Rusia procura integrar a sus discapacitados

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El presidente Dmitri Medvédev envió el martes 10 de abril a la Duma de Estado el Convenio sobre los derechos de los discapacitados para su ratificación.

El presidente Dmitri Medvédev envió el martes 10 de abril a la Duma de Estado el Convenio sobre los derechos de los discapacitados para su ratificación.

El 12 de abril se celebraron en la Duma las audiencias parlamentarias sobre la educación integradora de los niños minusválidos. Esta educación inclusiva supone que los niños sin problemas de salud estudien hombro con hombro con niños con diversas discapacidades físicas y mentales.

Diez millones de discapacitados viven entre nosotros, pero no les hacemos caso. Apenas les encontramos en las calles o en el metro, no les vemos en el cine o en centros comerciales, tampoco en colegios y universidades.

Un pariente lejano mío no puede caminar a causa de un accidente automóvil. Tiene un buen negocio y las cosas le van bien. Es un hombre adinerado y puede permitirse una asistencia médica de calidad y una silla de ruedas moderna.

Mi pariente, un hombre cuidado y bien vestido, cuenta que en las calles se le acerca la gente y le ofrece una limosna. La mentalidad rusa una persona discapacitada es un pordiosero miserable.  Román Pavlov, director del Centro de Política Social e Investigaciones sobre género, descubrió que uno de cada tres alumnos rusos de cursos superiores nunca ha visto a una persona minusválida.

Los resultados de las encuestas realizadas por las organizaciones públicas entre los padres de los alumnos muestran que el 80 % de ellos no quiere que sus hijos estudien junto con niños discapacitados. Una amiga mía mandó a su hijo a un jardín de infancia privado con un grupo en el cual de entre las diez personas había un muchacho con parálisis cerebral. Todos la miraban como a una heroína y la cuestionaban a sus espaldas.

Cómo vivir en armonía con la sociedad

En los países de Europa y en Estados Unidos nadie se molesta ni se sorprende al ver a un discapacitado. Frecuentan los colegios y universidades, se han creado condiciones especiales para que puedan utilizar el transporte público, los restaurantes están equipados para ellos, las tiendas, las bibliotecas y las salas con aparatos de juegos. Las personas minusválidas del oeste pueden vivir una plena vida sea profesional, privada o social.

Las numerosas investigaciones muestran que la clave del éxito de la integración de la gente minusválida en la sociedad está precisamente en la organización de un sistema a gran escala para la educación inclusiva que abarque todos los niveles de la enseñanza pública, desde las escuelas infantiles hasta las universidades.

Cuando los niños enfermos y los que no tienen problemas de salud crecen juntos, pueden percibirse uno a otro de una manera adecuada: los primeros no se sienten deficientes y los segundos no se ven superiores.

Nathalie Cose, de la Asociación de Psiquiatras Infantiles de EEUU, cree que la educación inclusiva beneficia a todos, ya que los niños aprenden a vivir en armonía. Conforme a las encuestas, más de la mitad de los alumnos de quinto grado no comprenden que los discapacitados tienen algunos rasgos distintivos. Según ella, aclarar esto es extraordinariamente importante para un buen ambiente en la sociedad.

Cada uno debe darse cuenta de que al encontrarse en una situación difícil recibirá ayuda de sus amigos, vecinos y el Estado.

Lo mismo con la invalidez. Si me atropella un coche o doy a luz un niño enfermo no me convertiré en un marginado. Es la base de una sociedad verdaderamente unida, donde la gente se ayuda, se aman unos a otros y quieren desarrollar el país de una manera colectiva.

Faltan escuelas especiales


En casi todos los países occidentales la educación inclusiva se realiza ya durante unas décadas y no presenta ningún problema para los profesores ni para los mismos niños, tengan problemas de salud o no.

En Rusia esta educación conjunta existe sólo ‘de iure’: en 1992 empezó en once provincias del país una serie de programas de educación mixta. Sus resultados fueron reconocidos como satisfactorios, pero no se avanzó más allá dado que a nivel federal no se llegó a aprobar ninguna ley ni programa especial.

Es verdad que algunas regiones desarrollan los programas a nivel local, pero es solamente una gota de agua en el mar. Solo las grandes ciudades tienen escuelas donde es posible la coeducación, y ni siquiera estas son suficientes.

Por ejemplo, en Moscú, de las 1.500 escuelas de segunda enseñanza solamente unas 50 son aptos.

“Es un número demasiado bajo, irrisorio”, se lamenta Alevtina Morozova, gerente de una pequeña fundación que ayuda a los niños enfermos. Su hijo Andrey, de nueve años, padece el síndrome de Down. Si hablamos por ejemplo de Moscú, entonces se necesita abrir unas 200 o 250 escuelas para dar posibilidad de estudiar solamente a los adolescentes con problemas de salud.

Amplias posibilidades

En Rusia son muchos los niños discapacitados: según la estadística oficial de Rosstat, la cifra alcanza el medio millón. En los últimos 30 años el número aumentó diez veces, no por la creciente movilidad sino por la falta de estadísticas de los tiempos soviéticos.

En todo caso, el número de niños enfermos crece. Influyen también los factores sociales como por ejemplo el alcoholismo femenino y un nivel del desarrollo de la medicina más alto, lo que permite embarazos más a la desesperada, que es cuando nacen niños con problemas de salud muy graves.

