La OSCE lucha por sobrevivir

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Cumbre de la OSCE en Kazajstán - Sputnik Mundo
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La cumbre de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) concluyó el 2 de diciembre a medianoche.

La cumbre de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) concluyó el 2 de diciembre a medianoche. Los primeros mandatarios adoptaron en la capital kazaja el documento final intitulado “Declaración de Astaná: hacia una comunidad segura”.

Los líderes de los 56 países miembros de esta organización tardaron más de 10 horas en consensuar el documento, sin reparar en la tempestad y en el riesgo de quedarse en Kazajstán debido al temporal.

El presidente kazajo, Nursultán Nazarbáev, ha estado un año intentando revitalizar esta organización. Sus esfuerzos se han coronado con la cumbre y la firma de esta declaración conjunta. Pero habrá que ver si esto redunda en una verdadera convalecencia de la OSCE.

Un poco de historia

La última cumbre de la OSCE, como es bien sabido, fue celebrada en 1999 en Estambul, cuando se adoptaron muchos documentos, incluido el Tratado de las Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (FACE). Posteriormente, el FACE sólo fue ratificado por Rusia. Como resultado, un Estado cumplía con los compromisos adquiridos en el ámbito militar, mientras que otros, no. Entonces, en 2007 Rusia se retiró del FACE a título unilateral.
Se puede afirmar que desde la cumbre de Estambul la OSCE desapareció como tal. Sus líderes ya no se reunían. Las reuniones de los ministros de la OSCE quedaban sin su conclusión lógica, es decir, no se podía llegar a ningún acuerdo. En algunos países funcionaban oficinas adjuntas a la OSCE, financiadas con fuentes de dudosa procedencia, que se ocupaban de la lucha contra los regímenes no occidentalistas en el territorio de la antigua URSS.

Rusia, junto con otros miembros, propuso poner en orden aquel caos mediante la adopción de la Carta de la OSCE y de algunas reglas para su funcionamiento. Nadie la escuchó. Todo esto fue recordado por el presidente ruso, Dmitri Medvédev, quien intervino el primer día de la cumbre en Astaná.

La tarea inicial de esta cumbre era en un principio bastante modesta: plasmar en un documento los principios fundamentales a partir de los cuales surgió la OSCE en la conferencia en Helsinki en 1975, como la inviolabilidad de las fronteras y la cooperación entre todos los Estados de Europa, independientemente de su ideología, en los ámbitos de la seguridad, economía y derechos humanos.

Sí, el objetivo era tan sólo el adoptar un documento que corroborara el documento previo. Pero incluso este objetivo apenas pudo ser alcanzado. No se podía llegar a un acuerdo sobre las fronteras y sobre la mencionada “independencia de la ideología”. Lo que quiere decir que la OSCE es una organización donde, a diferencia de la ONU, una parte de sus miembros no quiere reconocer la igualdad de todos los integrantes.

La situación ha cambiado mucho en estos 35 años. Primero, dos sistemas ideológicos opuestos decidieron que para su propia seguridad había que cooperar y buscar compromisos. Luego, después de 1991, una parte dentro de la OSCE decidió integrar a todos los miembros antiguos del bloque oriental en el occidental. En fin, después de la cumbre en Estambul quedó claro que eran 56 Estados diferentes que iban a continuar siendo diferentes, a pesar de las ilusiones sobre lo contrario. Por eso comenzó la pausa en las relaciones que ha durado once años.

Reanimar lo muerto

Once años es un período bastante largo como para reflexionar. Hoy, las discusiones en torno a la reforma de la OSCE hacen dudar si la existencia de la Organización tiene algún sentido.

En los años 90, los diplomáticos rusos subrayaban que la OSCE era la única estructura en el espacio euroasiático integrada en pie de igualdad por cuantos lo habitan. De ahí que la OSCE se considerara necesaria para todos como un ejemplo, un dechado de nueva organización de cooperación imprescindible tras el cese de la confrontación entre los bloques. Esta idea parecía correcta y evidente.

Hoy subsiste formulada por Moscú en otras palabras: la OSCE es un organismo que intenta agrupar a la  Unión Europea, la OTAN, la Comunidad de Estados Independientes, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, etc. Sin embargo y a pesar de la tendencia general hacia la cooperación y el fortalecimiento de la seguridad, no consigue unir a los entes mencionados. Muy al contrario, parece que pronto serán las reglas de la OTAN las que consigan fomentar la cooperación en el espacio de la OSCE.

¿A qué se debe esto? Tal vez a que el miedo común a un conflicto nuclear entre Rusia, EEUU o Europa ya no existe, y a que no haya aparecido nada capaz de unir a los miembros. O a que el mundo del mañana es incompatible con el mapamundi del siglo pasado.

En la mente de algunos europeos persiste el talón de acero asociado a las fronteras entre Europa y la URSS, mientras que más allá, en Oriente, la situación parece ser diferente: se instituyen organizaciones que imitan a la OSCE abordando nuevos espacios y eliminando las fronteras que existían allí en el siglo XX.

Aquí cabría mencionar la Conferencia para la Interacción y las Medidas de Fomento de la Confianza en Asia (CICA), un proyecto de Kazajstán que celebró su cumbre a principios de junio pasado en Estambul. Esta Conferencia está compuesta casi por los mismos miembros que la OSCE, pero con un mayor peso concedido al mundo asiático.

Todo el espacio asiático está inmerso en foros y conferencias, buscando y encontrando intereses comunes, pero sin crear nuevas organizaciones, a excepción de la Organización de Cooperación de Shanghai. A propósito, esta última no tiene nada que ver con el mapa del siglo XX, una de cuyas características eran sus fronteras entre las ex repúblicas soviéticas del Asia Central y los demás, sino que está estructurada de acuerdo con nueva realidad.

Todo ello hace pensar que el problema de la OSCE está en su origen, porque hoy es preciso promover la cooperación entre los socios de mañana y no entre los competidores y adversarios de ayer.

Pero, paradójicamente, son pocos los ejemplos de disolución de organizaciones grandes que se han quedado inútiles y obsoletas. De esta forma siguen existiendo el G-8, la Mancomunidad de Naciones (denominada anteriormente británica) y el Movimiento de Países No Alineados. Siguen su inercia, reuniéndose de vez en cuando, aunque su importancia ya sea testimonial.

Podríamos añadir a esta lista a la OSCE. Porque en la cumbre de Astaná no se vislumbró ninguna idea común, ninguna posibilidad de que la Organización empezara a hacer algo útil. Cada uno habló de lo suyo: los uzbeсos comentaron la situación en Afganistán, los surcoreanos instaron a la OSCE a censurar a Corea del Norte, los bielorrusos y turcomanos discutieron los principios de seguridad energética y reglas de suministro de materias primas…

Lituania, que asumirá la presidencia el año que viene, manifestó en Astaná por boca de su presidenta, Dalia Grybauskaite, que hay problemas olvidados, de los cuales la Organización tendría que ocuparse, como los de Moldavia, Georgia y Alto Karabaj, así como de fomentar el papel participativo de la sociedad civil, de garantizar la libertad de los medios de difusión masiva y de proteger a los periodistas.
Además, la presidenta lituana hizo notar que habría que diseñar una amplia estrategia para la seguridad cibernética. Son buenas ideas, pero ¿por qué se atribuyen estas tareas a la OSCE y no a la ONU, por ejemplo?

Al fin y al cabo, la declaración está adoptada. Expresa el deseo común de avanzar hacia una sociedad más segura. Lo que da lugar a la esperanza de que la OSCE seguirá luchando por sobrevivir sin conocer cómo será en el futuro.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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