La cumbre de la OSCE, Astaná 2010 entrará en historia

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El pasado 2 de diciembre concluyó la cumbre de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en la capital de Kazajstán, Astaná, tras un lapso de once años y por primera vez en el territorio de un país del espacio post-soviético.

El pasado 2 de diciembre concluyó la cumbre de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en la capital de Kazajstán, Astaná, tras un lapso de once años y por primera vez en el territorio de un país del espacio post-soviético.

A principios de año, cuando Kazajstán asumió la presidencia de la OSCE, se marcó como objetivo celebrar la reunión en el máximo nivel, posicionándola como histórica. Este objetivo fue alcanzado pero, los otros, los más importantes, como el arreglo de algunos conflictos latentes, incluido el de Alto Karabaj, no han podido ser resueltos en el encuentro de los Jefes de Estado.

En este sentido, los actuales presidentes de Azerbaiyán y Armenia, Ilham Alíev y Serzh Sargsyan, reunidos aquí, invitaron a buscar una fórmula de compromiso pero, al mismo tiempo, hicieron saber que no estaban dispuestos a ceder. En cualquier caso hay que reconocerles que los dos acordaron agradecer a los mediadores internacionales los esfuerzos por arreglar el conflicto.

Tampoco se podía esperar que la cumbre resolviera los problemas de Afganistán. Todos los participantes coincidieron en que habría que seguir colaborando con el actual gobierno del país. Está claro que los únicos que habrían podido pronunciarse en contra, los talibanes, no estaban invitados a la cumbre. Al mismo tiempo, es evidente que carece de sentido discutir el futuro de Afganistán sin la participación de este influyente movimiento ideológico y social.

La única persona que se atrevió a manifestarlo fue el jefe de la delegación uzbeka, el ministro de Asuntos Exteriores, Vladímir Nórov, pero no le hicieron caso, porque declaró también que Uzbekistán tiene intenciones de fomentar relaciones bilaterales con Afganistán, sin depender de las recomendaciones por parte de la OSCE.

Lo mismo se observa en casos de Transnistria, Kirguizistán y Kosovo. La OSCE, en su formato actual, no llega a trazar vías eficaces de arreglo para estas disputas geopolíticas graves de largo recorrido. Esto estaba claro antes de la cumbre ya, por lo que el principal objetivo del evento fue anunciado como un cambio del formato y, en consecuencia, de la esencia de esta Organización.

No es un secreto que la Organización, instituida para una oposición civilizada del Occidente capitalista contra el Oriente comunista acabó vacía de contenido con la desaparición del bloque socialista, cuando en lugar de una Guerra Fría surgieron numerosos focos de tensión.

Sin embargo, el cambio de formato, tal como se planeaba, no ocurrió: en vez de convertirse en una herramienta para la diplomacia y las negociaciones, la OCSE convirtió a Astaná en un lugar de debates, donde los Estados líderes de la organización, acostumbrados al consentimiento de los demás miembros, se vieron enfrentados a una oposición organizada. Como en los tiempos pasados, vimos una estructura geopolítica bipolar: unos Estados post-soviéticos encabezados por Rusia contra los  partidarios de Occidente, por la otra.

Esta situación la ilustra fehacientemente la discusión en torno a otro tema clave: Abjasia y Osetia del Sur. La comunidad occidental, representada por el viceprimer ministro del Reino Unido, Nick Clegg, abogó por la integridad territorial de Georgia de acuerdo con las fronteras internacionales reconocidas, añadiendo que “Rusia debe retirar sus tropas de Abjasia y Osetia de Sur”.

Por su parte, el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, advirtió que Rusia no iba a firmar ningún documento final de la cumbre de la OSCE en Astaná donde se trate del conflicto en Georgia. “No cabe hablar de la integridad territorial de Georgia en sus antiguas fronteras”, declaró Lavrov. El presidente ruso, Dmitri Medvédev, abandonó Astaná un día antes de lo previsto.

Algo semejante ocurrió ya hace once años en la cumbre de la OSCE en Estambul, cuando Rusia y la comunidad internacional no lograron hacer las paces acerca de la cuestión de Chechenia, cuestión que estropeó las relaciones entre ambos bandos.

Pero también hay ciertas diferencias. La Rusia de aquel entonces era mucho más ingenua y vulnerable políticamente tras sufrir toda una serie de decepciones en el ámbito internacional. Ahora es un país diferente, más  experimentado, líder de algunas repúblicas ex soviéticas. Más aún, Astaná presentó a todo el espacio euroasiático que se está formando una nueva alianza, que por ahora se llama Unión Aduanera entre Rusia, Bielorrusia y Kazajstán. Otro hecho muy significativo es que aparte del inglés, el idioma oficial de la cumbre fue el ruso.

Es muy probable que los líderes occidentales no hubieran esperado una oposición tan cohesionada y correcta. Ahora las discusiones sobre Abjasia y Osetia del Sur, al igual que sobre Kosovo, tienen un carácter más organizado, parlamentario. No hay una única verdad geopolítica, hay lugar a discusión.

Haciendo una digresión histórica, podríamos resumir en breve los resultados de las cumbres de la OSCE. Gracias a la Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) en Helsinki, en 1975, empezó la llamada distensión de la tirantez internacional.

Se considera que la cumbre celebrada en París en 1990 (cuando fue firmada la Carta de París para Europa que estableció la prioridad del derecho nacional sobre el internacional) provocó una ola del separatismo en Europa del Este, afectando incluso a la propia URSS. En 1994, en Budapest la CSCE fue transformada en la OSCE actual. Ya hemos mencionado su cumbre de Estambul en 1999.

Asimismo, la cumbre de 2010 en Astaná dejará su huella en el futuro. Vivíamos en la época “después de la cumbre de Estambul”, en un mundo formado por la cumbre de París. Pero el 2 de diciembre marcó el inicio de una era nueva.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDIRÁ OBIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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