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EVOLUCIÓN SOCIOPOLÍTICA DE AFGANISTÁN Y SU REPERCUSIÓN EN LA SEGURIDAD REGIONAL

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 Claudia González Marrero

Licenciada en Historia en la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de la Habana. Analista de Información Internacional en el Centro de Estudios sobre Asia y Oceanía. Ciudad Habana, Cuba. Especialista de Asia Sur, Migración y Problemas Sociales en Asia. Colaboradora del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial.

EVOLUCIÓN SOCIOPOLÍTICA DE AFGANISTÁN Y SU REPERCUSIÓN EN LA SEGURIDAD REGIONAL 

Introducción

Durante más de 50 años, la estabilidad regional en Asia Central y Meridional ha estado amenazada por el desarrollo de conflictos con profundas raíces históricas y nacionales, estrechamente conectados entre sí y sumergidos en el complejo entramado de la geopolítica internacional y regional, que la configuran como una de las áreas más beligerantes de la región asiática. Los conflictos focalizados en esta zona perpetúan patrones dicotómicos tanto interétnicos, como interconfesionales, interterritoriales o intersectoriales.

La actividad militar norteamericana en el país surasiático [1] en la actualidad, lo mismo que la subversión de los años precedentes ha traído aparejada un conjunto de implicaciones como el replanteo geopolítico de ese país a nivel global. Hemos asistido entonces, a una conflagración, que por su ubicación e intensidad, se ha configurado por más de 20 años, como uno de los principales vórtices de inestabilidad en la subregión, lo que ha traído repercusiones directas para zonas vecinas como Asia Central o para actores importantes, dígase China, Rusia, India o Israel.

Para lograr una aproximación multi- factual de la evolución del conflicto afgano y su repercusión en la seguridad regional, se requiere de un análisis del devenir histórico del país surasiático, en las principales etapas que nos ocupan. Afganistán comparte fronteras con China, Pakistán, Irán y tres de las ex repúblicas soviéticas de Asia Central. Hacia el interior, se caracteriza por ser un mosaico de pueblos cohabitando en un mismo territorio, donde predomina ampliamente una economía de subsistencia, de pastoreo y una precaria agricultura pobremente rendidora y asentada sobre el cultivo, producción y tráfico de opio. [2]

La seguridad nacional se ve afectada por problemáticas como la ingobernabilidad del Estado en su relación con el tema de la identificación entre Islam y terrorismo, la previsible complicación resultante del auge de las jerarquías militares, y, principalmente, la virtual escalada de violencia en estrecho vínculo con la ecuación drogas- armamentismo- terrorismo.

En el aspecto étnico- social, se trata de tribus y clanes diferentes, tales como los afganos propiamente, los pastún, los tayikos, los turkmenos, los kazajos, los uzbecos entre otros, que mantienen rivalidades interétnicas fuertes exacerbadas bajo el liderazgo de numerosos líderes tribales locales, estos últimos, caracterizados por su arraigo tradicionalista.

En la sociedad afgana, la coexistencia de varios modos de producción se interrelacionan con el estrecho marco de la aldea. El sentido de localismo se refuerza a partir de lazos familiares fuertes entre todo el mosaico étnico que conforma Afganistán y que le sirve de hilo de engarce con los pueblos situados más allá de sus fronteras. Con el paso de los años se han ido fortaleciendo los nacionalismos localistas como uzbecos, tayikos, ampliamente reforzada por el concepto islámico de familia. [3]

Históricamente la identidad geopolítica de Afganistán ha girado en torno a su función en la región -entre el Medio Oriente, Asia Central y la India, a lo largo de la llamada Ruta de la Seda-, la de servir como Estado de contención, ya sea entre el Imperio Ruso y el Británico en el siglo XIX o en la disputa entre la Unión Soviética y Estados Unidos en el siglo XX o durante la intervención norteamericana a partir del 2001.

Desde el reconocimiento formal de Afganistán como nación independiente por parte de Reino Unido, a través del Tratado de Rawalpindi, firmado el 8 de agosto de 1919 y enmendado en noviembre de 1921, el país se mantuvo en la órbita de influencia de Moscú. Esto se traduciría en la evolución de una "relación especial" entre los dos gobiernos a lo largo de 50 años.

