Todos subidos al mismo barco

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Tras los recientes mítines por el descontento con los resultados de las legislativas del 4 de diciembre en Rusia, parece que la revolución convocada por las redes sociales está viviendo sus últimos días.

Tras los recientes mítines por el descontento con los resultados de las legislativas del 4 de diciembre en Rusia, parece que la revolución convocada por las redes sociales está viviendo sus últimos días.

El martes, durante la primera reunión del comité organizador de la próxima manifestación, el 24 de diciembre, los más realistas empezaron a sacar las primeras conclusiones. “Desgraciadamente, los jóvenes bohemios son versátiles. La jornada de protestas del 10 de diciembre fue el primer y el más fuerte destello de ello. Quiero pedir a los que salieron a las calles y los que ahora están navegando por las redes sociales que valoren en serio si están dispuestos a seguir protestando”, dice el periodista Leonid Parfionov, conocido por su actitud cívica.

Todas las revoluciones promovidas a través de las redes sociales, a las que tienen acceso los jóvenes de clase media y alta en Rusia, tienen el mismo fin: tras breves momentos de euforia entre los usuarios de Facebook y Twitter, llega al poder, por vía democrática y elecciones libres, la fuerza más antigua que busca llevar al país al desastre. Las “revoluciones por red” en África del Norte evidenciaron esta conclusión pesimista.

En Egipto, al terminar la primera ronda de los comicios parlamentarios, la coalición islamista, encabezada por los Hermanos Musulmanes (organización prohibida en el país), obtuvo el 65% de los votos. Lo primero que propusieron fue prohibir el alcohol y los bikinis en todo el país. En Libia, donde empalmaron varias revoluciones, el poder está concentrado en manos no sólo de los islamistas sino también de los líderes de tribus que plantean el país en territorios tribales. Por fin, en Túnez, el más europeizado de los tres países, el partido islamista En Nahda ganó las recientes elecciones parlamentarias.

Mientras tanto, los indignados rusos no tienen a sus espaldas organizaciones algunas con las que entablar, aunque a duras penas, un diálogo. Está tan sólo la Calle. Sin líderes ni ideología. Es todavía peor. Hoy muchos comparan “las revoluciones por la red” en Rusia con las revoluciones del febrero de 1917 y del otoño de 1991. Pero en ambos casos el poder se transfirió de manera pacífica a las instituciones legítimas, reconocidas por la sociedad, en el primer caso al Consejo Transitorio de la Duma de Estado (cámara baja del parlamento ruso), en el segundo, al presidente de Rusia y Consejo Supremo. La sangre se derramó más tarde, cuando la rebelión se extendió por todo el país.

La Calle no apoya a nadie, sólo a sí misma. Hace un año, todos pudimos ver lo que ocurre cuando la Calle se hace con el poder. En la población de Kuschevskaya, Región de Krasnodar (al sur de Rusia), un grupo mafioso que no estaba integrado ni por empresarios, ni funcionarios, ni militares, ni usuarios de Twitter y Facebook, sino por unos muchachos comunes y corrientes, quienes durante muchos años infundieron horror a poblados enteros, manteniendo un régimen casi de servidumbre que los Hermanos Musulmanes no se podrían ni imaginar.

No cabe duda de que los intelectuales moscovitas que están a la cabeza de los hipsters, estos jóvenes bohemios y alternativos de la Rusia moderna, no serán capaces de dominar la Calle. ¿Acaso un escritor o un periodista tiene experiencia de dirigir grandes sistemas, políticos o industriales? ¿O la experiencia de la lucha política? En Europa, un diputado parlamentario tarda muchos años en llegar a su puesto a través de muchas trabas burocráticas. En Rusia, en cambio, cualquiera que se lance a la calle a protestar sueña con entrar en el Kremlin en seguida. Esta mentalidad siempre ha conducido al país a golpes de Estado, rebeliones y revoluciones.

La historia rusa demuestra que la gente que sale a la calle, lo quiere todo y rápido.

Las autoridades rusas no son ideales, pero son mejores que una muchedumbre. Y son capaces de cambiar, dialogar y llegar a fórmulas de compromiso. La muchedumbre amenaza no sólo a los intelectuales y bohemios, mañana podrá ocupar el Kremlin, y las autoridades son conscientes de ello. Hoy todos estamos en un mismo barco.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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