Promesas traicionadas y luces de esperanza en Cachemira

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Marc Saint-Upéry - Sputnik Mundo
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El largo verano de protestas en Cachemira refleja una trágica historia de promesas defraudadas, elecciones manipuladas y una sociedad cautiva del fuego cruzado entre las potencias regionales.

El largo verano de protestas en Cachemira refleja una trágica historia de promesas defraudadas, elecciones manipuladas y una sociedad cautiva del fuego cruzado entre las potencias regionales. Desde 1989, Cachemira está siendo desgarrada por la violencia de la insurgencia  y la brutalidad aún más indiscriminada de la represión. Decenas de miles de cachemiríes fallecieron a consecuencia de lo sucedido en la zona más militarizada del mundo: más de 600.000 uniformados indios,  más o menos un soldado para cada 10 civiles en el Valle del Cachemira. (En el apogeo de la ocupación estadounidense en Iraq había sólo un soldado para cada 186 civiles.)

Desde 1947, cuando su monarca hindú optó por integrarse a la república de India pese a gobernar una población de fuerte mayoría musulmana, Cachemira fue un foco de agitación nacionalista y un  objeto de contienda entre Nueva Delhi e Islamabad. El conflicto cachemirí no sólo es muy complejo, sino que generalmente no está bien cubierto por los medios internacionales. Sin embargo, basta mirar un mapa para ver que el hermoso paisaje alrededor del lago Dal no es una zona de interés geoestratégico secundario, sino una herida abierta en la proximidad de las fronteras más calientes del planeta.

La Intifada de este año, ocasionada por la muerte de un estudiante inocente de 17 años en manos de las fuerza paramilitares indias, es  el tercer verano de protesta cívica en el Valle desde 2008. Después  de tres meses de tirar piedras y más de un centenar de muertes entre los civiles –en su mayoría adolescentes–, Nueva Delhi adoptó un tono más conciliador y mandó un equipo de “interlocutores” a Srinagar. “Nos tenemos que preguntar por qué la gente de Cachemira está tan enojada y adolorida,” declaró la presidente del Partido del Congreso, Sonia Gandhi, mientras el ministro del Interior, Gopal Pillai, confesaba que “no hemos sido capaces de conquistar los corazones y los espíritus de la gente ¿Porqué será?”

No hay ningún misterio. Si bien los cachemiríes pueden discrepar entre sí sobre sus objetivos finales y los mecanismos institucionales para lograrlos, todas las encuestas independientes muestran que, en su gran mayoría, quieren ante todo tres cosas. Primero, la desmilitarización del conflicto y el final de las atrocidades cometidas por las fuerzas de seguridad indias. Segundo, un debate abierto sobre cómo restaurar y mejorar mecanismos específicos de autogobierno dentro del marco federal de India –y que Nueva Delhi se comprometa a respetar los resultados de elecciones democráticas. Tercero, un renovado diálogo entre India y Pakistán para bajar las tensiones en la región. Estos tres objetivos están vinculados, pero su articulación es negociable.

Con su patrimonio cultural sofisticado, sus fuertes tradiciones sufíes y una juventud relativamente educada, Cachemira no es un país de talibanes. Una política progresiva de apertura de fronteras y medidas de confianza y reciprocidad entre Nueva Delhi e Islamabad permitiría que se desarrolle una versión más flexible del nacionalismo cachemirí. Ya no hay mucha gente para querer integrarse a Pakistán, los partidarios de la lucha armada están totalmente marginalizados y la irrefrenable reivindicación de “azadi” (libertad) expresa hoy toda una gama de significados ajenos a las demandas irreconciliables de la intransigencia nacionalista india y del secesionismo musulmán. A largo plazo, gracias a sus características particulares y su experiencia histórica –que se traduce en una sensibilidad en algún modo “post-yihadista”–, Cachemira podría volverse un puente en lugar de ser una línea de frente encendida.

Si la India cree de veras en su brillante porvenir, puede permitirse ser más generosa hacia el pueblo de Cachemira. Un país que aspira a venderse como la mayor democracia  multicultural del mundo debería al menos mostrar lo que Thomas Jefferson llamaba “un respeto decente para las opiniones de la humanidad”. En Cachemira así como en las zonas del territorio indio controladas por la rebelión maoísta, las tácticas de contrainsurgencia despiadada son una muy mala publicidad para Nueva Delhi.

Por supuesto, esta perspectiva les parecerá ingenua a los halcones y a los islamófobos. Es cierto que la amenaza terrorista no desapareció por magia, tampoco dejaron de existir las manipulaciones de las autoridades pakistaníes. Sin embargo, los cínicos y los escépticos  deberían prestar más atención a lo que dicen los chicos en las calles de Srinagar: “No somos sólo un pedazo de tierra, una disputa territorial entre India y Pakistán. Somos seres humanos y tenemos emociones”. Y también: “Somos el fuego y la India nos está echando aceite encima”.

Si el gobierno de Nueva Delhi altera las reglas del juego democrático y trata a millones de sus conciudadanos como una potencial quinta columna, lo único que logrará es crear esa quinta columna. Eso ya sucedió después de 1987, cuando desconoció los resultados del proceso electoral, empujando a miles de jóvenes cachemiríes a confiar sólo en “los As y los Bs” (AK 47s y bombas). En lugar de echar aceite al fuego, el país de Gandhi y Nehru podría acumular mayor prestigio y buena voluntad internacional brindando algo de esperanza en una de las regiones más complejas y más peligrosas del mundo.

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*Marc Saint-Upéry es periodista y analista político francés residente en Ecuador desde 1998. Escribe sobre filosofía política, relaciones internacionales y asuntos de desarrollo para varios medios de información en Francia y América Latina entre ellos, Le Monde Diplomatique y Nueva Sociedad. Es autor de la obra El Sueño de Bolívar: El Desafío de las izquierdas Sudamericanas.

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