 

El contexto nacional afgano durante la Guerra Fría

 

Un primer momento donde se evidencia el alcance transnacional de la evolución sociopolítica en Afganistán, lo aporta el contexto de las Relaciones Internacionales propio de la Guerra Fría. Tras la formación de bloques antagónicos y las alianzas bipolares Afganistán se integra a la esfera de influencia rusa, lo que propicia la emergencia de una corriente política lacia con tendencia socialista en el escenario política nacional. En abril de 1978, bajo la égida del Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA) [4], que derrocara al hasta ese momento, régimen republicano de Mohamed Daoud Kha, se creó un nuevo gobierno laico. La población rural -familiarizada con las políticas marxistas del Asia Central Soviética- asumió el PDPA como una vertiente comunista y pro-soviética.

No obstante, el rechazo al programa de reformas que readecuaban los modelos culturales afganos básicos, junto a la represión política provocada por excesos de ultraradicalismos, bajo el liderazgo de Nur Mohamed Taraki y Hafizullah Amin -facción Kalqh que retuvo el poder poco más de un año entre 1978 y 1979- atizaron el fuego del anticomunismo, no sólo en varios segmentos de la sociedad afgana, sino a nivel regional. [5]

El gobierno no logró alcanzar una verdadera credibilidad, la labor proselitista de los destacamentos muyahidines consiguieron una captación importante. La expansión de la oposición violenta al gobierno en las zonas rurales emergió y aumentó en los meses sucesivos, provocando el colapso del ejército afgano. En esta coyuntura ocurre la intervención del 40 Ejército soviético en diciembre de 1979, amparada por el Tratado de Amistad y Cooperación entre Afganistán y Rusia

El principal factor que llevó a la URSS a la invasión, desde el punto de vista nacional afgano, fue la percepción de la debilidad del gobierno laico frente a las acometidas, cada vez más violentas, del colectivo islamista de la sociedad afgana. No obstante la URSS abordó dicha disyuntiva como una problemática regional a la hora de plantearse la posibilidad de la reproducción en Afganistán de algo similar a la recientísima revolución islámica en Irán -pero en versión sunnita- así como el efecto simpatía que esto podría tener en las vecinas repúblicas soviéticas de confesión musulmana.

La oposición a la ocupación soviética y al gobierno afgano se extendió, con un incremento de las acciones extremistas en los sectores urbanos y una escalada de la resistencia en todas las regiones del país. Específicamente Peshawar se erigió como base de la resistencia antisoviética, y aglutinó a numerosas agrupaciones islámicas mientras el Islam afgano se fusionaba con un nacionalismo militante y asumió con fervor la yihad.

La yihad antisoviética en Afganistán respondía a los embates naturales del escenario político a escala regional. Este marco aglutinaba fenómenos en estrecho vínculo como la revalorización estratégica de Pakistán, así como el reforzamiento de su identidad islámica; el protagonismo y liderazgo ideológico del panarabismo y regreso del  panislamismo promovido por Arabia Saudita en un momento en que las élites de poder del país árabe se encontraban  expectantes ante la subversión de la revolución islámica chií en Irán. Además se recrudecía la confrontación bipolar dentro del marco de la Guerra Fría y se agravaba la insurgencia en Cachemira.

En consecuencia, los tres países que, por medio de sus servicios de inteligencia, alimentaron al movimiento fundamentalista en contra del gobierno laico de corte socialista fueron, en primer lugar, Estados Unidos, que aspiraba a controlar los recursos energéticos de Asia Central e intentaba impedir que Irán suplantase a la URSS como potencia tutelar. Sus propósitos se centraban en frenar el avance del fundamentalismo chií de tendencia antinorteamericana. Por su parte Pakistán perseguía una política de prestigio y liderazgo en el mundo musulmán y aspiraba a incluir a Afganistán en su área de influencia. Arabia Saudita, intentaba demostrar a sus críticos internos y externos que el país era un sólido defensor de la fe musulmana y, al mismo tiempo, capaz de extender la doctrina wahabí en el país surasiático.

Estos servicios de inteligencia asistieron y supervisaron la yihad antisoviética por medio de la organización de campos de entrenamiento, el financiamiento de escuelas coránicas pakistaníes -madrasas-, la dirección  de labores de reclutamiento y la captación de donaciones.

Tras la firma de los acuerdos de Ginebra en 1988 y la retirada del ejército soviético, la nueva etapa de guerra civil se acrecentó entre más de 20 facciones de los antiguos muyahidines, divididos, por sus contradicciones tribales, donde cada uno de los líderes intentaba reforzar sus posiciones de mando y ampliar el control territorial de sus ejércitos.

Luego de la retirada total, la URSS y Estados Unidos continuaron auspiciando la negociación entre las partes afganas al tiempo que practicaban la simetría positiva, eufemismo utilizado para evidenciar que desde fuera seguían siendo partícipes de la guerra interna afgana al suministrar a ambos bandos armas de destrucción. [6]

A fines de 1994, Afganistán se hallaba en estado de desintegración. El país estaba dividido en feudos regionales por "señores de la guerra", los cuales habían luchado, según sus intereses, en diferentes alianzas; estos jefes tribales dominaban el sur de Afganistán y Kandahar, logrando imponer su influencia en el 90% del país.  El gobierno enfrentaba serios problemas internos: el desarme de la población trajo como consecuencia la corrupción de los oficiales y la arbitrariedad hacia los civiles.

La irrupción del movimiento talibán en el sur de Afganistán y su rápida expansión militar, cambiaron la correlación de fuerzas de la guerra civil afgana y ampliaron el sentido de la geopolítica regional. El talibán, con fuertes simpatías en las madrasas y en los campos de refugiados en Pakistán, se transformó rápidamente en la nueva opción política de Islamabad y el territorio afgano controlado por ellos pasó a ser uno de los centros más activos de la yihad internacional, donde Osama Bin Ladem y Al Qaeda establecieron su nueva base de operaciones en 1996.

Con el respaldo logístico del Inter Service Intelligency pakistaní (ISI), proliferaron los campos de entrenamiento en el sur sureste de Afganistán, adonde no sólo fluyeron jóvenes refugiados afganos sino también muyahidines de diversas nacionalidades interesados en adquirir el adiestramiento necesario, para defender la yihad en otros escenarios periféricos, como Cachemira, la provincia china de Xinjiang, Tayikistán y Uzbekistán, o en otros más distantes como Bosnia y Chechenia. 

Junto con la actividad subversiva fundamentalista, crecieron aún más las redes regionales del narcotráfico y el comercio de contrabando, específicamente de armamentos. En consecuencia el régimen talibán comenzó a percibirse como una serie de amenaza a la estabilidad regional, razón por la que los países de la zona (Irán, Rusia, China, India, Tayikistán y Uzbekistán), expresaron su recelo al mismo y su simpatía y apoyo a la Alianza del Norte - coalición antitalibán conformada en gran medida por las mismas facciones que combatieron entre sí de 1992 a 1996-. En 1996, la insurgencia talibán toma Kabul. La evolución posterior de la conducta del talibán en el poder, es el ejemplo por antonomasia de un gobierno de facto, panislámico, radical, intransigente, pero que se encuentra más cercano a la psicología de la sociedad afgana que los modelos occidentales.

Llegado este punto podemos afirmar que el escenario de la Guerra Fría propició una confrontación de intereses sobre el suelo afgano que condujeron al surgimiento y articulación de un movimiento islamista fundamentalista, el cual por sus doctrinas y modus operandis, deviene en importante generador de inestabilidad y potencial factor de reordenamiento de las Relaciones Internacionales en la región.

 

Breve análisis de la intervención norteamericana en Afganistán:

 

Un segundo momento que propició la intervención extranjera en Asia Meridional y elevó nuevamente a Afganistán a la palestra internacional, fue el año 2001. Tras los acontecimientos del 11- S la situación cambió radicalmente con la construcción del gobierno afgano, como frente antiterrorista de Estados Unidos [7]. Se pretendía tener una presencia efectiva en el Asia Central, zona considerada importante por sus recursos naturales, visión reforzada luego de concebido el proyecto de oleoducto UNOCAL que planeaba una red Turkmenistán- Afganistán- Pakistán- Indico. Se aspiraba además, a convertir Afganistán en Estado de contención contra el radicalismo islámico y como puesto de avanzada para la presencia de Washington en la región frente a gobiernos hostiles a sus intereses como Irán o frente a competidores geopolíticos como China y Rusia.

En teoría, el conflicto se concibió como parte de la guerra global contra el terrorismo. El terrorismo internacional de origen islámico, más concretamente el terrorismo yihadista salafista, dejó de pensarse como una mera amenaza para convertirse en actor, el cual se contraponía a los intereses estadounidenses en Asia Central y el Oriente Medio -donde aspiraba a readecuar o recomponer el equilibrio geopolítico existente-. En la práctica, los intereses hegemónicos de los Estados Unidos se instrumentó a través de la intervención con la llamada Operación Libertad Duradera, que representaba la primera operación militar de escala realizada en post de alcanzar los nuevos objetivos estratégicos, delineados en la post Guerra Fría.

