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Kabul se va transformando en una ciudad de mendigos

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Kabul, 14 de abril, RIA Novosti. El vertiginoso encarecimiento de los víveres pone en una situación de subnutrición a la mayoría de los vecinos de Kabul y las demás ciudades importantes de Afganistán, a las cuales fluyen en busca de empleo los habitantes rurales, manifestó el domingo Khan Jan Alokozai, presidente de la Cámara nacional de empresarios.

El Gobierno afgano asignó 50 millones de dólares al Ministerio de Comercio para la adquisición urgente de cereales y harina, medida con que se espera frenar el rápido incremento de los precios de productos alimenticios. Dichos recursos, según Comercio, proceden de las arcas del Banco Mundial.

Se contempla importar estos alimentos desde Kazajstán porque el proveedor tradicional de ambos artículos, Pakistán, prohibió su exportación a Afganistán. La mitad del producto que se traiga se venderá a precios descontados a los funcionarios públicos, y la otra mitad se va a distribuir a precios normales entre la población de diversas zonas del país.

A día de hoy, los afganos no pueden comprar siquiera las cantidades suficientes de alimentos básicos, tales como harina, arroz y aceite.

Un saco de 50 kilos de harina de trigo subió en 220 afganis, o casi cuatro dólares, a lo largo del último mes; y una lata de cinco litros de aceite de girasol cuesta ya más de 370 afganis (por encima de siete dólares), según Alokozai.

Los principales renglones alimenticios en Kabul subieron de precio en el 20% como promedio en las últimas cuatro semanas. Una tortilla de harina, plato esencial para la gente de bajos ingresos en esta ciudad, subió de 6 a 10 afganis, o sea, 20 centavos del dólar. Un maestro o un médico en Kabul cobran alrededor de 6.000 afganis mensuales (US$120), mientras que los pobres tratan de sobrevivir con trabajos esporádicos que les reportan, como promedio, la mitad de esta suma. Si descontamos lo que la gente gasta en el carbón o en la electricidad para calentar sus hogares, no queda prácticamente nada para la comida.

Los refugiados que van llegando a Kabul desde las regiones del sur, afectadas por las hostilidades, forman bandas de extorsionistas y luchan con los mendigos urbanos por un lugar bajo el sol. Los profesionales de la limosna han dividido la capital afgana en zonas de influencia y acometen a cualquier extranjero o persona bien vestida con la petición, cuando no la exigencia de ayuda.

Ir de compras es una auténtica pesadilla para un extranjero residente en Kabul: apenas deja aparcado el coche al lado de una tienda, le rodean niños, ancianos y mujeres con chador, cada cual, mendigando un dólar.

No hay empresas operativas, lo cual significa que millones de pobres en Kabul carecen de empleo y medios de subsistencia. Una capital otrora floreciente podría en un futuro próximo transformarse en una ciudad de mendigos.

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