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El tormento de ser criada en Hong Kong

© REUTERS / StringerErwiana Sulistyaningsih
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La retahíla de casos de abusos a criadas en Hong Kong nunca había saltado a la escena internacional hasta que las fotos de Erwiana Sulistyaningsih en un hospital indonesio corrieron por las redes sociales.

La retahíla de casos de abusos a criadas en Hong Kong nunca había saltado a la escena internacional hasta que las fotos de Erwiana Sulistyaningsih en un hospital indonesio corrieron por las redes sociales.

Con los ojos hinchados, el cuerpo amoratado y quemaduras en pies y manos, la joven de 23 años parecía recién llegada del infierno.

El juicio empezó ayer en la excolonia con la declaración de las torturas que sufrió durante ocho meses: privación de sueño y comida, humillaciones y golpes con una variada serie de objetos que iban desde las perchas a los palos de escoba pasando por las escaleras.

Incluso le fue introducido el tubo de la aspiradora en la boca en uno de tantos actos sufridos que remiten a lo más oprobioso de la condición humana.

Los abogados de su empleadora, Law Wan-tung, han cuestionado hoy la veracidad de las acusaciones. Law se enfrenta a 21 cargos como la producción de heridas graves, la intimidación corporal o el impago salarial.

En septiembre pasado, una pareja fue condenada a prisión por quemar a su criada con una plancha y darle latigazos con la cadena de una bicicleta.

El caso de Sulistyaningsih coloca el foco sobre la situación laboral de las 325.000 niñeras, criadas o asistentas del hogar filipinas e indonesias en la excolonia británica.

Las organizaciones de derechos humanos y académicos discuten que las agresiones sean esporádicas, como aseguró recientemente el jefe policial Andy Tsang.

Hans Ladegaard, profesor de la Universidad Baptista de Hong Kong y estudioso del tema, asegura que los malos tratos son "escandalosamente comunes".

"El refugio donde trabajo, uno de los ocho que hay en Hong Kong, gestiona entre 800 y mil casos cada año", señala.

"En muchas ocasiones son casos de impagos y otras violaciones de contrato, pero también hay muchos de ataques físicos y verbales, hambre, falta de sueño y otras formas de explotación", añade.

Un estudio del pasado año de Mission for Migrant Workers, una organización local, revelaba que el 58 % de las criadas había sufrido abusos verbales, el 37 % trabajaba al menos 16 horas diarias, el 18 % padecía abusos físicos como bofetadas o patadas, y el 6 % fue víctima de violaciones, tocamientos o comentarios sexuales. Algunas aseguraron que dormían en lavabos o en cocinas.

Otro estudio de Amnistía Internacional publicado en noviembre denunciaba que muchas soportaban condiciones laborales próximas a la esclavitud y responsabilizaba tanto a los gobiernos de Hong Kong como de los países de origen de dejar a las mujeres en un estado de desamparo.

El cuadro es incluso más agravado en el caso de las indonesias porque son más jóvenes, su conocimiento del inglés es más limitado, suelen aceptar salarios más bajos y tienen reputación en la excolonia de ser más sumisas.

"Las filipinas están mejor organizadas, llevan más tiempo en Hong Kong y sus conexiones están más extendidas. Las agencias de reclutamiento prefieren trabajadoras más obedientes", señalan desde Asia Monitor Resource Centre.

"Las agencias indonesias piden pagos mucho más altos, lo que coloca a las trabajadoras ante un cautiverio por la deuda y el miedo a perder el puesto", añaden.

Hong Kong, uno de los lugares con mayor renta per cápita del mundo, ejerce de imán para las mujeres de los empobrecidos países del entorno asiático cuyos sueldos suelen ser el único sustento familiar.

La excolonia ofrece un salario mínimo de 4.010 dólares de Hong Kong (517 dólares), mucho más de lo que ganarían en sus lugares de nacimiento.

También se les garantiza por ley un día de descanso y otros aspectos laborales de los que carecerían en otros países.

Pero en la práctica padecen situaciones de desamparo a pesar de la letra de la ley.

Ante episodios violentos, todas las opciones que se les presentan son fatales: si abandona la casa, tendrá que regresar a su país y empezar de nuevo el largo y oneroso proceso del visado; si denuncia, no podrá volver a trabajar hasta que salga la sentencia; si regresa a su país, sufrirá la vergüenza del fracaso entre sus allegados.

En caso de que opten por la vía judicial, la carga de la prueba de los abusos recaerá sobre ellas.

"El problema es que la ley es violada a menudo, pero a menos de que la trabajadora pueda probarlo, será su palabra contra la del empleador. Así que muchos casos legítimos no llegan a ningún lado", señala Ladegaard, quien ha entrevistado a más de 400 criadas.

El caso de Sulistyaningsih empujó a la calle a miles de criadas y ciudadanos hongkoneses que pedían un marco legal más proteccionista y exigían el fin de la "esclavitud moderna".

Las organizaciones de defensa de las criadas han solicitado que se derogue la obligación de vivir en el hogar en el que trabajan porque facilita el acoso ininterrumpido y la explotación laboral, pero las autoridades se oponen.

Las organizaciones también exigen un mayor control sobre los empleadores y las agencias de reclutamiento y denuncian que el Tribunal Laboral carezca de poder real para exigir el pago de lo adeudado a las trabajadoras.

Las criadas son un motor de la economía de Hong Kong. Han pasado de 65.000 en 1990 a 325.000 en la actualidad. Hoy suponen el 8 % de la población trabajadora en la excolonia.

Gracias a ellas, las madres pueden trabajar, aumentan los ingresos domésticos y el consumo privado, lo que permite que la rueda siga girando. Muchos de los niños, futuros magnates, pasan más tiempo con sus criadas filipinas o indonesias que con sus padres.

Las asistentas del hogar ya forman parte del paisaje hongkonés tanto como su skyline.

Cada domingo cometen su saludable atentado contra la británica armonía de la isla. Cientos de miles de ellas toman el exquisito centro de la excolonia, se desparraman a la sombra de escaleras mecánicas, en los pasos elevados o en la calzada, cortan el paso de calles neurálgicas, comparten vivencias y arroces y se hacen la manicura frente a los escaparates de las más reputadas firmas del planeta como Cartier o Bvlgary.

Disfrutan de su día libre antes de regresar a un trabajo que para algunas supone un suplicio.

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