Dolores García

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Desde hace dos años se ha dicho y escrito verdaderos infundios sobre Leonardo Da Vinci. Todos los que nos hemos acercado a su verdadera personalidad sabemos que nunca hubiera formado parte de una sociedad secreta; que jamás fue un hereje sino, por el contrario, una persona de una exquisita espiritualidad que procuraba mantenerse digno ante el Creador de Todas las Cosas y muy respetuoso de la figura de Jesús y que recibió a petición propia el sacramento de la extremaunción antes de morir; cuando, por cierto, expresó una frase de lo más reveladora.

Es una lástima y hubiera sido más provechoso que todo esos esfuerzos por distorsionar una figura tan fascinante y delicada como la de Da Vinci no se hubieran empleado en hacer saber que dejó por escrito instrucciones para poder contemplar el retrato de Monna Lisa como una figura tridimensional; ¿por qué no se quiso desprender del cuadro hasta su muerte; por qué lo hizo llegar a un rey; o por qué nunca nadie le vio reír o cuál fue la causa de que nunca fuera feliz; o cuál pudo ser la causa de la rivalidad personal con Buonarroti; o quién fue realmente la anciana criada a la que dedicó un funeral digno de una gran señora; o que diseñó un automóvil capaz de impulsarse por sí mismo?
Para cualquier aclaración o sugerencia sobre lo que he afirmado en este e-mail y que se contiene en mi novela junto con otras curiosidades poco conocidas, me tienen a su disposición.
Atentamente, 
Dolores García
(Autora de ¿El Secreto de Monna Lisa?, Roca Editorial, 2004)

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