Rusia puede abrir sus fronteras a los productos transgénicos

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En breve, la Duma de Estado (Cámara Baja del Parlamento ruso) someterá a consideración el documento sobre la adhesión de Rusia a la Organización Mundial de Comercio.

En breve, la Duma de Estado (Cámara Baja del Parlamento ruso) someterá a consideración el documento sobre la adhesión de Rusia a la Organización Mundial de Comercio.

Cuanto más se acerca la fecha, más intensos se vuelven los debates sobre las posibles consecuencias negativas de este paso. Uno de los problemas derivados, avisan los expertos, será la circulación de alimentos genéticamente modificados en el territorio ruso. Sin embargo, aseguran que no hay motivos para la preocupación: no porque dichos no supongan un peligro para la salud, sino porque de momento no se plantea la posibilidad de que Rusia abra sus fronteras a los organismos genéticamente modificados (GMO, por sus siglas en inglés).

En todo caso, Rusia ha decidir qué estrategia seguir en el asunto de las importaciones y producción de los GMO.

Cerrar las fronteras o atreverse a competir con Estados Unidos

El tema de los GMO lleva preocupando al mundo durante los últimos 15 años, como mínimo, desde que la producción de productos transgénicos alcanzó nivel industrial primero en Estados Unidos y más tarde en muchos otros países.

Actualmente, Rusia no produce este tipo de alimentos y tiene introducidas serias limitaciones para su importación. La integración del país en la OMC, sin embargo, reduce de manera considerable las barreras comerciales.

“Ello no significa que enseguida nos vayan a invadir productos genéticamente modificados, pero en teoría los volúmenes de sus importaciones podrían crecer, dado que en muchos países que son importantes productores de trigo, soja y maíz, se aplica la ingeniería genética”, contó a RIA Novosti el portavoz de la Unión Cerealista de Rusia (UCR), Alexander Rabski.

Los parlamentarios rusos están decidiendo qué actitud adoptar hacia la entrada de los productos transgénicos en el mercado nacional: la integración en la OMC requiere la observación de las pertinentes normativas internacionales.

Al mismo tiempo, la regulación es tan solo la punta del iceberg, opinan los expertos. Mientras que otros países han conseguido un impresionante progreso en la agricultura, Rusia, más que quedarse rezagada, ha optado por no hacer absolutamente nada al respecto.

Además, la idea de que nuestro país es un espacio libre de los GMO no es más que una ilusión. Según ciertos datos, los granjeros rusos compran en el extranjero de manera ilegal semillas de plantas genéticamente modificadas y cultivan centenares de miles de hectáreas de soja y maíz que habían sido sometidos a ingeniería genética.

Dadas las circunstancias, Rusia podría verse obligada a legalizar en gran medida los productos genéticamente modificados, siendo al mismo tiempo completamente dependiente de las tecnologías desarrolladas en Occidente.

¿Sufrirá Rusia una invasión de los GMO?

Importantes productores mundiales de cultivos genéticamente modificados están muy interesados en ampliar los mercados de distribución, presentando Rusia un cierto atractivo para ellos.

“Nuestros compatriotas ya se han saciado de comprar productos importados, pero como el nivel de vida en el país no es alto, el factor del precio tiene gran relevancia”, explica Rabski.

De modo que no se debería descartar que en las condiciones de su integración en la OMC Rusia pueda suprimir parte de las restricciones relativas a los GMO, opina Pável Grudinin, experto en el sector agrario y director de un sovjós.

Así, al ser presentado en las recientes audiencias en la Cámara Baja el informe firmado por el Médico Sanitario en jefe, Guennadi Oníschenko, se anunció que de acuerdo con los datos de la Organización Mundial de Salud, los GMOs no presentan para la salud humana un peligro superior al presentado por el ADN presente en cualquier otro alimento. Se subrayó que la población de Rusia está asustada por el tema de los GMO. “Todo el mundo sigue el rumbo de la producción genéticamente modificada que ha de encontrar su consumidor en nuestro país”, subrayó el representante del Servicio Federal de defensa de los derechos de los consumidores, Guennadi Ivanov.

