La NASA escoge motores rusos para la exploración del espacio

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En los Estados Unidos se ha anunciado la creación de un cohete espacial para expediciones largas. El nuevo aparato, que contará con motores rusos, nace como resultado de la profunda reorganización a la que ha sido sometida la industria espacial estadounidense.

En los Estados Unidos se ha anunciado la creación de un cohete espacial para expediciones largas. El nuevo aparato, que contará con motores rusos, nace como resultado de la profunda reorganización a la que ha sido sometida la industria espacial estadounidense.

La agencia NASA comunicó el miércoles su decisión sobre el nuevo cohete propulsor destinado a sacar de la órbita terrestre a las naves espaciales estadounidenses en sus trabajos de exploración del Sistema Solar.

«Este cohete... le garantizará a EEUU el liderazgo en la carrera espacial y será fuente de inspiración para millones de personas en todo el mundo». Estas fueron las palabras de Charles Bolden al presentar un proyecto al público que esperaba algo nuevo, tras un verano que ha sido testigo de la jubilación de los transbordadores espaciales.

El heredero del «Saturno»

La NASA apuesta por la creación de un propulsor totalmente nuevo. El anterior propulsor de unas características similares fue el Saturno V, diseñado por el ingeniero de origen alemán Werner von Braun. Estos cohetes fueron parte fundamental en las misiones lunares de los «Apolo».

Los parámetros de los dos cohetes serán similares. El nuevo SLS estará capacitado para poner en la órbita terrestre alrededor de 70 toneladas de carga y con el añadido de una nueva sección el peso podrá ser de unas 130 toneladas.

En las primeras secciones de las diferentes versiones de los nuevos cohetes colocarán de tres a cinco motores RS-25D/E, que son modificaciones de los propulsores equipados en los «Shuttle». La segunda sección nos remite al ingenio de Werner von Braun. En ella se colocarán motores J-2X, que son una modernización del J-2 que propulsaba a los Saturno en los años 60.

En el perfil del cohete también están incluidos unos aceleradores laterales desprendibles. En un principio se pensó en hacerlos de combustible sólido con una tecnología ya empleada y probada por los estadounidenses en sus  transbordadores, y en esto radica su principal ventaja.

Sin embargo, en este punto también se han levantado voces en contra que hablan de la necesidad de la introducción de las últimas tecnologías en el proyecto alentando la competitividad entre las empresas del sector. Este grupo lo encabeza el consorcio de diseño Aerojet y los constructores de motores Teledyne.

Aerojet se ha venido dedicando al desarrollo del último modelo de cohete propulsor estadounidense, el Taurus II. Este se trata de un cohete ligero impulsado por combustible sólido dirigido al sector del lanzamiento de pequeños satélites comerciales. La particularidad de este cohete estaba en la utilización del motor ruso NK-33, que Aerojet compró en una cantidad de unas cuarenta unidades a mediados de los años 90 por el bajo precio de un millón de dólares por motor.

El futuro del Taurus II es ahora más que nebuloso, mientras que el grandioso proyecto del SLS se presenta mucho más diáfano y con mejores garantías políticas. Aerojet ha anunciado que está dispuesta a remozar el motor AJ-26 (denominación estadounidense NK-33), comenzar a fabricarlo en serie y a crear en base al mismo un propulsor de oxígeno líquido y queroseno para el SLS. 

En definitiva, las opciones de esta empresa de llevar a buen puerto sus extravagantes planes no son muchas. Y no sólo por motivos de exotismo de los planteamientos, sino por causas más bien políticas.

Los residuos políticos del proyecto “Constelación”

El programa SLS en la actualidad es un variante de compromiso entre la utilización de las últimas tecnologías y la potencia de la industria espacial estadounidense con algunos restos del tristemente famoso proyecto “Constelación”.

Este programa fue iniciado en el 2004 durante la gestión del presidente George Bush y estaba llamado a responder a algunas cuestiones claves relativas a la industria espacial estadounidense después de la era de los trasbordadores. Este proyecto incluía una serie de nuevos propulsores, los Ares y un nuevo módulo espacial, el Orion. Uno de sus principales objetivos era la vuelta de EEUU a la luna, como herramienta propagandista de reafirmación de las prioridades nacionales en el sector.

Pero el tiempo transcurrió y el erario estadounidense continuaba escaso. Aparecían nuevos diseños y tecnologías, mientras que el proyecto se veía lastrado por el peso de la ideología política. Los gastos para las investigaciones y pruebas necesarias eran enormes y no se hicieron esperar las críticas, humillantes, por parte de renombrados ingenieros y de famosos astronautas. Todo se transformó en presión política que hizo del “Constelación” un proyecto básico, con los problemas mínimos y pocos gastos.

Poco a poco se hizo evidente que los cohetes Ares no tendrían ningún futuro: no resistieron el análisis pormenorizado de los expertos. Una de las principales causas fue la anormal cantidad de vibraciones al comienzo del despegue que, según los analistas, podrían poner en peligro la salud de los astronautas. Otro de los motivos era el alto coste monetario resultante del kilo de peso en órbita.

Este programa fue finalmente enterrado por Barack Obama que efectuó una reforma del sector espacial estadounidense a conciencia.

La administración de Obama trajo un poco de lucidez y  pragmatismo al eclecticismo del plan de Bush. En sus inicios, el proyecto “Constellation” conjugaba una gran cantidad de lanzamientos orbitales comerciales con una serie de misiones de largo recorrido. Todo ello resuelto con un mismo paquete de medios técnicos. Esta idea ya ha sido abandonada y las dos líneas del programa se independizarán una de la otra.

Por una parte, la administración de la Casa Blanca, en el marco de su lucha contra la reducción de gastos, comenzó a exigir una máxima compatibilidad con las tecnologías ya existentes para los nuevos programas espaciales. Y esta tendencia no sólo era aplicable a los cohetes y los transbordadores, sino que los nuevos aparatos se deberían adaptar a las antiguas infraestructuras de lanzamiento.

El establecimiento de las prioridades

La fecha del lanzamiento del nuevo cohete SLS ha sido prudentemente ubicada en el 2018. El ambicioso proyecto del nuevo propulsor es una bella idea: sin él será imposible volver a la luna y avanzar en la exploración del Sistema Solar. Sin embargo, los lanzamiento orbitales son urgentes ya, y los transbordadores ya han sido retirados.

Pero el cohete SLS no está sólo y tiene un serio competidor en el terrero de los lanzamientos orbitales en el Falcon IX de la empresa SpaceX, de Elon Musk. Esta empresa está ultimando el módulo Dragon, que ya ha sido probado en vuelo no pilotado y que, a finales de este año intentará el primer enlace de prueba con la Estación Espacial Internacional. 

Todas estas iniciativas se insertan armónicamente en la estratégia de evolución del sector espacial elegida por Washington. Los lanzamientos comerciales de personas y cargas a la órbita terrestre será cosa de las empresas privadas, tendrán su nicho en ellos los satélites militares, claro está.

Por lo que respecta a la NASA, ésta se ocupará de desarrollar y mantener los cohetes pesados SLS y los módulos espaciales para la exploración del espacio lejano. De forma que, cuando Barack Obama describía las fantásticas escenas de las futuras misiones a Marte, creadas de las ruinas del programa “Constelación”, no se alejaba demasiado de la realidad. La idea puede que después cuaje con algunas variaciones pero el sentido de la misma ya sido definido con exactitud y brillantez.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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