El actual conflicto militar comprende varios elementos que se configuran como elementos de inestabilidad en el escenario político social afgano y emisores a nivel regional en tanto implica al resto de los países vecinos. Entre los más comunes el incremento de tropas, la falta de unidad de mando, el repunte de líderes tribales y el fallido programa de erradicación del narcotráfico. Visualizados la mayor parte de estos elementos, durante la Administración Bush. [8]

La estrategia de la Admón. Bush para luchar contra el terrorismo internacional, privilegió desde un principio, el uso de la fuerza y la seguridad militar. La guerra global contra el terrorismo ha sido una guerra total y permanente con extraordinarios paralelismos con la Guerra Fría y en su marco se ha creado un estado de excepcionalidad que justifica vulnerar las normas del Derecho Internacional, lanzar guerras preventivas y unilaterales y el reordenamiento de la composición del sistema multilateral creado después de la Segunda Guerra Mundial.

La supeditación de conflictos locales a la estrategia global provocó tensiones a nivel regional, entre países enfrentados ideológicamente con Estados Unidos y otros que buscaron un alineamiento favorable a su posición con el mismo.

La invasión norteamericana (2001- ) ha generado una precarización del sistema sociopolítico afgano. El llamado programa de reconstrucción civil no ha logrado los resultados esperados sino que ha contribuido a agravar la ya existente problemática afgana. Ante la elevada espiral de violencia, como respuesta del erróneo desempeño de las fuerzas de ocupación sobre el terreno, la sociedad afgana cada vez adopta posiciones más anti occidentales y exacerba los presupuestos islámicos.

Al interior, las operaciones de contrainsurgencia, entendidas por la doctrina del Pentágono como "trabajo social armado", deterioraron seriamente el espacio humanitario en el que operan las agencias humanitarias. Tanto la cooperación al desarrollo como la acción humanitaria fueron reducidas a meros instrumentos "no militares, no letales" al servicio de los imperativos políticos- militares. [9]

La inestabilidad política repercute actualmente en la dinámica social de Afganistán, donde el impacto se materializa en el retroceso de  indicadores de pobreza, indigencia, hambruna, incremento de tensiones alimentarias, entre otros.

 

Crisis económica y dependencia financiera:

 

La insolvencia crónica ha sido un problema consustancial del gobierno afgano postalibán, el cual nació bajo una dependencia absoluta de la asistencia financiera internacional.

El recrudecimiento de la guerra civil en los años siguientes y la generalizada utilización del opio y el mercado negro para financiar el conflicto bélico, contribuyeron a la escalada destructiva y estimularon un profundo desinterés en las fuerzas beligerantes por fomentar otro tipo de actividad productiva en los territorios bajo su control. Por si fuera poco, la persistente sequía iniciada en 1998 hizo colapsar la agricultura de subsistencia y llevó a niveles sin precedentes la crisis humanitaria en el país.

 

Ingobernabilidad y debilidad del poder central:

 

Hasta el presente, la insolvencia financiera ha afectado de manera muy sensible la capacidad del gobierno afgano para extender su control por todas las provincias del país y ser reconocido como una autoridad nacional.

La debilidad financiera del gobierno central ha limitado fuertemente su capacidad para ofrecer servicios sociales a la población, para promover proyectos económicos y grandes obras de infraestructura que generen muchos empleos, y para garantizar la seguridad en todo el territorio nacional. El régimen de Hamid Karzai todavía no ha podido convertirse en un símbolo de los beneficios de la paz para la mayoría de los afganos. En el 2002, más del 70% de la población siguió dependiendo de los servicios de salud prestados por organizaciones humanitarias y nueve millones de personas no murieron de hambre gracias a la ayuda del Programa Mundial de Alimentos.

La crisis humanitaria y la falta de control gubernamental favorecieron también el repunte de los cultivos de adormidera en las provincias sureñas de Kandahar, Helmund y Uruzgan, así como en la región este del país.

 

Resistencia de las estructuras e identidades tradicionales:

 

Frente a la debilidad del gobierno central, las estructuras tradicionales siguen llenando la mayor parte del vacío de poder creado por la desaparición del régimen talibán, situación que se expresa en un virtual fraccionamiento político y militar, especialmente en la franja pastún del sur y este del país.