“Es posible que las autoridades rusas se dispongan a permitir a los productos modificados el acceso al mercado ruso”, señala Pável Grudinin, “pero el asunto no tiene nada que ver con la salud, es un tema puramente económico: es más fácil importar productos genéticamente modificados y de bajo coste que esforzarse en mejorar el estado de la agricultura rusa”.

Y si solo se trata de adoptar medidas de control de dichos productos, Rusia, en opinión del experto, habría de tomar prestados los estándares existentes en Europa. “Limitando la producción y las importaciones de los GMO, las autoridades europeas, además que quedar bien con los ecologistas, protegen a sus propios agricultores, que en caso de abrirse las fronteras de la UE, se verían literalmente asfixiados por los productores estadounidenses”.

Los parlamentarios de la Duma de Estado aseguran que de momento no se está considerando la posible apertura de la frontera rusa para los productos genéticamente modificados. Una solución para Rusia, insisten, podría ser su adhesión al Protocolo de Cartagena sobre seguridad de la biotecnología. “Se está aplicando en 163 países, incluida Bielorrusia y Kazajstán”. “La observación de las normativas fijadas en dicho documento permitiría proteger a los consumidores rusos”, explicó a RIA Novosti el diputado de la Duma de Estado, Nikolai Guerasimenko.

Miedos a las alergias y las mutaciones

La ingeniería genética introduce en un taxón biológico determinado fragmentos del ADN de otro organismo, concediéndole las cualidades requeridas: por ejemplo, resistencia a temperaturas bajas o unos índices de productividad más altos. De esta manera la producción de cultivos genéticamente modificados se abarata considerablemente, lo que no deja de reducir los precios de los alimentos.

Uno de los argumentos más socorridos de los adversarios de este tipo de productos es la influencia a nivel genético que los GMO pueden tener en las futuras generaciones de los consumidores. Los expertos en genética, sin embargo, ni siquiera comentan estos miedos, considerándolos absurdos, a falta de datos definitivos que confirmen lo contrario.

Otra amenaza hipotética para la salud humana derivada del consumo de los alimentos genéticamente modificados es el riesgo del desarrollo de reacciones alérgicas. La combinación misma de genes es capaz de provocar inquietud: maíz con genes de serpientes, trigo con genes de escorpiones o tomates con genes del lenguado.

Los científicos insisten en poder arreglar los problemas de la posible condición de alérgenos que podrían adquirir los GMO ya en las etapas iniciales de su producción. “Al planificar el experimento se realiza una búsqueda de datos biológicos sobre la posible condición de alérgenos de los genes que se planea incorporar al cultivo. Posteriormente se examina el producto final y después de la comprobación ya no existe peligro alguno”, señaló a RIA Novosti el investigador del Instituto de la biología del desarrollo de la Academia de Ciencias de Rusia, Alexander Gapónenko.

El vicepresidente de la Unión Cerealista de Rusia, Alexandr Kórbut, indica que las tecnologías transgénicas no sólo permiten descartar los alérgenos, sino también elaborar productos libres de ellos. “Así, millones de personas padecen alergia al huevo de gallina y las biotecnologías permiten solucionar dicho problema”.

Sin embargo, la pregunta sobre el posible peligro de los productos transgénicos de momento sigue abierta.

Los cultivos transgénicos ocupan hoy en el mundo unos 160 millones de hectáreas de suelo. El líder de la producción genéticamente modificada es Estados Unidos, donde el 45% de todos los cultivos son GMO. En Brasil el segmento de los GMO es del 19% y en Argentina es del 15%. “Casi toda América del Norte y la del Sur, con algunas excepciones, así como la India, China, Australia y Egipto aprovechan las tecnologías de la ingeniería genética. Los cultivos son principalmente soja, maíz y algodón”, precisa Alexander Kórbut.

No obstante, no todos los países están abiertos a los cultivos modificados: de acuerdo con los datos Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agrobiotecnológicas, en 2011 en Europa de los 179 millones de hectáreas cultivadas, tan sólo 115.000 hectáreas estaban ocupados por los GMO.

En Rusia, actualmente están permitidas para el uso en la industria alimenticia únicamente algunas especies de los productos modificados, entre ellas se encuentran el maíz, la soja y el arroz. En caso de ser el contenido de los GMO superior al 0.9%, el fabricante ha de indicarlo en el envase.

