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EL PRECIO DE UNA GUERRA

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KOMMERSANT. La operación antiterrorista contra el Hezbollah que desembocó no sólo en una guerra contra este movimiento chiíta sino también contra toda la población del Líbano, permite sacar varias conclusiones atinentes no sólo a las dos partes involucradas en el conflicto.

 

La primera consiste en que la coalición antiterrorista global, creada hace cinco años en Afganistán, ha dejado de existir. La guerra de Irak que sembró discordia entre las grandes potencias, socavó seriamente la fe en la posibilidad de la existencia de tal coalición. Pero fue justamente la guerra en el Líbano (en su edición de 2006) la que sepultó definitivamente la idea del frente antiterrorista único. Realmente, si EE.UU. e Israel no tienen la menor duda de que Hezbollah es una organización terrorista, mientras Rusia y varios otros países no tienen la menor duda de que no lo es, ¿de qué lucha común contra el terrorismo puede tratarse?

Otra conclusión, paradójica por su esencia, consiste en que los militares pueden perder con más rapidez y estrépito la guerra contra el terrorismo que los políticos y diplomáticos. Y si la guerra pasa a ser feudo exclusivo de los militares que esgrimen la vieja consigna "Dejadnos vencer", tal como sucede estas semanas últimas en el Líbano, lo más probable es que esto no reporte nada bueno. Una enorme e incuestionable superioridad en la fuerza viva y el material bélico pueden hacerle al agresor una mala jugada: ni siquiera los militares altamente experimentados, entre los que, desde luego, figuran también los israelíes, son capaces de exterminar a los terroristas rápidamente y sin causar víctimas entre la población local (y eso es lo que de ellos se requiere). Y cuando estallan tragedias, parecidas a la ciudad libanesa de Qana, poco menos que el mundo entero se apresura a alistarse para defender al agredido. Como resultado, a los ojos del mundo entero, el más fuerte en lo militar pierde en lo político y lo moral al más débil. Consiguientemente, la exclusiva opción por el empleo de la fuerza en la lucha contra el terrorismo conduce a un atolladero.

Y, por último, la tercera y la más paradójica conclusión derivada de los sucesos en el Líbano consiste en que en el mundo actual no existe ninguna coalición antiterrorista ni se libra una guerra real contra el terrorismo. Si en la guerra del Líbano que se libra con empleo de los armamentos más modernos de alta precisión el número de niños matados supera en diez veces el de hombres armados, ¿acaso esto puede considerarse una guerra contra el terrorismo?

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