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El reto occidental del nuevo presidente ruso

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Jorge Petinaud Martínez

Moscú, 1 de marzo, PL, para RIA Novosti. Ante la casi segura victoria de Dimitri Medvediev en los comicios presidenciales de este domingo, algunos politólogos prefieren analizar hoy cómo afrontará el reto de Occidente en las relaciones con Rusia.

Con el 73 por ciento de la intención de voto a su favor, según el último estudio de opinión antes de que entrara en vigor la veda publicitaria, Medvedeev encara las elecciones en medio de un ambiente de tensión con Estados Unidos y sus aliados occidentales.

En el caso particular de Washington, el director del Instituto ruso de Estados Unidos y Canadá, Serguei Rogov, considera que las discrepancias predominantes colocan las relaciones bilaterales en su punto más bajo desde 1945.

Prevalecen las contradicciones en diversos asuntos y la propaganda se desarrolla a un nivel que recuerda el período de la guerra fría, afirmó el experto.

El propio presidente Vladimir Putin, por primera vez en ocho años de mandato, reconoció recientemente de manera explícita que una nueva carrera armamentista está en marcha.

No depende de nosotros pues no la comenzamos, ese camino le fue impuesto a la Federación rusa, expresó en alusión a lo que el vicepresidente de la Academia de Problemas Geopolíticos, Leonid Ivashov, denominó en mayo de 2007 "nueva guerra fría".

Exactamente un año después de esa advertencia, el nuevo presidente asumirá el cargo de mayor jerarquía en el país más extenso del planeta, en una situación aún más complicada.

En el Kremlin, el nuevo gobernante tendrá como referente la pauta trazada por Putin en febrero de 2007 en la reunión de seguridad de Munich, Alemania, donde lanzó una estocada a fondo al orden unipolar en el planeta.

Con el consenso de amplios sectores nacionales y la simpatía de muchos países, Moscú retomó entonces su papel de contrapeso de poder mundial.

Desde esta posición, el ganador de las elecciones del 2 de marzo deberá encarar el hasta ahora continuo avance de la OTAN hacia las fronteras rusas, ya no solo con planes de construcción de nuevas bases militares en Bulgaria y Rumania.

En los próximos cuatro años deberá definirse la posible entrada en el bloque noratlántico de las repúblicas ex soviéticas de Ucrania y Georgia, lo cual significaría un estrechamiento del cerco a Moscú por el flanco suroccidental.

A esto se suma la decisión de la Casa Blanca de emplazar 10 cohetes interceptores en Polonia y un radar en la República Checa, con lo cual quedaría constituida en Europa la tercera región de defensa antimisiles del Pentágono.

El resto de los miembros de la OTAN, en tanto, continúan sin ratificar el Tratado de Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (FACE), solo firmado en 1999 por Rusia, Belarus, Ucrania y Kazajstán.

En tales circunstancias, resultará difícil para el nuevo jefe del Kremlin derogar la moratoria sobre el FACE, en vigor desde diciembre de 2007, tras el respaldo de los legisladores a un decreto de Putin.

La reciente proclamación de la independencia unilateral de Kosovo, ratifica que Putin no se equivocó en Munich cuando alertaba acerca de los intentos de equiparar el papel de la Unión Europea y la OTAN con el de las Naciones Unidas.

El precedente creado por este acontecimiento desequilibra el espacio post soviético, donde existen los llamados conflictos dormidos que involucran a Abjasia y Osetia del Sur frente a Georgia, Transdniéster contra Moldavia, y Azerbaiyán y Armenia por Nagorny Karabaj.

En el próximo cuatrienio el Kremlin deberá definir una política en relación con estos territorios incluidos en la geografía de la Comunidad de Estados Independientes.

La batalla diplomática por impedir la desmilitarización del cosmos será otro reto de la Federación rusa, con la visible oposición de Estados Unidos.

Los representantes de Washington rechazaron abiertamente una iniciativa ruso-china en este sentido en la Conferencia de Desarme de las Naciones Unidas, en Ginebra.

Días después, el Pentágono realizó el disparo de un cohete SM-3 guiado por un misil crucero de la clase Tricondega, que impactó en un satélite inservible de espionaje a 247 kilómetros de altura sobre Hawai.

La acción se justificó con la explicación de que el ingenio amenazaba a la Tierra, pero permitió a Washington demostrar la eficacia de estos cruceros incluidos como piedra angular en la agresiva Doctrina Espacial firmada por el presidente George W. Bush.

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