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La última cita Bush-Putin. Vedomosti

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Vladímir Putin y George W. Bush se reúnen por última vez en calidad de presidentes activos. Sin embargo, se encuentran en posiciones desiguales porque el sistema político de EEUU no le deja a Bush ninguna oportunidad para llevar hacia la presidencia a un sucesor que él mismo haya escogido, permanecer como figura clave en la nueva Administración y volver cuatro años más tarde al cargo de jefe de Estado, escribe Kiril Rógov, politólogo y experto del Instituto de las economías en transición, en un artículo que publica el jueves el periódico Vedomosti.

 

Otra diferencia importante consiste en que Bush, abandonando el cargo para siempre, ha de pensar en el legado histórico que dejará a EEUU. Y en el cómo será recordado en la historia estadounidense. Al menos, porque no tiene la oportunidad de reunirse con los profesores de Historia, como Putin, y explicarles qué es lo que deberían contar a los alumnos. Conste que a Bush le resulta bastante difícil pensar en la proyección histórica de su mandato cuando el trasfondo habitual del mismo han sido la constante irritación e invectivas por parte de la prensa, numerosas acusaciones e investigaciones contra las personas de su entorno y la desilusión generalizada con su principal proyecto geopolítico, a saber, la invasión en Irak. Y encima, hay síntomas de recesión económica al final de su gobierno. Vladímir Putin no conoce ninguno de estos problemas.

Podría parecer paradójico pero el hecho es que ambos presidentes han necesitado el uno al otro constantemente, se han entendido muy bien pero al mismo tiempo se han visto obligados a protagonizar en público una especie de antagonismo. La revancha republicana que instaló a George W. Bush en el poder implicaba entre otras cosas una revisión drástica de la actitud que la Administración anterior, de Bill Clinton, había mantenido con respecto a Rusia. La fe en "una nueva Rusia" y en "el demócrata Borís" - postura que Clinton, por ironía, había heredado de Bush padre - quedó descartada enérgicamente. Lo curioso es que ello se correspondía totalmente con los ánimos que iba a encarnar Vladímir Putin en Rusia.

El "caso BONY" marcó una etapa crucial en la lucha por el cambio del paradigma político, tanto en Rusia como en EEUU. Fue una especie de cruz y raya al final de la época del optimismo histórico, con su confianza en la convergencia de diversos modelos del desarrollo. La divergencia y los conflictos que ella genera inevitablemente volvían a cobrar protagonismo como trama histórica y la apelación a la fuerza reaparecía otra vez en la agenda.

Una misma cosa, el petróleo, jugó un papel importantísimo en la carrera y en la filosofía política de ambos mandatarios. Fue esta materia la que marcó un hito crucial en ambas trayectorias políticas, atribuyéndoles una buena dosis de ambigüedad. George W. Bush justificaba la invasión en Irak con los intereses de seguridad nacional y global pero sus oponentes siempre mencionaban el crudo como la verdadera razón de fondo. De la misma manera, los oponentes le incriminaban a Vladímir Putin el deseo banal de hacerse con el control de  los activos petroleros cuando el presidente hablaba de consolidar al Estado y la fuerza de la ley en el contexto del "caso Yukos". No es de extrañar que Bush, al mirar un día a los ojos del "ex agente de la KGB" convertido en presidente de Rusia, haya visto a un hombre de confianza.

Altos funcionarios del Kremlin y hasta el mismo Putin lamentaron en varias ocasiones posteriores el hecho de que la Casa Blanca no había apreciado el grado de confianza y cooperación propuesto desde Rusia. Washington, según los estrategas del Kremlin, nunca respondió de forma adecuada a las concesiones por parte de Moscú. La parte rusa no quería un conflicto con EEUU y esperaba repartir las zonas de intereses e influencia en diversas asignaturas. Más tarde, ambas partes fueron perfeccionando la tecnología de "críticas sin confrontación real" pero Washington eludió una cooperación más estrecha a partir del principio "cada oso en su bosque".

No lo hizo por dos razones, quizás. La primera es el cacareado sistema político estadounidense que maniataba a Bush y reducía su margen de maniobra a la hora de buscar fórmulas de compromiso con un "ex agente de la KGB". En cuanto a la segunda, Moscú parece haberla subestimado desde un principio. Se trata del espacio postsoviético, el único terreno en que los intereses estratégicos de ambas Administraciones entraban en una contradicción fatal. No había canje posible pero el Kremlin lo entendió cabalmente sólo a finales de 2004, cuando había perdido ya la batalla por Ucrania.

En su última cita, ambos presidentes podrán a un mismo tiempo sacar el balance y rubricar los resultados de un canje pragmático. El objeto del regateo es obvio: la OTAN, el sistema DAM y la nueva arquitectura del poder en Rusia. Todo indica que Vladímir Putin no está dispuesto a dejar las riendas del poder tanto en los asuntos domésticos, como demuestra el cambio del status de los gobernadores, como en materia de política exterior. Y es crucial para él que Occidente reconozca esta situación poco ordinaria. El regateo en sí, en el sentido estricto, ya se ha consumado. EEUU reaccionó de forma bastante tranquila al peculiar "cambio del poder" en Rusia. Que Ucrania abandona la zona de influencia rusa también es un hecho, y la visita de George W. Bush a Kíev, previamente a la cumbre de la OTAN, es otro símbolo de aquello.

¿Quién ha ganado en este duelo de dos presidentes cuya reputación está manchada por el petróleo? La amistad, obviamente. Es probable que la Administración Bush le haya asegurado al Kremlin, en los albores de su relación, que evitará acciones unilaterales y contrarias a los intereses de Rusia en el espacio soviético. Pero la incorporación de Ucrania en la OTAN es un proceso que ya se ha iniciado y difícilmente tiene marcha atrás. También el presidente ruso ha asegurado a su homólogo más de una vez que acatará el orden que limita su permanencia en el Kremlin a dos plazos. Hoy es evidente que se queda. A cada cual, lo suyo.

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