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EL FUTURO ES DE LOS BIOCOMBUSTIBLES

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Mark Sommer

 

Cuando el presidente George W. Bush hizo mención a la switchgrass, la hierba original que adornaba las grandes planicies de América del Norte antes de la llegada de los europeos, durante su discurso de 2006 sobre el Estado de la Unión, dejó perpleja a la mayoría de los oyentes, no sólo a aquellos que nunca habían oído hablar de ese tipo de pastos sino también a la minoría que lo conocen y no esperaban que lo nombrase un oligarca de Texas.

Todavía más sorprendente fue que Bush ungió a los combustibles alternativos, entre ellos el etanol fabricado a partir de la switchgrass, como uno de los elementos esenciales para la salvación de Estados Unidos en materia energética y bautizó a la biomasa como un medio para reducir la peligrosa dependencia del petróleo importado.

La biomasa puede reducir la dependencia de los hidrocarburos de todo tipo, no sólo como combustibles para vehículos sino tambiÉn como materia prima para la manufactura de plásticos biodegradables. Al mismo tiempo, la biomasa puede ser obtenida no solamente de cosechas de vegetales alimenticios sino tambiÉn de los tallos, cañas y de restos de forrajes de granos que de otro modo terminarían en la basura. Por otro lado, tanto en la etapa de procesamiento como en la de la utilización de la biomasa se reducen las emisiones de gases invernadero.

El etanol derivado de la celulosa no es el etanol que se produce a partir del maíz y del trigo y que se vende en algunas estaciones de servicio en Estados Unidos mezclado en una proporción de 1 en 10 con combustibles derivados del petróleo ni tampoco es el mismo que, fabricado a partir de la caña de azúcar, se utiliza en mayor escala y mezclado en más altas proporciones con gasolinas en Brasil. Dado que el etanol estándar es extraído de productos que de otro modo se usarán como alimentos, resulta ser un combustible relativamente caro de producir.

Pero un nuevo proceso basado en la descomposición orgánica de fibras de plantas, acelerada por la manipulación biotécnica y por una simple destilación de azúcares básicos, convierte los fibrosos corazones de las mazorcas de maíz desgranadas, los rastrojos del trigo, el arroz y otros cultivos agrícolas e incluso Árboles de pequeño diámetro en una amplia serie de sustitutos del petróleo.

La historia comienza durante la Segunda Guerra Mundial en la isla de Guam, en el Pacífico Sur, donde los soldados estadounidenses vieron como las lonas de sus tiendas de campaña se desintegraban a velocidades asombrosas y se sumaban a la putrefacción de la selva tropical. El culpable, segÚn comprobaron, fue un minúsculo microorganismo con un hambre prodigioso de fibras de celulosa. Sesenta años despuÉs, en un laboratorio de Ottawa, una compañía innovadora llamada Iogen pudo aislar la enzima producida por ese microorganismo y acelerar el proceso de la descomposición. Iogen está ahora mirando hacia Idaho, Estados Unidos, para construir allí­ la primera biorefinería a gran escala.

Tradicionalmente, al final de la cosecha los agricultores queman los rastrojos, llenando el aire con el humo culpable del cambio climático. Pero los agricultores de Idaho ahora ven el potencial que los rastrojos tienen para reavivar su deprimida economía, ya que la celulosa que contienen servirá para producir el etanol.

Al contrario que el petróleo, el carbón, el uranio y otros combustibles convencionales, los procesos para obtener biocombustibles no son intensamente tóxicos para el ambiente.

Las materias primas para el etanol proveniente de la celulosa no se limitan a los cultivos agrícolas. Los bosques silvestres plenos de malezas pueden producir materias primas para el etanol si se someten a un raleo selectivo.

Durante décadas los ambientalistas opuestos a toda tala de Árboles han luchado contra las compañías madereras en lo que en realidad es una falsa dicotomía entre puestos de trabajo y ambiente. Entretanto, los bosques o fueron talados por completo o dejados crecer en frondosidad con matorrales altamente inflamables que producen incendios calamitosos. Pero muchos habitantes de zonas rurales están cansados tanto de la irrestrictas extracción de recursos naturales como del ambientalismo intransigente. Los ambientalistas que anteriormente se resistían a las talas en bosques añosos están ahora apreciando la sabiduría de un raleo altamente selectivo, mientras los madereros y el Servicio Forestal de Estados Unidos están dándose cuenta del valor de esta alternativa que podría dar a futuras generaciones la oportunidad de ver los bosques tan espaciosos como lo eran antiguamente.

Uno de los beneficios de los biocombustibles es que ofrecen la posibilidad de devolver las fuentes de emergía, los ingresos y el poder polí­tico a cada comunidad local. En una era en la que el poder centralizado se está revelando cada vez más como ineficiente e indigno de confianza, un sistema energético, y la porción de poder que conlleva, conducido por la biología en lugar de la mineralogía podrí­a servir no sólo para proporcionar calor y luz sino también para darnos, como beneficioso subproducto, una democracia más amplia.

Mark Sommer

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