En la mayoría de las provincias los cuadillos y las facciones étnicas o tribales detentan todavía el poder real. Aunque muchos apoyaron públicamente el Acuerdo de Bonn y ofrecieron su colaboración a la nueva autoridad, en la práctica han socavado los intentos de ésta por extender su control o bien han fomentado la disidencia abierta. En unos casos, el propio régimen de Hamid Karzai reconoció esa realidad convirtiendo en gobernadores provinciales a connotados comandantes militares, como sucedió con Rashid Dostum en Mazar-i-Sharif e Ismael Khan en Herat., con la implícita pretensión de ganar sus simpatías.  

La actitud autónoma de las provincias se ha reflejado también en el ámbito económico y fiscal, ya que durante el primer año de gestión casi todas retuvieron los impuestos aduaneros para cubrir los gastos de sus administraciones locales. Tal expresión de independencia económica conspira abiertamente contra la capacidad del gobierno central para conseguir algunos ingresos propios que pudieran suavizar su actual condición de estado mendigo. En consecuencia, el predominio del caudillismo en sus distintas facetas y la percepción social de su fuerza dentro de una población desamparada, continúan favoreciendo la reproducción de identidades particulares, a nivel local y regional, contrarias a la cristalización de un proyecto nacional

El potencial desestabilizador del caudillismo es tanto más peligroso por la manifiesta debilidad militar del gobierno de Hamid Karzai y sus dificultades para acometer una reforma a fondo del sector de la seguridad, sobre la base del desarme de los señores de la guerra y la creación de un ejército nacional controlado por la administración central.

La culminación exitosa de la reforma en la esfera de seguridad depende a su vez de los avances en el programa de desarme, desmovilización y reintegración de los efectivos de las facciones militares. Pero ese proyecto, además de enfrentar la tenaz resistencia de los caudillos, ha tropezado con obstáculos económicos insuperables. El ejercicio de la guerra, durante más de 20 años, se convirtió en el único medio de vida para decenas de miles de afganos, por lo que un desarme masivo resulta impracticable sin nuevas alternativas de subsistencia que garanticen la reincorporación de los combatientes al entorno social. El nuevo aparato de seguridad, en proceso de formación, puede asimilar una parte de esa reserva humana, pero la desmovilización de la mayoría requerirá de la capacidad gubernamental -muy limitada hasta ahora-- para generar gran cantidad de empleos en proyectos de reconstrucción.

Llegados a este punto, podemos afirmar que, más allá de los aspectos formales relacionados con la instrumentación del Acuerdo de Bonn, el actual proceso de transición política en Afganistán parece empantanado en un peligroso círculo vicioso. La lenta reconstrucción nacional resulta incapaz de proporcionar los medios, especialmente económicos, para modernizar el país, modificar las estructuras tradicionales y sentar las bases materiales de la paz y de un nuevo consenso interno reconciliador. Pero al mismo tiempo, la persistente inestabilidad política socava aun más los problemas de gobernabilidad y priva al país de las condiciones básicas para emprender una reconstrucción pacífica y acreedora de una amplia colaboración internacional.

Partimos del presupuesto de que la presencia extranjera y más concretamente los ataques por parte de Washington a Afganistán y las amenazas al resto del mundo musulmán, han llevado a varios integrantes de corrientes moderadas y pro occidentales a asumir posiciones anti occidentales  incluso sumarse a algunos grupos radicales, Asistimos entonces, a un fenómeno en que, la llamada guerra contra el terrorismo, está siendo retada por fuerzas locales anti ocupación que exacerban la identidad nacional a partir de presupuestos ideológicos y políticos que radicalizan un conjunto de posiciones con un sello común antiestadounidense y que repercute directamente en fundamentalismos a escala regional.

La regionalización del conflicto afgano, ampliado por el protagonismo de la sociedad nacional, puede alterar muchas balanzas de equilibrios en un área abatida por numerosos problemas nacionales y diferendos bilaterales. Las dificultades que en el largo plazo podría ello generar, son aún impredecibles, pero susceptibles de comprometer a países vecinos como Pakistán, Irán, Turkmenistán, Tayikistán y Uzbekistán -en principio-.

