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LA EX URSS Y RUSIA: ALGUNAS APRECIACIONES GLOBALES

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A lo largo de nada menos que doce husos horarios -desde Europa hasta la lejana Asia en Vladivostok- se extiende la enorme Federación Rusa. Aún luego del colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en agosto de 1991, el gigantesco país eslavo siguió siendo el estado de mayor superficie de este planeta. Como alguna vez dijo Henry Kissinger, "es difícil apreciar acciones y conductas rusas sin percatarse, a priori, de su gran tamaño".

Agustín Saavedra Weise

Breve reseña previa

 A lo largo de nada menos que doce husos horarios -desde Europa hasta la lejana Asia en Vladivostok- se extiende la enorme Federación Rusa. Aún luego del colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en agosto de 1991, el gigantesco país eslavo siguió siendo  el estado de mayor superficie de este planeta. Como alguna vez dijo Henry Kissinger, "es difícil apreciar acciones y conductas rusas sin percatarse, a priori, de su gran tamaño".

No podemos apreciar la vastedad del espacio postsoviético que dio origen a 15 repúblicas independientes, sin intentar comprender antes a Rusia y a la forma en que este  gigantesco país fue configurado históricamente.

Los varegos (navegantes vikingos) se establecieron primeramente en Kievan Rus, origen del pueblo ruso en lo que hoy es Kiev, capital de Ucrania. A partir de allí se expandieron hacia el entonces llamado ducado de Moscowa (Moscú). El año 1215 fueron invadidos por las hordas tártaras y permanecieron bajo dominio mongol por casi 300 años. Luego vino la epopeya del cosaco Yermak, quien conquistó con sus jinetes toda Siberia y la puso a los pies del Zar, dándole así a la dinastía Romanov una larga vida y varias generaciones de poder sobre el pueblo ruso. Más adelante, Pedro El Grande rompe el encierro ruso abriendo la frontera del Báltico  al expulsar a los suecos y lituanos. Fundó allí -en las costas del mar Báltico- San Petersburgo, llamada Leningrado en épocas del comunismo y que fue capital del imperio ruso.

La mente occidental está más acostumbrada a conocer y a saber algo acerca de los grandes navegantes como Cristóbal Colón, Vasco da Gama, Hernando de Magallanes y otros, ya que a través de ellos se conquistaron nuevos mundos y se abrieron nuevas rutas para el comercio europeo. Sin embargo, el conocimiento de lo sucedido en las inmensas estepas euroasiáticas es también fundamental para entender mejor el desarrollo de la  propia civilización occidental. Sin embargo, poco y nada sabemos de los pueblos de las estepas, más allá de la extraordinaria hazaña de Yermak o de las incursiones de hunos y mongoles que a su turno asolaron Europa. No en vano Sir Halford Mackinder expresó que no se podría entender el desarrollo de la civilización europea sin tomar en cuenta las incursiones provenientes del este que afectaron su devenir, como también provocaron migraciones que crearon hasta nuevas naciones, como fue el caso de los sajones de Alemania al escapar de Atila y refugiarse en las Islas Británicas. A lo largo de siglos, caravanas de camellos y jinetes a caballo deambularon por la inmensidad de la estepa, fundando ciudades (o destruyéndolas) y conquistando territorios.

La Madre Rusia, al momento de su máxima expansión con la Unión Soviética -al terminar la segunda Guerra mundial en mayo de 1945- demoró aproximadamente 700 años en lograr esa expansión, luego drásticamente reducida cuando colapsó la URSS.  A Estados Unidos, por el contrario, le llevó poco más de 100 años ocupar el territorio bioceánico que ahora domina. Entre compras de territorios a franceses y españoles, la miopía del Zar que cedió Alaska y la conquista o exterminio de unos pocos nativos indefensos, como también  mediante el expediente de arrebatarle territorio a su vecino débil del sur (México), al final entre todos le hicieron a Estados Unidos las cosas muy fáciles. Por el contrario, los rusos debieron luchar palmo a palmo, metro a metro, contra otros pueblos tan aguerridos como ellos. Por eso la conquista territorial fue larga. Paradójicamente, pese a la enorme superficie que Rusia llegó a dominar, siempre fue una nación prisionera de su geografía. Jamás tuvo acceso a mares cálidos, el único puerto que no se congela en ciertas temporadas es Mursmank, mientras su acceso desde el Mar Negro al Mar Mediterráneo está limitado por los Dardanelos y el Bósforo, como por celos y restricciones de potencias externas. Se trata de una gran masa terrestre (la mayor del mundo) pero prácticamente encerrada en si misma, con escasas posibilidades de acceso a los océanos de ultramar.

Hasta hoy, en pleno Siglo XXI, la debilidad intrínseca de Rusia sigue siendo su geografía, más allá de los grandes recursos naturales que posee. Aunque la teoría del Heartland de Mackinder ponía en manos rusas el llamado "pivote geográfico de la historia" y los avances tecnológicos del pasado Siglo XX le dieron adicionalmente al corazón terrestre mucha movilidad y expectativas geopolíticas -algunas válidas hasta hoy-, es un hecho que Rusia sigue en una cárcel  territorial inmensa como producto de las limitaciones y aislamiento externo de su inmenso hinterland.

Cuando cayó el comunismo en 1991, lo que se produjo fue una implosión, es decir, el sistema reventó desde adentro hacia fuera. Era el principio de la globalización, el pueblo soviético se cansó de escuchar y esperar por más de 70 años falsas esperanzas, ficticias promesas e ilusiones incumplidas. Además, ya se tenía acceso a lo que sucedía en el resto del mundo; los contrastes eran evidentes. Con tal motivo, el régimen tuvo una implosión, se desmoronó. Hubo un desgaste previo, motivado por la carrera armamentista con los Estados Unidos y por la crisis de la llamada Nomenklatura del Soviet, pero el dato básico es que el sistema colapsó por el conjunto de sus propias falencias.

Junto con la desaparición de la URSS se sucedieron varios problemas. Se escribieron  previamente infinidad de libros y tesis acerca de la llamada "Transición del capitalismo al socialismo". Pero nadie escribió el libro al revés, esto es, cómo realizar la transición de un sistema comunista arcaico a un sistema capitalista democrático moderno. Es más, mucha gente pensó que por arte de magia -tan pronto cayó el comunismo- iban a pasar todos los habitantes de la ex URSS a tener automóviles, cocinas, refrigeradores, en fin lo que es normal para la clase media occidental. Nada de eso ocurrió. Muy por el contrario, surgió una pequeña élite fruto de la anterior corruptela comunista, un grupo de enormes medios económicos que acaparó rápidamente el poder financiero y hasta el poder político. Ocurrieron varias crisis y una sucesión de devaluaciones del rublo que dejaron al pueblo ruso mayoritariamente empobrecido y desencantado. Muchos llegaron inclusive - no sólo en Rusia sino en el resto de la ex Unión Soviética- a añorar el antiguo régimen comunista, que en su chata mediocridad, les ofrecía  por lo menos un mínimo de seguridad en materia de alimentos, viviendas y trabajo. Todo esto se ha revertido parcialmente en los últimos años, sobre todo con el reverdecer de una Rusia que aspira a ser nuevamente poderosa mediante el uso de sus ingentes recursos  en materia de hidrocarburos, minerales y el desarrollo de su industria pesada. Autoritaria pero efectiva, la dupla Putin Mediedvev ha sabido poner las cosas en orden aunque con muchas sospechas de corrupción y permanentes violaciones a los derechos humanos.

 

El término "cerca del extranjero" en el espacio post soviético

 

¿Qué es lo que está cerca de Rusia pero fuera de ella? Es el "near abroad" o sea, "cerca del extranjero", tal como se bautizó ese espacio circundante una vez derrumbada la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Casi trescientos años de dominio ruso (primero los Zares y luego los comunistas) se desintegraron. Diez y seis estados surgieron ante el mundo; los coletazos se sienten hasta hoy. Cuando los imperios colapsan, sus efectos perduran. El proceso aún continuará por bastante tiempo. Lo vemos palpablemente en el caso de la ex-Unión Soviética. Lo seguiremos viendo.

Al principio del nuevo ciclo y bajo la égida de la mayor unidad política -Rusia- que permaneció al desaparecer la URSS se formó la "Comunidad de Estados Independientes" (CEI), una especie de confederación de buena fe de las antiguas  repúblicas ex URSS y que logró aceptación internacional.  Probó ser efímera y totalmente inefectiva.

La Madre Rusia no ha perdido su vocación imperial. Líderes, intelectuales y escritores, coinciden en que Rusia tiene algo que decir y que hacer en los territorios desprendidos de la URSS. Es por eso que la dirigencia de Moscú acuñó el término "cerca del extranjero" para referirse así a las 15 naciones que aunque nominalmente independientes y muchas de ellas miembros de las Naciones Unidas, siguen siendo parte interna de la  tradicional órbita rusa. Esos países "están y no están" -en una suerte de paradoja geopolítica- en el extranjero, "fuera" de Rusia y un poco "adentro".

Rusia tiene la firme intención de reclamar y sostener una mayor presencia en los estados adyacentes que antes fueron parte de la Unión Soviética. Al reciente conflicto en Georgia del año pasado,  con pruebas concretas ahora de haber sido iniciado irresponsablemente por el presidente de ese país, se suma la potencial reivindicación rusa sobre Sebastopol en Crimea (Ucrania). Seguirán otras.

