Un participante en la guerra de Irak comentó en estos términos al canal televisivo Euronews la liquidación de Osama Bin Laden: “Le estábamos persiguiendo en todas partes: en Irak, Afganistán, Yemen, y, por fin, alcanzamos nuestra meta. Ahora los soldados estadounidenses pueden volver a sus casas…”
Estas palabras son una ilustración elocuente de lo fatigado que está EEUU con su carga de dominio mundial.
La liquidación de Bin Laden es, sin duda alguna, un triunfo político de EEUU y de Barack Obama, en particular. Washington mostró que puede alcanzar sus metas lo que es sumamente importante para mantener su prestigio mundial. El presidente lo podrá esgrimir como un argumento de peso contra las acusaciones de los conservadores que aseveran que Obama menosprecia los intereses de seguridad nacional.
Los oponentes suelen comparar a Obama con James Carter, el 39 presidente estadounidense del Partido Demócrata quien no fue reelegido para el segundo mandato debido al intento fallido de rescatar a los rehenes en la embajada en Irán en primavera de 1980. Pero ahora, la exitosa operación contra el terrorista No. 1, al contrario, servirá de apoyo en la campaña electoral de Obama.
La operación llevada a cabo en Pakistán puede cambiar el guión afgano. Obama no es partidario de la presencia duradera de las tropas estadounidenses en este país, pero el que se disponga a retirar las tropas el próximo verano provoca gran descontento. Sin embargo, ahora puede aducir a que la tarea principal está cumplida, y la idea de crear allí un estado democrático moderno, proclamada en la etapa inicial de la intervención, ya está descartada desde hace mucho. El presidente de Afganistán, Hamid Karzai, también insiste en que EEUU revise su comportamiento en el país tomando en consideración que Afganistán ya no es una fuente de terrorismo.
Pero, ¿qué significa la muerte de Bin Laden en el contexto más amplio? A juzgar por lo que se escribe sobre Al Qaeda, Bin Laden dejó de ser su dirigente real hace mucho, y es lógico.
Se considera que la organización representa una red cuyas células funcionan de manera independiente sin necesitar una planificación centralizada.
Existe una ideología común que en líneas generales llama a la lucha contra los judíos y cristianos, pero cada rama concreta tiene su propio enemigo concreto: autoridades de países musulmanes respectivos o agresores extranjeros. La liquidación del símbolo, como fue Bin Laden, puede perjudicar el entusiasmo dentro de la red, pero dudablemente cambiará algo en la práctica: cada rama tiene sus propias tareas a nivel local. Y seguirá resolviéndolas.
Por otro lado, con la destrucción del rostro del terrorismo internacional puede desaparecer esta última noción del terrorismo internacional como lo entendían en los años 2000.
Después de los atentados del 11 de septiembre, la Administración de George W. Bush intentó convertir la lucha contra el terrorismo en el eje de la política mundial.
Este mal lo veía como un substituto a la desaparecida amenaza soviética, la oposición a la cual acondicionó en la segunda mitad del siglo XX todo el sistema internacional.
Pero las discrepancias y contradicciones que entrañó el enfoque de Bush no permitieron lograr el deseado efecto de consolidación. Tanto más que el antiguo dueño de Casa Blanca intentó disfrazar de lucha antiterrorista sus ajustes de cuentas con Saddam Hussein y el incremento de la presencia estadounidense en Oriente Próximo.
En todo caso, hoy la situación es diferente. La especialista británica para las cuestiones estratégicas, Julian Lindley-French, dice que es lógico que a Bin Laden le hayan matado precisamente ahora, cuando todo Oriente Próximo está sacudido por disturbios.
El auge del islamismo radical de los principios del siglo fue una reacción a la profunda crisis moral de los regímenes nacionalistas autoritarios que dominaban el mundo árabe desde la época de descolonización.
La ola de renovación de hoy, que, a propósito, fue una sorpresa para los partidarios del yijad, acarrea nuevos cambios radicales. Más tarde obtendrá sin duda alguna, un carácter más religioso, pero estará orientada al afianzamiento de estados concretos y de su papel en la política internacional y no a ideas quiméricas como la construcción de un nuevo califato.
Osama Bin Laden fue un producto de la oposición bipolar de la época de la Guerra Fría. Terminada aquella, intentó empezar su propio juego. El 11-S no cambió el mundo, sólo sirvió de catalizador de procesos objetivos iniciados mucho antes que acarrearían el fin del existente orden del mundo. Bin Laden, así como el terrorismo internacional que personificó, no era propulsor de la historia. Fue sólo un episodio del período de transición que está atravesando el mundo desde el último decenio del siglo XX. Y seguirá atravesando hasta que el sistema internacional alcance un nuevo equilibrio.
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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.