Lo planteado hasta el momento indica lo relevante del acontecer político- social afgano, en los presupuestos de las Relaciones Internaciones a nivel regional. El hecho de que la problemática de la ingobernabilidad en Afganistán, aparezca en las agendas de las principales organizaciones de concertación regional, así lo confirma.

 

Vínculo entre Afganistán y la Organización de Cooperación de Shanghai. Un nuevo abordaje a la seguridad regional:

 

Afganistán ha figurado, en lo que va de año, en la agenda de los principales organismos de concertación internacional, implicados en los diferentes programas de prevención de la violencia y el tráfico de armas y estupefacientes. Como tal, ha sido tema central en la Cumbre de Ministros de Relaciones Exteriores de la Organización de Cooperación de Shanghai, así como en la reunión en la Haya, convocada por Estados Unidos en marzo pasado.

En lo que va del 2009, la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) [10], ha estrechado lazos con Afganistán en su condición de grupo de contacto. En consonancia, la Organización, devenida nuevo modelo de integración regional en Asia, ha estado enfocada, hacia el fortalecimiento de la seguridad regional. Lleva a cabo, además, un programa de cooperación en la lucha contra el terrorismo, separatismo y extremismo, así como contra el crimen organizado internacional. 

Afganistán incrementa su importancia ante la OCS, por su relevancia geoestratégica como importante conexión entre Asia Central y Asia Sur y por sus muchos desafíos siendo un territorio vulnerable en la seguridad de los países miembros. Rusia y China consideran que la amenaza del terrorismo islámico aún es muy latente en la zona, debido a la incursión de células terroristas financiadas por Al Qaeda y procedentes del vecino país.

La contienda norteamericana en Afganistán y el tráfico de drogas en la región, representan un peligro potencial para la seguridad de las repúblicas centroasiáticas. En respuesta a la percepción de esa vulnerabilidad, la OCS dirige  sus gestiones a controlar la inestabilidad en el territorio vecino.

El grupo de contacto entre la OCS y Afganistán se estableció en noviembre de 2005, con el propósito de elaborar propuestas sobre la relación de cooperación en temas de interés mutuo.

Otro antecedente sobre el fortalecimiento de la consulta estratégica y la cooperación en materia de seguridad entre ambas partes, se efectuó el año pasado durante la VIII Cumbre de la Organización, en Dushanbe, Tayikistán. En ella el Primer Ministro ruso declaró: "ningún intento de resolver los problemas globales y regionales de forma unilateral tendrá posibilidades de prosperar." De esta manera se hizo evidente la voluntad de la Organización por solucionar de forma multilateral y en el seno de la misma, los problemas concernientes a la Seguridad de sus países miembros y vecinos.

La primera conferencia de los estados miembros de la OCS centrada específicamente en Afganistán se llevó a cabo el 27 de marzo del presente año en Moscú, donde se alcanzó un consenso sobre cooperación contra el terrorismo, el tráfico de drogas y el crimen organizado.

En esa ocasión, se adoptó un Plan de Acción entre los países miembros y la República Islámica de Afganistán que estipulaba la lucha contra el tráfico ilícito de drogas. En la misma se promovía el establecimiento de agencias antidrogas regionales.

Para la realización de esos acuerdos los estados miembros de la OCS incluirían en sus operaciones, además de los estados observadores, a Afganistán. De esta manera se crearía un "cinturón de seguridad antidroga". Además se dispuso expandir  el accionar de las Fuerzas de Asistencia para la Seguridad Internacional en Afganistán y contribuir al combate contra el tráfico de drogas y el cultivo de las mismas.

En adición, se intercambió sobre el establecimiento de mecanismos efectivos para prevenir y suprimir actividades terroristas, haciendo esfuerzos conjuntos para obtener información respecto a organizaciones terroristas que atenten contra a seguridad de los estados miembros de la OCS y Afganistán.

Para mejorar los mecanismos de cooperación y perfeccionar su eficiencia la OCS decidió elevar la representación del Grupo de Contacto Afganistán- OCS, al nivel de directores de departamento de los Ministerios de Relaciones Extranjeras de los Estados Miembros de la OCS y Afganistán con el objetivo de desarrollar un plan de interacción con el grupo de trabajo del Ministerio de Relaciones Extranjeras de la OTSC en Afganistán y de esta manera sostener reuniones conjuntas entre ambos grupos.

