglés). Procede de la pesca, quiere decir “lanzar y sacar el anzuelo”. Originalmente, el troleo virtual surgió como una sátira casi inocente: a los principios de los 1990 los “trolls” lanzaban burlas y provocaciones contra los novatos de la computación en las emergentes cibercharlas. Pero después, cuando el Internet se hizo un medio de comunicación masiva, la negatividad en línea se convirtió en la corriente dominante e incontrolada.

Los términos “flaming”, “cyberbullyng”, “griefing” (acoso cibernético) y el reciente “sh*tstorming” (provocación de una “tormenta de improperios”), que acaba de sumarse al vocabulario moderno, son los que se usan hoy en día para determinar un comportamiento irrazonablemente hostil, controvertido, insultante y a veces hasta intimidatorio en Internet. El último término, por lo lascivo que suene, se ganó el título del “anglicismo del año” en Alemania el año pasado.

Hoy en día casi cualquier publicación en Internet, no importa lo serio o no que es el asunto ni lo raro o respetable que es el medio, corre el riesgo de verse en una “tormenta de improperios”. Nadie tiene la inmunidad. Muchas veces mis columnas han sido inundadas por comentarios injuriosos.

La página de Facebook de Marie Claire/Rusia fue difamada de una manera realmente hostil después de que publicamos los resultados del reciente concurso de lectores donde el ganador iba a obtener un viaje de lujo. Por cierta razón los comentaristas (la mayoría anónimos) se pusieron a cuestionar la decisión de la revista, de una manera terriblemente grosera e insultante, culpando a Marie Claire y a su equipo de todos los pecados del mundo. Y cuando uno de mis colegas cometió un error respondiendo a una de las protestas, empezó una serie de insultos muy fuertes. Duró unos días como si a esos provocadores (“¿Acaso no tuvieran su propia vida?”, pensábamos) les pagaron por misión de arruinar por completo la reputación de nuestra revista.

¿Para qué lo hacen las personas? ¿Será que la anonimidad interactiva y la ausencia absoluta de barreras sociales permiten a algunos soltarse la correa ética y moral y dar salida a la agresión incontrolada? ¿Tal vez el impulso destructivo haya permanecido siempre en la psiquis humana, como posible parte de los instintos de Eros y Tánatos de la teoría freudiana, o haya surgido sólo en la Era Digital? Y lo más importante, ¿si tenemos que hacer algo con ello y entonces qué exactamente?

Creo que la última pregunta es la más difícil. El Internet nos ofreció una libertad absoluta de expresión, al conceder la voz a todas las partes del espectro social, de disidentes que se esfuerzan por hacer llegar su mensaje mediante todo tipo de provocaciones sutiles y a veces ofensivas, hasta personas ajenas, muchas de las cuales no más que padecen de distorsiones mentales. Con todo mi deseo de hacer un llamamiento a los internautas que se comporten con mayor responsabilidad y respeto con los ajenos, creo que cualquier tipo de censura aquí podría marcar el inicio del fin de esta libertad.

Aun así, el uso de los foros y medios sociales para lanzar abusos y acosos raciales o instigar violencia es un delito en muchos países. Algunos países estudian la posibilidad de ir más allá.

Este verano Gran Bretaña inició debates sobre una ley contra el troleo. Al ser aprobada, permitiría a los proveedores de servicios web revelar la identidad de los violadores interactivos para su posterior persecución. (Allí mismo a un hombre que envió mensajes electrónicos abusivos a una parlamentaria lo sentenciaron a 26 semanas de prisión, condena postergada por dos años, y le prohibieron contactar con una lista de famosos.) En el Estado de Arizona, los legisladores acaban de aprobar una ley que penaliza el troleo.

No obstante, no estoy segura de que las personas nos hayamos hecho peores en la época de Internet. A lo mejor, más sueltos, inspirados por la libertad de castigo en el espacio virtual y por ello más desencadenados, con mayor ansia de dar salida a la furia… provocada por deseos y sueños irrealizados, frustración y odio a sí mismo o por el simple aburrimiento. Una persona feliz, ocupada y estable apenas se envolvería en el troleo y aún menos se comportaría de una manera hostil.

Pero es posible también que el nivel de enojo en la sociedad moderna sea alto como nunca. El auge de la cultura de celebridades y los programas de telerrealidad junto con la oportunidad de obtener un acceso directo mediante foros hacia cualquier persona, incluidos los famosos, contribuyen a que algunos se vuelvan locos.

Así que deberían aplicarse unas medidas de moderación más rígidas en el caso de que se trate de medios de comunicación masivos o redes sociales, y los usuarios mismos tienen que denunciar el abuso. Por lo pesado que sea, lo mejor que podemos hacer es seguir el consejo de expertos de “no alimentar a los trolls”, ya que la reacción y atención es exactamente lo que les inspira.

*Svetlana Kolchik es directora adjunta de la edición rusa de la revista Marie Claire. Se graduó de la Universidad Estatal de Moscú, facultad de Periodismo, y la Universidad de Columbia, Escuela de Estudios Avanzados de Periodismo, colaboró para el diario Argumenti I Fakti en Moscú y el USA Today en Washington, con RussiaProfile.org, ediciones rusas de Vogue, Forbes y otras.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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