Democracia y conflictos religiosos en Egipto

© Foto : Archivo del autorMarc Saint-Upéry
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¿Estará degenerando la revolución egipcia? Mientras una ola de delincuencia está azotando el país, el espectro de una guerra de religiones lleva a muchos egipcios a preguntarse hasta qué punto el desorden es sinónimo de democracia, y si todo esto valía la pena.

¿Estará degenerando la revolución egipcia? Mientras una ola de delincuencia está azotando el país, el espectro de una guerra de religiones lleva a muchos egipcios a preguntarse hasta qué punto el desorden es sinónimo de democracia, y si todo esto valía la pena.

Algunos ven algo de conspiración política cuando una fuerza policial descorazonada se rehúsa a cumplir sus deberes, desvaneciéndose en medio de un motín futbolístico en Cairo que hubiera sido fácil de controlar. Facilitar el caos es probablemente el mejor modo de preparar el terreno para una resaca autoritaria.

A inicios de mayo, en Imbaba, un barrio popular del norte de Cairo, un grupo de fundamentalistas islámicos –aparentemente extraños a la zona– marchó hacia una iglesia copta en reacción al rumor de que una mujer convertida al Islam había sido secuestrada en el mismo lugar. El incidente desató una noche de batalla callejera entre cientos de musulmanes y cristianos, dejando al menos 12 muertos y dos iglesias en llamas.

Según varios testigos, matones y agentes vinculados a la policía secreta y al antiguo partido dirigente pudieron haber contribuido a la agitación. De hecho, está ahora comprobado que el atentado contra otra iglesia copta en Alejandría en diciembre de 2010 fue planificado por el aparato de seguridad de Mubarak.

Mientras los coptos siguen protestando y reclaman la protección del gobierno, los poderosos Hermanos Musulmanes tratan de distanciarse de los extremistas anti-cristianos. La Hermandad acaba de presentar el pedido de reconocimiento oficial de su nueva expresión política, el Partido de la Libertad y de la Justicia, que competirá en las próximas elecciones parlamentarias.

Entrevistado en Londres, donde participaba en una conferencia organizada por un asociación de musulmanes egipcios, el presidente del nuevo partido, Mohamed Morsy, declaró que los Hermanos Musulmanes no comparten la ideología de los salafistas, los puritanos extremistas de estilo saudí. Hablando de un panfleto salafista que usaba la palabra “infieles”, Morsy denunció este tipo de lenguaje divisivo.

El Partido de la Libertad y de la Justicia pretende ser laico y formalmente independiente de los Hermanos Musulmanes. Afirmando su compatibilidad con las minorías religiosas, los derechos de las mujeres y los derechos humanos, nombró un copto como vicepresidente e invitó cristianos y mujeres a juntarse a sus filas. “La gente es libre, incluso libre de creer o no creer en Dios. La voluntad del pueblo es la fuente del poder. No vamos a imponer nuestras creencias al pueblo,” dice Morsy.

¿Son sinceros los Hermanos Musulmanes? Quizás es una pregunta que no tiene cabida en política. Como observa el filósofo Jon Elster, en un sociedad donde el pluralismo es percibido como inevitable y legítimo, y donde esto se refleja adecuadamente en las leyes y el proceso electoral, la deliberación pública vive de lo que él llama “el efecto civilizador de la hipocresía”.

Al debatir frente a un público inquisitivo, los participantes preferirán usar argumentos que invocan el interés general en lugar de sus agendas particulares. No importa si tienen motivaciones espurias, explica Elster, el llamado a la equidad y al espíritu público logrará moderar automáticamente sus intereses egoístas. La invocación reiterada de argumentos supuestamente imparciales se volverá un hábito no sólo de la mente, sino del corazón.

Por supuesto, los contextos sociales concretos son bastante diferentes de los escenarios inmaculados de la deliberación pública en su versión idealizada. Puede ser que exista un proceso de aprendizaje democrático del tipo descrito por Elster, pero seguramente es más confuso y riesgoso en la vida real. Hay más fuentes de posibles conflictos en el cielo y la tierra que las que sospecha la filosofía política académica.

Sin embargo hay algo en la idea de una hipocresía constructiva. En modo parecido, el islamólogo suizo Patrick Haenni describe como muy contraproducente la lógica condicional que se quiere a veces imponer a todas las vertientes del Islam político, y en particular a los Hermanos Musulmanes: “Primero que nos convenzan que son demócratas, y después les abriremos la puerta.” Funciona al revés, dice Haenni. Es por su participación en un sistema político con un mínimo de apertura que estos movimientos podrán generar tendencias más moderadas.

Que se trate de extremistas religiosos o de matones del antiguo régimen, los obscuros agitadores que quemaron las iglesias de Cairo probablemente no conocen las sutilezas de la teoría de la democracia, pero entienden intuitivamente que el tipo de dinámica descrito por Elster y Haenni amenaza sus agendas sectaria y autoritaria. Por eso están determinados a envenenar las fuentes de buena voluntad y tolerancia que fortalecieron los revolucionarios pacíficos de la Plaza Tahrir.

En estás difíciles circunstancias, ahí va mi sugerencia a los valientes demócratas egipcios. No se asusten, no se desesperen. Mantengan sus objetivos finales, pero sean completamente flexibles en sus tácticas y su retórica. Y no se resienten por los hipócritas. Traten de cooptarlos.

*Marc Saint-Upéry es periodista y analista político francés residente en Ecuador desde 1998. Escribe sobre filosofía política, relaciones internacionales y asuntos de desarrollo para varios medios de información en Francia y América Latina entre ellos, Le Monde Diplomatique y Nueva Sociedad. Es autor de la obra El Sueño de Bolívar: El Desafío de las izquierdas Sudamericanas.

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*Marc Saint-Upéry es periodista y analista político francés residente en Ecuador desde 1998. Escribe sobre filosofía política, relaciones internacionales y asuntos de desarrollo para varios medios de información en Francia y América Latina entre ellos, Le Monde Diplomatique y Nueva Sociedad. Es autor de la obra El Sueño de Bolívar: El Desafío de las izquierdas Sudamericanas.

 

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