Los regímenes de Moscú siempre fueron objetos y sujetos de una trinidad muy especial: su papel en Europa, su expansionismo asiático y la cercanía del mundo musulmán. A ello debe agregarse el rol histórico de la Iglesia Ortodoxa. Tras la dura transición de una economía centralmente planificada hacia el capitalismo de libre mercado, la riqueza y el poder provenientes del gas y del petróleo aunadas a un firme liderazgo político de corte autoritario personificado hoy en la dupla Medvedev-Putin, le permitieron a Rusia resurgir. Su capacidad como proveedora de armas le da a Rusia también un papel singular en el mundo.

Con vigor renovado, el Kremlin probablemente intentará recuperar hegemonía en su ámbito circundante y a nivel global.  Empero, existen limitaciones. Una de ellas es la baja tasa de crecimiento de la población. Rusia se achica en términos de gente y eso preocupa. Ya Estados Unidos más que duplica al país eslavo en número de habitantes y China la decuplica. En este sentido, las opciones de largo plazo como  aspirante favorecen más a China que a Rusia, la otrora súper potencia que quiere volver a serlo.

Es incómodo para los Estados Unidos y  para la alianza atlántica que Rusia sostenga renovadas ambiciones de dominación. Pero tampoco es agradable para Moscú que se quieran meter en su patio trasero, como lo hace Estados Unidos todo el tiempo. George W. Busch amenazaba con escudos antimisiles y ponía nerviosos a los rusos antes del ascenso al poder de Barack Obama. El nuevo presidente norteamericano hoy por hoy ha demostrado ser más conciliador con Moscú, pero las susceptibilidades quedan y algo de validez tienen. Imaginemos por un momento a Putin haciendo una gira por Centroamérica y el Caribe expresando apoyos y prometiendo cooperación. Estados Unidos quedaría -con razón- indignado, preocupado y molesto. La reacción inversa  de los rusos cuando los estadounidenses hicieron lo propio en el Cáucaso es, pues, bastante comprensible.

 

A mi modesto entender, no se trata -como afirman Mario Vargas llosa y otros- de volver a la Guerra Fría. Lo que sí observo es una realidad geopolítica indiscutible: el retorno en Rusia del sistema de áreas de influencia. Para los rusos, las otras 15 repúblicas no son el extranjero; están apenas cerca del borde externo; no cuenta que sean miembros de las Naciones Unidas plenamente reconocidos. ¿Qué harán las potencias occidentales si Rusia vuelve a intervenir en zonas de su entorno como lo ha venido haciendo? El interrogante no tiene respuesta aún, pero ya hay abiertas críticas europeas y estadounidenses que denotan preocupación al mismo tiempo que sostienen una vigilancia mesurada. No desean entrar en potencial conflicto con Rusia por territorios que fueron finalmente suyos por mucho tiempo. No se quiere tampoco, romper el principio de autodeterminación de los pueblos. La situación es compleja.

En la actualidad y más allá de los problemas en Georgia y Ucrania persisten otras tensiones, sobre todo en Asia Central, donde hay ingentes riquezas petroleras y enormes reservas de gas. Allí compiten en una especie de reedición del "gran juego" del Siglo XIX Estados Unidos, China y la propia Rusia. Las apuestas son grandes, por que grandes son los intereses geopolíticos y geoeconómicos de esa rica región, el vientre bajo del antiguo heartland de Mackinder, formado por Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirgystán Azerbaiján, Armenia y Tayikistán. Todos ellos forman parte de un área hoy extremadamente sensible por su cercanía a Irán, Turquía y Afganistán.

Los países bálticos (estonia, Letonia y Lituania)  configuran una región particular. Protegidos en el pasado medieval por los Caballeros de la Orden Teutónica, contemporáneamente lo son por la Unión Europea. Otros elementos críticos del espacio post soviético están en la zona limítrofe con la Europa oriental tradicional (Ucrania, Bielorrusia, Moldava) y en el Cáucaso. A ello debe agregarse la situación interna en la Federación Rusa de la región de Chechenia, por ahora calmada luego de las recientes sangrientas luchas, pero siempre potencialmente explosiva.

Futuras crisis en el espacio post soviético pueden desencadenar en Rusia una reacción de imprevisibles consecuencias. Esta reacción afectará con seguridad al todo o a parte del "cercano extranjero", sus viejos dominios,  pero también  podrá afectar al mundo en su conjunto. La situación es de precario equilibrio. El espacio post soviético y la propia Rusia nos continuarán dando sorpresas y sobresaltos por un buen tiempo más. No cabe la menor duda.

 LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDIRÁ OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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