En el mismo terreno de la seguridad, los ejércitos de los países miembros han llevado a cabo maniobras conjuntas tanto en el marco de la alianza como de forma bilateral entre Rusia y China [11]

En contraste con la posible autonomía adquirida por la Organización, mediante el impulso de sus propias operaciones antiterroristas, se aprecia un acercamiento al diálogo con Washington en lo referente a la operación "Libertad Duradera", promovida por este país en Afganistán.

Rusia, China y los países centroasiáticos pidieron en marzo del presente año, la adopción de una "estrategia multilateral" para derrotar al "terrorismo" y estabilizar Afganistán y en la que la ONU juegue un papel fundamental.

En los pasados meses la OCS declaró que "los ámbitos de la cooperación de la OCS con los países occidentales, incluido Estados Unidos, en relación a Afganistán podían ser ampliados". Se descartó que los países de la Entidad se involucrasen militarmente en la campaña de la OTAN en Afganistán, pero se consideró muy probable una mayor cooperación en el abastecimiento de las tropas aliadas.

No obstante, estos países han manifestado que sólo están dispuestos a cooperar con la coalición aliada que combate a los talibanes en Afganistán si se tienen en cuenta sus intereses.

Los ejercicios militares impulsados por la Organización han tenido cabales resultados en la prevención de las actividades terroristas del área. En el marco de esos ejercicios se han capturado una docena de extremistas del proscrito Movimiento Islámico de Uzbekistán, infiltrados con fines subversivos desde Afganistán, donde luchan junto a los talibanes y la red terrorista Al Qaeda contra las tropas de la coalición internacional bajo mando de la OTAN.

Justo este año se efectuaron las maniobras Norak-Antiterror-2009, que tuvieron lugar en el polígono militar de Fajrabad, Tayikistán.

Para la OCS, Afganistán y Pakistán se han convertido en una zona incubadora de extremistas islámicos, que aprenden a combatir en territorio afgano y posteriormente son enviados a las repúblicas centro-asiáticas y Rusia. De esta manera el factor afgano influye negativamente en la situación en Asia Central. El pronóstico de la Organización, es que la principal amenaza para sus países miembros, incluida Rusia, la constituirán los grupos terroristas que operan en Afganistán.

La lucha antiterrorista como uno de los aspectos fundacionales de la OCS, ha otorgado un peso decisivo a la seguridad regional. La situación en Afganistán, dada su cercanía a los miembros de la Organización, representa una problemática que requiere una urgente y sólida respuesta. La Entidad propone la estabilización de Afganistán con la inclusión de todas las partes afectadas, que participarán en la búsqueda de una solución pacifica, concentrando sus esfuerzos no en la ampliación de su influencia, sino en la prestación de asistencia al más rápido arreglo del problema afgano.

 

Conclusiones:

 

Afganistán se encuentra en una zona estratégica clave, generadora de fluctuaciones en la seguridad de la región asiática. En su devenir, se convierten en agentes emisores de dicha inestabilidad, hacia regiones vecinas.  Por consiguiente, la estabilidad en el ámbito nacional, tiene una importancia fundamental para la paz y seguridad mundial.

El resurgimiento de grupos talibanes y el crecimiento del terrorismo en las regiones del sur y este de Afganistán, el vertiginoso crecimiento del narcotráfico y las redes regionales de distribución, el afianzamiento del islamismo radical  a nivel regional, la escalada del conflicto en términos militares y la estrecha conectividad territorial, histórica, geopolítica, cultural e ideológica existente entre los escenarios de la zona, son todos elementos vinculantes dentro de la percepción global de la seguridad regional.

 

Referencias

 

[1] Consideramos Asia Sur o Meridional como el conjunto de los siguientes países: Bangladesh, Nepal, Bhutan, Sri Lanka, Maldivas, Afganistán y Pakistán. Referencia avalada por el World Bank y la Asociación Surasiática para la Cooperación Regional (SAARC).

[2] El opio representa más del 60% del PIB afgano actualmente.

[3] María del Carmen Solana. La crisis afgana, componentes y perspectivas. Centro de Estudios sobre Asia y Oceanía. 1992. p 17.

[4] El Partido Democrático Popular de Afganistán fue fundado en 1965. Divergencias internas trajeron su escisión en 1967 en las facciones Kalqh y Parcham. Estas se reunieron de nuevo en 1976 para volver a separarse luego de la revolución de abril de 1978.

[5] Ibídem. p21.

