Tras cuatro días disturbios raciales, los más violentos en la zona desde hace un siglo, la ciudad de Ferguson ha despertado conmocionada con las declaraciones a la cadena CNN de una nueva testigo del tiroteo que acabó con la vida del joven afroamericano Michael Brown.
La mujer, Tiffany Michell, asegura que Brown y el agente que trataba de detenerlo forcejearon junto al coche patrulla hasta que sonó un disparo, "Brown logró zafarse y vi al agente perseguirle… a lo largo de la calle y dispararle. Michael agitó su cuerpo, como si hubiera sido alcanzado. Entonces se dio la vuelta y levantó los brazos, pero el policía continuó disparando hasta que Michael se desplomó en el suelo".
Su testimonio es el tercero que contradice el parte oficial de las autoridades del pequeño arrabal de St. Louis, que repiten que Brown se resistió a su detención, agredió al agente e incluso trató de arrebatarle la pistola. La policía todavía no ha revelado la identidad del agente que disparó. Temen, dice, por su vida y la de su familia. Combustible suficiente para que día tras día los ciudadanos salgan a la calle y se repitan los incidentes, mientras las unidades antidisturbios emplean gases lacrimógenos y pelotas de goma.
En el hospital continúa ingresado, en estado crítico, un joven manifestante alcanzado hace dos días por los disparos de la policía, y la pasada noche dos reporteros que cubrían los altercados fueron detenidos cuando se encontraban en una hamburguesería, conducidos a una celda y posteriormente puestos en libertad sin cargos ni explicaciones. Con una investigación del FBI en marcha y numerosas denuncias de las organizaciones de derechos civiles, los viejos fantasmas del odio racial y la desconfianza mutua regresan a los EEUU.