¿Estará en futuro de Rusia en la producción ecológica?

¿Cuáles son las perspectivas de evolución de la situación? Son las siguientes: el mundo no está dispuesto a renunciar a las tecnologías genéticas, mientras que Rusia sí corre el riesgo de quedar al margen de este proceso, opinan los expertos.

“Ahora en el mundo a nivel global se está ampliando el uso de los GMO. En su momento los abonos minerales tampoco fueron bien recibidos por la sociedad, pero la agricultura ya es inimaginable sin ellos”, indica el vicepresidente de la Unión Cerealista de Rusia, Kórbut.

La comunidad profesional coincide en que tarde o temprano Rusia se verá ante la necesidad de legalizar la producción de alimentos genéticamente modificados. “Según las estimaciones de la Unión Cerealista, actualmente en Rusia se cultivan de manera ilegal hasta 400 hectáreas de GMO y de soja. Es decir, estamos repitiendo la situación de América Latina, donde estaba prohibido cultivar este tipo de plantas pero tampoco se ejercía control alguno. Como resultado, todos los cultivos de soja acabaron siendo transgénicos y a las autoridades no les quedó otra opción que permitir el uso de tecnologías genéticas”, cuenta el vicepresidente de la Unión Cerealista.

Los científicos que trabajan en el campo de las biotecnologías insisten en que Rusia debería empezar a desarrollar sus propias tecnologías mientras todavía se está a tiempo. “Solo podremos ganar si creamos nuestros propios cultivos transgénicos, en primer lugar, trigo, remolacha azucarera y girasol”, opina Alexander Gapónenko.

Los representantes del sector, por su parte, dudan del éxito de esta iniciativa. Según Pável Grudinin, Rusia apenas podrá llegar a compararse con los países occidentales. “Para empezar, deberíamos por lo menos recuperar la agricultura tradicional”, señala. Rusia inevitablemente caerá en dependencia de los productores occidentales de los GMOs, pronostica, en cuanto en el país se deje sentir la crisis alimenticia y va a ocurrir, si el dólar se encarece más, los precios de los productos alimenticios se dispararán y entonces se empezará, como en los años 90 del siglo pasado, a importar lo que sea para poder alimentar a la gente”.

Alexander Kórbut se muestra menos pesimista: “Si el Estado facilita para el sector agrario el acceso a las tecnologías y las variedades modernas, podríamos ser competitivos. Deberíamos usar los avances de la biotecnología y en base a ellos crear nuevos productos. Pero se necesitará una importante inversión del tiempo y un fuerte apoyo económico por parte del Gobierno”, concluye.

“No deberíamos descartar que Rusia pueda llegar a competir con Occidente, desarrollando los productos orgánicos, libres de los abonos químicos y de las manipulaciones genéticas”, indica Nikolai Guerasimenko.

“En Europa, por ejemplo, las áreas de cultivos son reducidas y tienen que recurrir a diferentes soluciones para aumentar la productividad. Pero nuestro país se puede permitir cultivar plantas que produzcan menos y luego fijar para la cosecha precios altos”, concluye.

Sin embargo, existe un ‘pero’: los productos orgánicos son para los ricos, dado que no se trata simplemente de renunciar a los abonos, sino de aplicar unos métodos diametralmente diferentes en la agricultura, explica el investigador del Centro de Ingeniería biológica de la Academia de Ciencias de Rusia, Dmitri Dórojov.

“Estos productos van destinados a un mercado muy limitado y de gente con recursos. En teoría, podríamos hacerlo pero es una opción que precisa de tecnologías costosas y además de certificación internacional”, objeta Alexander Kórbut.

En opinión de Dmitri Dórojov, podría aplicarse una opción mixta que permita elegir libremente la manera de producir los alimentos: la tradicional, la de biotecnologías o la orgánica. Este principio democrático está estipulado por la legislación de muchos países industrializados. De modo que el consumidor puede escoger entre diferentes productos a diferentes precios y los agricultores, entre los métodos productivos.

Para Rusia, sin embargo, esta situación sería apenas accesible. A lo mejor, la integración en la OMC nos ayuda a avanzar en este sentido.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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