[6] Ello formaba parte indispensable de las reglas tácitas durante la Guerra Fría, dígase evitar enfrentamientos directos entre potencias mediante el apoyo a fuerzas opositoras y mantener los conflictos regionales a niveles aceptables asegurando espacios a salidas negociadas, así como sostener un equilibrio en el suministro de armamentos a los aliados tácitos.

[7] Lo que se ha dado en llamar el efecto boomerang. El Talibán identifica como enemigo al que en un momento fue su gestor. La correlación de poderes se modifica.

[8] Pratap Chatterjee. AFGHANISTAN-US: Military Translators Risk Low Pay, Death. Disponible en: http://www.ipsnews.net/news.asp?idnews=48090. Consultado en agosto 2009.

[9] Esto se comprende a partir del hecho de que en un país sumamente pobre y en conflicto, la asistencia internacional al desarrollo es fundamental.

[10] La OCS fue creada el 26 de abril de 1996 con la participación de la República Popular China, Kazajstán, Kirguizistán, Tayikistán y Rusia, a propósito de la firma del "Tratado para la Profundización de la Confianza Militar en las Regiones Fronterizas" y el "Acuerdo para la Reducción de Fuerzas en las Áreas Fronterizas". El grupo, surgió a partir de las conversaciones para el establecimiento definitivo de las fronteras entre Rusia, la República Popular China, Kazajstán, Kirguizistán y Tayikistán, la desmilitarización de las mismas y la generación de medidas de confianza entre las partes implicadas, lo que devino en la conformación de objetivos relativamente vagos pero que básicamente eran los de hacer posible la cooperación militar transfronteriza y la protección de las rutas comerciales en esas zonas.

El 14 de junio de 2001, tuvo lugar el lanzamiento oficial de la OCS, continuaron siendo miembros los cinco participantes en el Grupo de Shanghai y Uzbekistán, quedando así integradas en la Organización cuatro de las ex repúblicas soviéticas de Asia Central y los dos gigantes económicos y políticos de la zona. Un año después, en el contexto de la segunda cumbre de la OCS, celebrada en San Petersburgo, se aprobaría la carta de la organización. Como países observadores participan  India, Irán, Mongolia y Pakistán y consideran a Afganistán como grupo de contacto.

[11] Los ejercicios de gran escala recibieron el nombre, "Misión de Paz 2007"  y se efectuaron en Chelyabinsk, distrito ruso (región Volga-Ural) y en Urumqui, capital de la Región Autónoma de Xinjiang. Su objetivo principal fue reforzar la capacidad de respuesta conjunta, sobre todo de China y Rusia, ante las amenazas a la seguridad regional que provienen del terrorismo internacional, el tráfico de drogas y los crímenes transfronterizos en Asia Central y las regiones de Asia Pacífico.  Con ello, la agrupación OCS rebasó los tradicionales esfuerzos conjuntos de seguridad relacionados con el desarme regional y las fronteras para proyectarse sobre ámbitos de mayor alcance geoestratégico.  En efecto, aunque el liderazgo de los ejercicios se encontró en el binomio China-Rusia, en el mismo participaron, por primera vez, todos los países miembros con un estimado general de 6, 500 efectivos. Rusia emplazó 36 aviones de combate y China, 46, así como otros medios aéreos. Con énfasis en las fuerzas aéreas, se pretendió, además, dar a conocer los resultados de la modernización de los medios de combate de las naciones punteras.

 

 

Referencias utilizadas

 

Ahmed, Rashid. Taliban. Militant Islam, Oil and Fundamentalism in Central Asia. Yale University Press. 2001.

Antonio, Giustozzi. War, Politics and Society in Afghanistan, 1978-1992. Georgetown University Press. 2000.

Armerding, Gisela. Tendencias de Evolución de la Guerra hacia el Siglo XXI. Caso De Estudio: Guerra De Afganistán (2001). Buenos Aires: Centro Argentino de Estudios Internacionales. 2008.

Baltar Rodríguez, Enrique. La Estabilidad Regional en Asia Centraly Meridional, Viejos Conflictos, Nueva Coyuntura. México DF: Cuadernos de Estudios Regionales. 2009.

_____________________. El Afganistán postaliban: una transición política incierta. XI Congreso Internacional de ALADAA.

 González Marrero, Claudia. Afganistán en la agenda de la Organización de Cooperación de Shanghai. CEAO. 2009.

Valeria, Giordana.. El Talibán. Disponible en http://www.nodo50.org/observatorio/taliban.htm. Consultado en agosto 2009.

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