Anna Pávlova impuso el ballet ruso en los teatros más prestigiosos del mundo

El 12 de febrero se cumplieron 130 años desde el natalicio de Anna Pávlova.

De apariencia frágil, delicada y etérea, pero de carácter firme, a veces, despótico y dominante, así, en pocas palabras, fue Anna Pávlova, la célebre bailarina rusa de los inicios del siglo XX.
 
Todavía la crítica considera que el ballet “El Cisne”, del coreógrafo Mijaíl Fokine con música del compositor francés Camille Saint-Saïns, fue creado exclusivamente para ella.
Pávlova lo interpretó durante 25 años conquistando el público en todo el mundo. Hizo al cisne el símbolo de toda su vida. Dejó a la historia centenares de fotos donde está interpretando la muerte del cisne y una, hecha en su finca cerca de Londres, donde esta abrazando a su ave preferida como si fuera ella misma.
 
Para el famoso bailarín ruso y director de la compañía de Grand Opera de París, Serge Lifar, Pávlova nunca tuvo necesidad hacer fouetté o dominar otros pasos de técnica difícil, porque encantó por “la belleza y el desliz tan ligero que parecía que volaba en el aire como si no le costara nada”.
 Así describió su primera impresión al verla bailar, pero más tarde notó también algo de poco natural y afectado en su interpretación. Se puede notarlo también por su manera de posar en las fotos con cara melodramática y ojos lánguidos.

Serguei Diághilev, el fundador de los legendarios Ballets Rusos, también notó se las disonancia de sus interpretaciones, pero le perdonó todo hasta el momento en que abandonó su compañía, tras lo cual empezó su éxito.
Pávlova trabajó con Diághilev sólo una temporada, en 1909, y ya en 1910 optó por ser un ave libre. Tuvo varias razones para ello.
Ante todo, porque Pávlova no estaba dispuesta a compartir el éxito con otras primeras bailarinas, siguiendo el ejemplo de Mathilde Kschessinska quien dominó el ballet del Teatro Mariinsky sin ceder su trono a otras bailarinas hasta la llegada de los jóvenes, incluida misma Pávlova.

Además, Pávlova, con su carácter independiente y caprichoso, creía que Diághilev era un empresario demasiado autoritario.
En fin, hubo una causa más. Es que el amante de la bailarina, barón Víctor D´André, gastó en sus vestidos para los espectáculos de los Ballets Rusos cantidades enormes y resultó en la cárcel.
Al firmar un contrato con una agencia teatral londinense, Pávlova recibió un avance que le permitió liberar a D´André.
Al bailar, parecía efímera, como de otro mundo. Pero en realidad poseía una voluntad férrea gracias a la cual logró entrar en el mundo del ballet y reinar allí.
 
Nacida en el seno de una familia pobre, hija ilegítima de lavandera y banquero, Pávlova, al ingresar en la Escuela de Ballet de San Petersburgo, fue considerada “el patito feo”: en aquella época, las estudiantes de la escuela eran de cuerpo poderoso y musculoso. Las compañeras se reían de ella, pero el pedagogo, Pavel Gerdt, explicó a la joven bailarina que su fuerza consistía en su fragilidad.
 
Bailaba  como “una visión efímera, igual que un genio de pura belleza”, parafraseando famosas palabras del Alexander Pushkin, clásico de literatura rusa. Pávlova podía traducir al lenguaje de danza cualquier emoción. En 1899 Pávlova fue admitida al Teatro Mariinski y pronto se hizo su primera bailarina, interpretando los papeles de Giselle, Raymonda, Aurora (La bella durmiente), Nikia (Bayaderka), Kitri (Don Quijote), Paquita. A principios del siglo XX empezó sus giras por Rusia.   
Mijaíl Fokine, su pareja en el escenario, inspirado por la plástica y talento dramático de Pávlova, coreografió para ella los ballets La Viña (1906), Chopiniana y Pabellón de Armide (1907), Noches Egipcias  (1908). El público vio en Fokine y Pávlova a los innovadores que libraron el ballet de clichés antiguos y le dieron una vida nueva.

Su obra maestra principal, la Muerte del cisne, sobre la música de Camille Saint-Saïns, “El Cisne”, del Carnaval de los animales la creó en 1907 en unos minutos, junto con Pávlova. Hoy esta miniatura es interpretada por las mejores bailarinas del mundo.
En 1910 Pávlova fundó su propia compañía y empezó a viajar con ella en giras haciendo el ballet ruso ascender a los escenarios más famosos del mundo y poniendo inicio al nacimiento de teatros nacionales en muchos países.
 En honor a ella nombrarían perfumes, pasteles e incluso avión. Le favorecerían  monarcas y la imitarían las mujeres más bellas del mundo, desde EEUU hasta India. La prensa no dejaría de publicar sus fotos  e inventar historias sobre ella.

Pero el precio de la leyenda de Pávlova fue increíblemente alto. Bailaba 8-9 espectáculos a la semana durante dos decenios, permitiéndose descansar sólo una vez al año, el 31 de diciembre. Bailó tanto en los teatros de ballet más famosos, como en cobertizos antiguos, como fue en Australia. 
Visitó San Petersburgo en gira por última vez en 1914. Después de la revolución estaba enviando a su tierra natal provisión y medicamentos, patrocinaba a los bailarines jóvenes.
Se estableció en Inglaterra. Junto con D´André, su esposo ya, vivió en una mansión, decorada por hiedra, cerca de Londres, donde siguió creando la leyenda de Pávlova en decoraciones ultrarrománticas: con un lago de cisnes blancos, rosales y esculturas. Tal vez, los accesorios eran demasiados, pero el público le perdonaba absolutamente todo.

En 1931, durante su gira a Países Bajos en un tren frío, Anna Pávlova enfermó de   pulmonía. La enfermedad resultó fatal para ella. Murió unos días antes de cumplir los 50 años. La leyenda cuenta, que antes de morir pidió que prepararan su vestido de cisne.

Más tarde, sobre ella escribirán libros y rodarán películas. Roland Petit le dedicará su ballet Mi Pávlova. Anna Pávlova quedará en la historia como una de las leyendas más grandes del arte del siglo XX.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI