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CRÓNICA PARA EL CHE GUEVARA

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11 de Julio de 2006

Por Arturo Antonio Chinea Medina

 

 

 

 

Sucedió después que el Che Guevara llegó al Escambray, manchado de fango, de la sierra grande, de la hermana mayor. Vino con un puñado de centauros, con el sol posado en la frente, cabalgando esperanzas, cargando mochilas de sueños y de tiempo, cananas repletas de antes del 68, del 95, del 30 y del 53.

Traían pies ausentes de botas que machacaban voluntad, distancia, sangre, muerte y alegría, con la vista fija en el otro extremo de Cuba, donde el deber. Nada ni nadie los detendría, era el huracán del sur, envuelto en su boina negra. El del norte azotaba enérgico y risueño, con su sombrero alón.

Otra vez la invasión de auroras rompía la manigua, se hacía oír en nuestros campos. Con machete o fusil, no importaba, el fin era el mismo, la historia lo recogería así. Qué más daba, un dominicano, un argentino y cubanos, si América es la misma, manos, más que amigas, apretadas, fuertemente. Por eso se confunden Máximo Gómez, Camilo, Maceo y el Che. Gigantes con idéntico nombre, de apellidos idénticos: libertad. La separación quedó atrás, para los estrechos de mente, no para patriotas que solo miran futuro, que cargan con pueblos, porque son sus hijos legítimos, que les dio vida y ellos le devuelven gratitud.

Nacieron para luchar, sin tregua, con la adarga al brazo hincando al traidor que esclaviza, que explota. Para ellos, se le contraponen estos, hombres que buscan lo imposible, que viajan en aras de verdades, que preguntan siempre dónde está el deber.

Pensando en ellos llegaste, extenuado y asmático de tutelar la muerte, sereno, modesto y altivo. Palabras claras, precisas, amigas y amarraste a los demás al cinto, al que hacía ya mucho tiempo te traía ceñido. Con la unión había más fuerza. No te quitaste el costre de la marcha, no aflojaste la mochila, apenas engrasaste el fusil nuevamente. Sabías que la patria, más que fatiga le hacía falta entrega, era demasiado para tu nueva isla caribeña, para tu nueva madre estrenada bajo el estruendo de la metralla.

Como un verdadero rayo se descargó la sierra hacia el llano. Un manantial de aguas frescas, reconfortantes y puras anegó Las Villas.

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