Del total de niños minusválidos uno de cada tres padece síndrome de Down, uno de cada cinco tiene algún trastorno psíquico y uno de cada diez es autista. Cuenta Hanga Erikcson de la Fundación Estadounidense de Ayuda a los Niños con Minusvalías que los resultados de un reciente estudio fueron una completa sorpresa para los investigadores.

Resulta que tan solo entre un 3% y un 4% de los niños minusválidos no pueden cursar estudios, por tener graves lesiones cerebrales y no poder ni andar ni hablar. Estos niños suelen pasar el tiempo postrados en la cama, pero el resto parece ser perfectamente capaz de asistir a las clases en un colegio e incluso formarse en alguna profesión.

Existen determinadas minusvalías que no afectan a las capacidades mentales de las personas, explica Hanga Erickson. Niños ciegos, mudos o parapléjicos pueden estudiar y llegar a ser lo que se propongan. Incluso a los pacientes con trastornos mentales se les puede enseñar cosas que les permitirán vivir de manera independiente y ganarse la vida.

“Tenemos el ejemplo de una niña de 8 años con parálisis cerebral, cuyos padres insistían en que se le impartieran clases a domicilio. Después de que les convenciésemos de que la dejaran acudir a un colegio normal, hasta pudo aprender algo de francés”, indica la experta.

Únicamente se requiere un mayor esfuerzo

La situación con los niños con minusvalías y con sus padres está muy clara. Sin embargo, a los padres de los niños sanos les asalta la duda de si la presencia de los alumnos con retraso en su desarrollo impedirá a sus hijos asimilar adecuadamente el material, dado que los profesores deberían prestar más atención a los alumnos con capacidades limitadas.

Alevtina Morózova está segura de que su hijo no causará a nadie molestia alguna. Un profesor, insiste, simplemente ha de tener “un corazón grande y unas ganas de ayudar. En este caso podrá encontrar tiempo y la manera de abordar a cualquier niño”.

Parece un criterio un tanto exagerado. Un gran corazón no es suficiente para atender a los niños con minusvalías y enseñarles cosas. Su educación es un proceso muy complejo que requiere de conocimientos sobre las particularidades de sus enfermedades y del sistema psíquico, así como de distintas metodologías pedagógicas.

A partir de 1996, el plan curricular de todos los centros de educación superior del profesorado de Rusia incluye un curso de tratamiento de niños con capacidades limitadas. En las clases se intenta orientar a los futuros profesionales sobre cómo distribuir el tiempo lectivo entre los alumnos con diferentes grados de capacidad mental, cuenta Irina Magni. Es voluntaria de diferentes organizaciones benéficas que ayudan a los niños con minusvalías y además profesora titulada. Se graduó en 2003 y asistió al curso en cuestión, pero solo recientemente se ha dado cuenta de lo inútil que era la asignatura.

“Nos enseñaba gente que no tenía ni idea de lo que son los niños minusválidos”, recuerda. Es un curso como de elite, o esa es la actitud tanto por parte de los profesores como de los alumnos. Se ordenó que se introdujera este curso y el resto no importaba. Era el caso de ‘Los conceptos básicos de la protección ciudadana’, es decir, de una asignatura absurda pero de obligatoria asistencia.

El curso es de verdad bastante caótico, confirma Marina Lípova, psicóloga y autora de varios trabajos de investigación dedicados a la enseñanza de los niños autistas. Según ella, en Occidente todo el sistema de educación gira en torno a las capacidades particulares de cada alumno, tenga o no ninguna discapacidad.

Al preparar los trabajos de control los profesores suelen inventarse tareas para cada alumno en concreto, partiendo de su nivel de preparación. En estas condiciones no supone mucho trabajo incluir en la dinámica a un nuevo alumno, incluso si va bastante por detrás de la media de los estudiantes.

Además, de acuerdo con un método que está actualmente de moda, los profesores occidentales buscan involucrar en las actividades de los alumnos con minusvalía a sus compañeros sin discapacidad, lo que contribuye a un mayor acercamiento de los alumnos y los motiva a estudiar.

Sin embargo, en Rusia con el sistema de lecciones colectivas y tareas comunes es más difícil incorporar a alumnos minusválidos, aunque en realidad solo sea necesario aplicar un mayor esfuerzo.

Marina Lípova indica que en los pocos colegios donde la educación conjunta se está poniendo en práctica no se han detectado peores resultados académicos. “Lo único que se necesita de los profesores es trabajar muchísimo más”, concluye la experta.

Saliendo de la clandestinidad

De modo que Alevtina Morózova parece estar en lo cierto: mucho depende de la voluntad de cada uno. Y no se trata exclusivamente de los profesores, sino de todos nosotros, capaces de aplicar esfuerzos para que las personas con las capacidades limitadas dejen de vivir en la clandestinidad.

Hay quienes aseguran y con toda razón que la actitud de una sociedad hacia los minusválidos es un indicador del nivel de su desarrollo.

Recientemente, la Fundación de ayuda a los niños que se encuentran en una situación precaria realizó un estudio sobre las condiciones que tienen en la sociedad rusa los niños con capacidades limitadas. La mayoría de los encuestados sienten pena por estos niños, compadecen a sus padres, creen insuficiente la asistencia que les ofrece el Estado e incluso coinciden en que los medios de comunicación prestan demasiado poca atención a este problema.

No obstante, a la pregunta de “¿Cree que los niños minusválidos han de estudiar junto con los niños sin minusvalías?”, el 80% dio una respuesta negativa.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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